.Orquesta Filarmónica de Buenos Aires
.Director: Srba Dinic
.Solista: Nelson Goerner
.Teatro Coliseo, 23 de septiembre, hora 20.
Como parte del ciclo de conciertos del
Festival Rachmaninov, programado por el Teatro Colón de Buenos Aires y llevado
a cabo fuera de esa sede, en la sala del Teatro Coliseo, tuvo lugar la
presentación del pianista Nelson Goerner con la Orquesta Filarmónica de Buenos
Aires, dirigida por el maestro Srba Dinic.
El marco para esta serie de recitales
dado por el sesquicentenario del nacimiento del gran compositor y el ochenta
aniversario de su muerte, no podría ser más apropiado para poner ante el
público, en un lapso breve, gran parte de la producción de Sergei Rachmaninov
(1873, 1943), quien, sometido al exilio y en la atmósfera de vanguardias ajenas
a él, ante las que se sentía un extraño, optó por seguir su inspiración, originada
en aquello de mayor hondura y significado para él. Produjo así, primero en su
amada Ivanovka y más tarde en medio de extenuantes giras de conciertos y etapas
de su exilio, una obra tan vasta como variada, profunda y poderosa con obras
tan diferentes entre sí como su primera sinfonía y las Vísperas para coro a
capella (por citar sólo dos de ellas).
Las
circunstancias de gestación de su Concierto
nro. 2, en mi menor, opus 18 son demasiado conocidas para referirnos a
ellas. Baste señalar que, más allá de momentos de una construcción
convencional, logra una bella amalgama entre modulaciones, voces instrumentales
como las del cello, la flauta o el clarinete, con los temas del piano, como el
segundo del primer movimiento (que volverá a ser expuesto en diferentes
reelaboraciones).
En el inicio,
es la orquesta la que introduce, luego del sombrío comienzo en el piano, la
exposición de un primer tema marcadamente ruso, acompañado de intensos arpegios
en el piano. Ya desde el comienzo se muestra con un equilibrio entre el
virtuosismo y la frase delicada y de gran musicalidad, que es la impronta que
singulariza a la obra.
Luego del
episodio donde, en el marco de la elaboración del segundo tema, que luego, ante
su aparición, se superpone con el primero (que se presenta aumentado) en que se
llega a un tutti y un Maestoso alla
marcia en que el piano y la orquesta van cruzados en lo que parece ser un pasaje
de polirritmia, el piano concluye el pasaje con una elaboración del tema. Ello
marca el comienzo de una reexposición, donde el solo de corno conduce a un
momento dulce y relajado. Fue precisamente ese solo el que presentó el problema
de un error y una entrada a destiempo.
El Adagio, con sus contrastes entre el
ritmo binario y el ternario, que le confiere una atmósfera de indeterminación,
es una de las partes más hermosas del concierto.
Las
variadas inflexiones de la obra, que va de pasajes de virtuosismo a otros de
delicada musicalidad, permitieron a Nelson Goerner mostrar su dominio sobre
todos los aspectos de la obra: sutileza en el fraseo, bravura y claridad en los
pasajes virtuosos y un equiibrio con la orquesta con la que el piano dialoga en
todo momento.
El Etude tablaux nro. 5 opus 39 que
interpretó como bis, con requerimientos técnicos y estéticos muy diferentes al
del concierto, donde cada inflexión sucede a otra que es cambiante, reafirmó
dicha apreciación acerca de su concepto de la obra de Rachmaninov, un autor que
Nelson Goerner asume como algo interior e inherente a él como intérprete, algo
que le es caro y significativo.
La Sinfonía nro. 2 en mi menor, opus 27 fue interpretada en la segunda parte.
Abordada
recientemente por la Orquesta de la Universidad de Lanús en el ciclo de Grandes
Conciertos de la UBA, afirmaba entones que: “Es una obra mayor del repertorio,
tanto en la complejidad de su trama musical, como en la belleza de sus extensas
líneas melódicas y en la propia extensión. A poco que la apreciemos habremos de
percibir que, por ejemplo la cuerda va de pasajes de un piannisimo dulce y expresivo a rápidos trozos que demandan toda la
longitud del arco durante extensos períodos. En lo expresivo, el permanente
cambio de dinámicas demanda un fraseo muy sutil ya que el color orquestal lleva
la melodía de una sección a otra –toda la obra es un inmenso diálogo- que debe
seguir la frase en el mismo volumen y sensibilidad en la inflexión. Pasajes
como los arranques en el Allegro del
segundo movimiento o el Allegro vivace
del cuarto son intensos, rápidos y requieren una precisión tan grande como las
inflexiones de las frases lentas”.
Elementos
en sí sencillos aparecen extendidos, fragmentados, invertidos o superpuestos en
un tejido de belleza melódica y tímbrica. Además del color que aportan las
maderas, la textura se compone de la trama que llevan a cabo las cuerdas: por
momentos la línea melódica de los violines se divide en los que llevan la
melodía y los que aportan una diferente hecha de una modificación melódica –uno
de los lugares es en el desarrollo del extenso primer movimiento –que dura unos
18 minutos-. También sucede en otros lugares con modalidades distintas, una es
la cita del motivo inicial por parte de los segundos mientras los primeros
llevan otra melodía.
Los
solos imponen ya la resolución de un pasaje ya un episodio nuevo. Un ejemplo es
el solo de corno inglés que, entonando
el tema inicial, conduce a un amplio desarrollo y, más tarde, nuevamente marca el
comienzo de una reelaboración más lenta y danzante que pareciera estar en un
ritmo ternario.
Baste ello
como ejemplo para mencionar sus particularidades: exigencias de fraseo, belleza
tímbrica y musicalidad.
El extenso
solo de clarinete del Adagio es uno de los momentos más bellos
de una sinfonía que hace precisamente eso: expresar belleza sonora, sin casi
puntos de tensión.
Se trata
de una obra precisa –en lugares como el fugato
del segundo movimiento, por ejemplo- y de flexibilidad de tempos y cambios dinámicos requiere que el maestro Dinic, con una
orquesta reducida, condujo de una manera acorde a tales exigencias, con una
marcación precisa y atención a los matices que lució, pese a la sequedad de la
sala, que absorbió algo de tales matices
y produjo un sonido que, por ejemplo en la cuerda, no permitió las gradaciones
de color que muchos pasajes requerían.
Destacaron
especialmente Michelle Wong (corno inglés); Mariano Rey (clarinete), Claudio
Barile (flauta), Néstor Garrote (oboe).
Eduardo Balestena