domingo, 4 de octubre de 2009


Un artista libre en Viena
La pianista Graciela Alías se presentó con la Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por el Maestro José María Ulla, en el Teatro Colón, el 9 y 10 de septiembre, en un Festival Mozart.
De la sombra a la luz
Un cambio de programa llevó de la anunciada música Fúnebre Masónica (Mauerische Trauermusic) a la Obertura de “Las Bodas de Fígaro”, siempre bienvenida. De la obra imponente y oscura a la luz, en una buena versión en donde siempre sorprende la relación cuerdas maderas en esas apariciones mágicas del oboe, tan de Mozart.
El nuevo papel del piano
Días atrás, Graciela Alías y Aron Kemelmajer cumplieron con la amalgama entre violín y piano, que exige la minucia de un trabajo sobre el detalle. Cada acorde debe vivir, ser armado, ser el ajuste perfecto entre la afinación de instrumentos de tan distintas voces.
Esta vez, ante el Concierto nro,. 20 en re menor, K.466, fue un lenguaje diferente. Hay muchas cuestiones que el intérprete debe poder enfrentar aquí y que lucieron en una pianista capaz de ir hacia el interior de cada estética, como lo ha hecho con Beethoven y como lo hizo con Mozart, más allá de su dominio sobre los aspectos técnicos.
A partir de la influencia de músicos de Mannheim, y de Carl Philipp Emmanuel Bach, y de un concepto de concierto solista concebido en bloques, orquesta-solista, Mozart llega, en esta etapa vienesa, a un concepto pre-beethoveniano: un diálogo constante con intercambios temáticos. Es un lenguaje propio y una constante en su escritura sin efectos, puro discurrir melódico.
De una manera algo violenta, Mozart había terminado su dependencia con el Arzobispo Colloredo y se encontraba en Viena, libre y sin trabajo. Organizaba entonces conciertos (academias) por suscripción entre nobles y en ese contexto, el concierto para piano era la estrella de esas largas presentaciones. Esta época concluyó en 1786, entre otros factores, por la frialdad con que el emperador había recibido Las Bodas de Fígaro. Hasta entonces, los conciertos para piano se sucedieron, uno tras otro, y el K.466, de 1785 es uno de los mejores ejemplos de esta etapa que evidencia la síntesis entre ese puro fluir melódico y una mayor complejidad constructiva.
La orquesta comienza con una melodía oscura y sincopada y el piano se introduce delicadamente con un recitativo limpio, suave e implorante que comienza a imponerse. La delicadeza es lo que se impone, como una suave seducción, en este dualismo que va siendo trabajado también suavemente. La cadencia del primer movimiento reexpone varios de estos elementos, aunque probablemente no sea de Mozart –las suyas eran improvisadas y se han perdido- sino de Beethoven, que gustaba tocar este concierto. También la del tercero es difícil y expresiva. El segundo movimiento es una bellísima Romanza donde la solista equilibró la delicadeza que exige, con la claridad y precisión de su compás de 4/4 en un piano cuyo claro sonido es un desafío para esta clase de textura, que contrasta con un largo episodio de gran dificultad en el piano, que finalmente retorna al tema inicial. El allegro assai y su original tratamiento en la orquesta y el instrumento solista, alterna esta vez el tono marcial –digno del primer concierto de Beethoven- con la delicadeza de Mozart. Duración precisa, dulzura, sobriedad, el matiz de un color justo fueron el aporte de una pianista que aborda a los autores desde una técnica animada por el conocimiento.
Veinticinco ducados
La sinfonía Haffner, nro. 35, en re, K 385, fue escrita por encargo del alcalde de Salzburgo –Sigmund Haffner- para una festividad al aire libre. Mozart concibió inicialmente una serenata y en 1783 la presentó en Viena como una sinfonía, con el agregado de más pasajes instrumentales. Fue ejecutada en presencia del emperador, quien le regaló 25 ducados. El primer movimiento (Allegro con spirito) debía salir fogosamente, según el autor. El segundo tiene un tema danzante. De nuevo fogoso es el comienzo del Menuetto. Termina en un Finale Presto de gran belleza.
Es una obra particularmente lograda, por su concepción intimista, danzante, la atención a la vez al brillo y a lo pequeño y a su luminosidad, escrita en momentos amargos de la vida de Mozart. Al menos en la versión del viernes, produjo la sensación de un sonido no lo suficientemente armado en parte de la cuerda, particularmente en el Menuetto, en una orquesta que meses atrás logro un Mozart de antología en la obertura del Rapto en el Serrallo.
No era fácil ser un artista libre en Viena, no era fácil la entrega a un solo cometido, el de hacer música sin importar el precio, pero todo lo que escuchamos viene de esa libertad. Nadie dice que el precio del arte sea bajo, pero sí se puede decir que ejercer el arte es un camino inevitable y que para Mozart no había otra posibilidad que la de ser fiel sólo a sí mismo, sin pensar en ningún precio.

Eduardo Balestena

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