domingo, 4 de octubre de 2009


Zaven Vardanian con la Orquesta Sinfónica Municipal
Donde mueren las palabras
El laureado director armenio, Zaven Vardanian, que lleva una extensa y reconocida carrera internacional, dirigió por segunda vez nuestra Orquesta Sinfónica Municipal, en su concierto del 18 de febrero en el Teatro Colón.
Rossini, Weber, Grieg
El programa comenzó con la Obertura del Barbero de Sevilla, de Gioacchino Rossini (1816), la Obertura de Oberon, (1826) , de Carl María von Weber; y la Suite Nro. 1, opus 46 (1888) de Peer Gynt de Edvard Grieg cuyo último número, a semejanza del bolero de Ravel, es la instrumentación de un largo crescendo, misterioso y repetitivo. De estas obras de distintas épocas y diferente carácter –del bel canto, a los motivos fantásticos de Weber y a la escuela nacional nórdica de Grieg, rica en matices descriptivos y tímbricos, podemos extraer el denominador común, en su interpretación, del relieve puesto en destacar especialmente las sonoridades más sensibles y delicadas y los acentos en las frases. En la concepción de Vardaian, la música también es el despojamiento de todo volumen innecesario y el subrayar tanto la bravura como su ausencia en un trabajo exigente y profundo, muy ceñido a la partitura.
Beethoven
En la segunda parte brilló la séptima sinfonía, en la mayor, opus 92 de Beethoven, compuesta –en forma casi coetánea con la octava- entre septiembre de 1811 y junio de 1812, ubicada en el extenso lapso de once años inmediatamente anterior a la novena. Se trata de una obra original y rica, cuidadosamente construida en una estética detallista, con elementos mínimos, y cuyos efectos, como en la quinta, se apoyan en el minucioso y a la vez arrollador e innovador trabajo rítmico.
Comienza con una idea simple de los vientos, que se convierte en un rico diseño ascendente hasta la aparición de la voz del oboe. Las maderas repiten insistentemente la voz y el tema se convierte en un fortísimo en toda la orquesta. Luego, sobre la simple repetición de un mi se inicia una sorprendente dialéctica en un tema ya en expansión. El diseño de todo este primer movimiento es trabajado y complejo –poco sostenuto, 4/4 –vivace 6/8- de 450 compases- y en él se basa gran parte de la poética de la obra. El segundo movimiento –Allegreto, 2/4, de 278 compases- recuerda en mucho a la marcha fúnebre de la tercera sinfonía, y se basa en el imaginativo reparto de temas en la cuerda –lo que puede apreciarse acabadamente en una ejecución en vivo-, con una atmósfera misteriosa en la cual los registros medios de la cuerda repiten la forma métrica del dactilio –una larga y dos breves- con lo cual sigue siendo importante el elemento rítmico. Gran parte del efecto se basa en un brevísimo acorde inicial, que articula con el resto del material temático, entre el cual es destacable un pasaje contrapuntístico. El tercer movimiento es un Presto en 3/4, Assai meno presto/Presto/ Assai meno presto y presto, de 653 compases. El gran efecto reside de nuevo en la repetición –a veces de dos simples notas- dentro de una dialéctica virtuosística donde el episodio central –assai meno presto- que funciona como el típico trío del scherzo, se desenvuelve en re mayor, lo que da una sensación de diversidad. La ampliación del tema se produce entre la repetición de los arcos y el motivo pastoril de las maderas. El cuarto movimiento –finale, allegro con brio, de 465 compases- es un desarrollo sobre los acordes introductivos de la obra que la lleva hasta la exploración última del espacio sonoro abierto por este mismo tema, exploración casi puramente rítmica y de orquestación.
El trabajo rescató también un tema crucial: la regulación de los volúmenes sonoros para que unos instrumentos no enmascaren a otros –algo muy difícil en la interpretación en vivo, y que la discografía resuelve gracias a la manipulación del material antes que a la interpretación en sí-. Tiempo, intensidad, algunas intervenciones, así como el sonido más apagado por cortinados y público, hizo que el tercer movimiento fuese de mayor fidelidad, ajuste, definición y carácter en el ensayo, oportunidad donde fue acometido como un verdadero presto. Destacaron Federico Guidoni –flauta-, Andrea Porcel –oboe-, Mario Romano –clarinete-, José Garreffa, Jorge Gramajo –cornos- y Gerardo Gautín –fagot-.
Fuera de programa, se interpretó una excelente versión de la Danza Húngara nro 5, en sol menor de Brahms, originalmente escrita para piano a cuatro manos, orquestada por Martin Schmeling, en sus tiempos allegro/vivace.
En la inolvidable película “Donde mueren las palabras” (1946, de Hugo Fregonese, con libro de Homero Manzi y Ulises Petit de Murat, y la actuación de la Orquesta. Sinfónica del Teatro Colón, dirigida por Juan José Castro) el recordado Enrique Muiño (1881-1956) personifica a un director –Ricardo Lauzán- que concibe un ballet con los dos últimos movimientos de esta sinfonía, que al decir de Wagner, es la apoteosis de la danza. Por suerte, ni las palabras ni la música, parecen dispuestas a morir sino a ser más necesarias que nunca y este concierto fue un testimonio de este camino de vida.
Eduardo Balestena

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