miércoles, 7 de octubre de 2009


Bella y noble tragedia
Con la actuación del Coral Carmina –dirigido por Horacio Lanci y Graciela Véspoli- y Catalina Odriozola (soprano) Karina Di Vigilio (Mezzo soprano) Fernando Rocca (tenor) y Marcos Devoto (bajo), la Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por el Maestro José María Ulla abordó, el pasado 22 de octubre, la Sinfonía nro,. 8, en si menor, inconclusa de Schubert y el Réquiem para coro, solistas y orquesta K. 626 de Mozart.
Schubert
La Sinfonía inconclusa, fue escrita por Schubert en 1823 y descubierta recién en 1865, año en que se interpretó por primera vez. Aaron Copland la cita en su libro “Cómo escuchar música” como ejemplo de melodismo puro. Pudimos nuevamente apreciarla –luego de escucharla el año pasado bajo la batuta del Maestro Mario Perusso- en toda su particular riqueza constructiva.
El Heraldo de la muerte
En su análisis de Réquiem, el maestro Horacio Lanci toma las palabras de Mozart al recibir la visita del mayordomo del Conde Franz von Walsegg zu Stuppach, quien encargó la obra para hacerla pasar por suya. Mozart lo recibió en un estado febril y escribió “presiento que mi hora ha llegado, que he terminado antes de empezar a disfrutar de mi talento, y era tan hermosa la vida. Será este mi canto fúnebre, y no debo dejarlo imperfecto”. Sin embargo, la obra quedaría inconclusa y Konstance, su esposa, para cumplir el compromiso, ofrecería el encargo de terminarla a Josep Leopold Eybler, músico que permaneció con Mozart hasta el final; pero fue su discípulo Franz Xaver Süssmayr quien concluyó el Réquiem que luego pretendió hacer pasar por suyo.
Mozart había dicho a sus amigos el 19 de noviembre, que el Réquiem estaba casi acabado, mas sus altibajos, ponen en duda tal afirmación, a menos que se acepte que –tal como parece suceder en el Tuba mirum- que el discípulo pudo alterar la escritura original a favor de soluciones más convencionales.
El Maestro Lanci señala que si el Réquiem continuara con el clima de bella y noble tragedia del comienzo, estaríamos ante uno de los milagros que nos da la música, para señalar, que en otros casos, como en la doble fuga del Kyrie, si bien el tema expuesto por los bajos no es nada original, sí lo es el tratamiento que le da Mozart al oponerle un contrasujeto en las sopranos.
El Réquiem es esta textura desigual donde se alterna el máximo refinamiento con la convencionalidad, lo previsible, o la falta de desarrollo de ideas sublimes. Difiere en esto, de otras obras inconclusas de Mozart, que desechaba, insatisfecho por algo, aunque fueran perfectas en todas sus partes. Esto hace el Réquiem todavía más inexplicable.
No nos es posible seguirlo número a número, pero tomemos como ejemplo el tuba mirum, para solistas que se inicia con el bajo, bosquejado por Mozart en el canto, en los bajos, en la frase para trombón que acompaña al bajo y tres pentagramas dedicados a violines –primeros y segundos- y violas. No obstante, en la versión que conocemos la frase del trombón, evocativo de la trompeta del juicio final, ha quedado como un solo. Más adelante, el primer violín, interviene como un contracanto y no en papel de enriquecimiento armónico.
Las ideas -particularmente armónicas- son tales, que de haber podido concluirla, habría sido acaso la más profunda de Mozart.
Una permanente exigencia
El solo hecho de encontrarnos inmersos en semejante obra es de por sí una experiencia singular. Sería necesario escucharla varias veces para poder ir más allá de esa impresión que lo que primero que genera, es la certeza del desafío que significa para el coro, sujeto a un esfuerzo continuo. La rapidez en los tiempos hacia el final, y problemas en algunas entradas, parecieron poner de relieve este esfuerzo; pero una interpretación en vivo es eso, lo que está allí y se produce, la experiencia que se acumula y el desafío que se plantea. El Carmina –como los solistas, entre los cuales estaba su preparadora- apareció sólidamente anclado en una obra que ha transitado muchas veces –recordemos ya una grabación del Maestro Lanci con la Escuela de Canto Coral, en 1967, bajo la dirección de Pierre Brahmens.
El grupo tiene la doble naturaleza de ser vocacional y profesional, porque funciona –tal como la Orquesta con la APSIM- en un contexto de esfuerzo personal permanente. Si pensamos, ante una obra de estas características, que Horacio Lanci –profesor de Historia de la música 4 - ha estudiado con John Eliot Gardiner –a quien la discografía debe una grabación del réquiem con instrumentos originales –en efecto, no es lo mismo el corno de basetto original que el actual clarinete-, entendemos que actuaciones como la que vivimos, hacen al verdadero sentido de tener organismos capaces de darnos una experiencia sinfónico coral como también fue el canto del destino de Brahms.
Ya no es una noble tragedia sino un acontecimiento rico y estimulante, y esperemos que reiterado.

Eduardo Balestena

No hay comentarios:

Publicar un comentario