domingo, 28 de abril de 2013

Gustavo Guersman con la Sinfónica Municipal



La Orquesta Sinfónica Municipal fue dirigida, en su concierto del 27 de abril en el Teatro Municipal Colón, por el maestro Gustavo Guersman y contó con la actuación solista de Adrián Cesario en guitarra.
El programa se inició con El Moldava, poema sinfónico de Bedrich Smetana, obra paradigmática del nacionalismo romántico checo que es demandante en el cuidado de una melodía cuya inflexión es en todo momento significativa para la obra, en su fraseo y en el manejo de una dinámica que debe ser tan expresiva como homogénea. Ya desde la polifonía inicial en las flautas que dan lugar a la aparición del tema central –en el cual la cuerda se divide en elementos diferentes- se plantea el color como uno de los elementos primordiales. Mantener esa dinámica y la claridad que siempre requiere la obra, en la exposición de elementos diferentes es otra de sus exigencias.
Adrián Cesario fue compositor e intérprete de la Fantasía Flamenca, para orquesta de cuerdas y guitarra. Discípulo de Isidro Maiztegui, pianista, violinista, arreglador, es además un virtuoso de la guitarra, instrumento con el que ha abordado, en carácter de solista, obras como Homenaje a la Seguidilla, de Moreno Torroba; el concierto de Aranjuez, de Rodrigo o Jeromita Linares, de Guastavino. Cultor y difusor del flamenco, la música popular española es el lenguaje que siente inherente a él. Sin embargo, la Fantasía no es una obra virtuosa ni se basa exclusivamente en cambios de rítmica, ni en pasajes rápidos sino que aparece como un trabajo introspectivo, de renuncia al puro efecto y donde el uso de los ritmos es tenue y velado. Concebida en un movimiento desarrollado a partir de un motivo inicial –y conductor- se plantea en al menos dos secciones –con un cambio de modo- y un final y está dada tanto en la variación de ese elemento como el cambio en las armonías con que es presentado. Si bien con anterioridad Adrián Cesario mostró su manejo absoluto del instrumento hoy lo hizo con el del lenguaje y sus posibilidades, en un ámbito diferente –la orquesta de cuerdas.
Sinfonía nro. 4 en fa mayor, opus 36 de Piotr Ilich Tchaikovsky  Si algo parece decisivo en una obra como esta es la elección de un tempo que permita hacerla compacta pero clara, vibrante y expresiva pero delicada, y poder resolver las exigencias de los pasajes más rápidos sin ralentizarlos. El carácter compacto puede lograrse por una muy correcta afinación y un trabajo en las inflexiones de un discurso musical bastante complejo: por la transformación de motivos, por su enlace y por la alternancia entre elementos diferentes en un mismo momento. Hay lugares, como la intervención de las maderas –flautas y clarinetes- en el segundo movimiento, cuando la cuerda lleva la línea melódica, que en el tempo elegido resultan verdaderamente difíciles: por el carácter y los problemas técnicos de interpretación que plantean pero que por eso mismo le dieron fuerza al enfoque de la dirección. Otro lugar muy logrado fue el último movimiento, de requerimientos particularmente en una cuerda siempre exigida pero que sonó muy homogénea, en un tempo rápido pero muy claro que implica que tanto la rapidez como el poder ejecutarla dentro de pautas de ajuste y afinación hagan más exigente la interpretación.
Gustavo Guersman ha sido concertino durante muchos años, con una extensa trayectoria y experiencia, conoce bien el trabajo con una orquesta: se nota en la claridad de su manejo, en la atención a los aspectos técnicos y en el resultado final que en el caso destacó en aspectos tales como el manejo de la cuerda,  el manejo de las dinámicas, el tempo y la claridad de una interpretación muy ajustada.

    




Eduardo Balestena


domingo, 14 de abril de 2013

El juego emotivo, musical y sensorial



La Orquesta Sinfónica Municipal fue dirigida, en su concierto del 13 de abril en el Teatro Municipal Colón, por el maestro español Ignacio García Vidal, y contó con la actuación de la pianista -también española- Patricia García Gil.
La Alborada del Gracioso de Maurice Ravel abrió un exigente programa que focalizó en el rico periodo de las primeras dos décadas del siglo XX, signado por el predominio y la búsqueda de lo nacional, y de un sonido, como en el caso de Ravel, puro, anguloso, contrastante respecto de la estética del postromanticismo y con requerimientos propios: belleza tímbrica, transparencia y la absoluta precisión en intervenciones siempre expuestas. Aunque armado, muy justo y correcto, el tempo elegido restó en algo el carácter tajante y compacto (particularmente en la primera sección) de un opus que demanda virtuosismo.
Noches en los jardines de España, de Manuel de Falla (impresiones para piano y orquesta) fue la siguiente obra. Cumbre y síntesis, se funden en ella el virtuosismo y el color orquestal que De Falla adquirió en su estadía en París, con el empleo de ritmos y motivos populares (influidos por su formación con Pedrell, maestro que reivindicó el rico acervo musical español) y que asume no ya como rasgos de exotismo sino de una identidad y centro mismo de una música que en este trabajo pone en función de recrear el misterio de la noche y de los lugares recordados y añorados (ya que estaba en Paris cuando la escribió).
El resultado es una trama de motivos –siempre vibrantes, acentuados, claros y concisos- que constituyen un tejido que se difumina en voces en la orquesta y en el instrumento solista, climas sonoros y momentos camarísticos. Plantea así el problema de la claridad y el equilibrio, de la pureza tímbrica, del contorno siempre destacado y una relación indiscernible entre el instrumento solista y la orquesta, que intervienen muchas veces juntos, tejiendo esa voz no en la mera yuxtaposición o en la sucesión sino en el la identidad sonora de cada instrumento.
En el piano plantea varios problemas: uno es el sentido rápido, percusivo, rítmico, pero con un toque a la vez suave y delicado, capaz de dar a esa frase de notas cortas una inflexión subjetiva (como sucede en el bellísimo motivo del tercer movimiento, que se inicia con un pasaje vibrante) planteado luego de la intervención de las trompas y que reaparece hacia el final. Esta es una particularidad: climas sonoros hechos en ricos motivos dan lugar a desarrollos de otros motivos conexos pero diferentes, que confieren a la obra una vertiginosa sensación de avance y un permanente juego imaginativo. Otra particularidad es la del color orquestal, por ejemplo en el inicio: el tremolar de las cuerdas en el acorde inicial, en un clima que va variando, enriquecido sucesivamente por las trompas, los oboes y las intervenciones de toda la cuerda y que da lugar a la entrada del piano con una rica elaboración de ese mismo motivo. Otra de las características es, en el piano, el planteo de un motivo y la introducción de figuraciones antes de resolverlo.
La joven pianista Patricia García Gil abordó esta obra con una seguridad absoluta, un sentido de la frase y de la totalidad. La segunda entrada del piano, luego de la resolución del primer episodio hubiera requerido mayor vigor y fluidez. La elección del tempo –algo ralentizado- del segundo movimiento (Danza lejana) y algún problema en las trompetas no alcanzó a debilitar la cohesión de un todo sin fisuras en una obra muy compleja que fue abordada con pocos ensayos, dada la demora en la recepción de las partes. Ignacio Vidal Gil evidenció conocerla muy bien y estar muy presente en todos los aspectos: la precisión rítmica, el color, la dinámica y el balance.
La Sinfonía nro. 9 en mi menor, opus 95, del nuevo mundo, de Antonin Dvorak cerró el programa con una versión que hubiera podido ser más ajustada en cuanto a la flexibilidad y a la continuidad de un discurso al cual un tempo ralentizado –que exigiría un mayor detenimiento en la conclusión de cada pasaje y en la articulación- no favoreció, con una cuerda algo incisiva en una textura que requeriría más homogeneidad y densidad. Es una obra exigente en una belleza sonora que hace al propio discurso y su manejo tanto el melos americano que lo inspiró como a su naturaleza de obra eslava que plantea cuestiones como el cambio de tempo en el finale (hacia los seis minutos) que finalmente se resuelve en una coda que recapitula sobre el tema inicial, confiriendo una gran unidad.
Destacaron Andrea Porcel (corno inglés); José Garreffa (trompa); Gerardo Gautín (fagot); Baldomero Sánchez (viola) y Federico Dalmacio (cello) 
Ignacio García Vidal es un director que pese a su juventud ha adquirido una gran experiencia –como director y docente, campos en los cuales ha alcanzado un gran reconocimiento- que se traduce en la claridad, la presencia permanente en una orquesta en la cual, pese a no indicar todas las entradas, nunca deja sola, y en el sentido de equilibrio y cuidado.
Lamentablemente, la falta de programas de mano –cuestión que unida a la demora en la recepción del material y a cosas como el ingreso de personas a la sala una vez iniciado el concierto, constituyen indicadores de una gestión- impidió tener una referencia de los intérpretes invitados.
Es también lamentable la impresión que esto genera en los visitantes.                      
           
               
           




Eduardo Balestena