domingo, 14 de abril de 2013

El juego emotivo, musical y sensorial



La Orquesta Sinfónica Municipal fue dirigida, en su concierto del 13 de abril en el Teatro Municipal Colón, por el maestro español Ignacio García Vidal, y contó con la actuación de la pianista -también española- Patricia García Gil.
La Alborada del Gracioso de Maurice Ravel abrió un exigente programa que focalizó en el rico periodo de las primeras dos décadas del siglo XX, signado por el predominio y la búsqueda de lo nacional, y de un sonido, como en el caso de Ravel, puro, anguloso, contrastante respecto de la estética del postromanticismo y con requerimientos propios: belleza tímbrica, transparencia y la absoluta precisión en intervenciones siempre expuestas. Aunque armado, muy justo y correcto, el tempo elegido restó en algo el carácter tajante y compacto (particularmente en la primera sección) de un opus que demanda virtuosismo.
Noches en los jardines de España, de Manuel de Falla (impresiones para piano y orquesta) fue la siguiente obra. Cumbre y síntesis, se funden en ella el virtuosismo y el color orquestal que De Falla adquirió en su estadía en París, con el empleo de ritmos y motivos populares (influidos por su formación con Pedrell, maestro que reivindicó el rico acervo musical español) y que asume no ya como rasgos de exotismo sino de una identidad y centro mismo de una música que en este trabajo pone en función de recrear el misterio de la noche y de los lugares recordados y añorados (ya que estaba en Paris cuando la escribió).
El resultado es una trama de motivos –siempre vibrantes, acentuados, claros y concisos- que constituyen un tejido que se difumina en voces en la orquesta y en el instrumento solista, climas sonoros y momentos camarísticos. Plantea así el problema de la claridad y el equilibrio, de la pureza tímbrica, del contorno siempre destacado y una relación indiscernible entre el instrumento solista y la orquesta, que intervienen muchas veces juntos, tejiendo esa voz no en la mera yuxtaposición o en la sucesión sino en el la identidad sonora de cada instrumento.
En el piano plantea varios problemas: uno es el sentido rápido, percusivo, rítmico, pero con un toque a la vez suave y delicado, capaz de dar a esa frase de notas cortas una inflexión subjetiva (como sucede en el bellísimo motivo del tercer movimiento, que se inicia con un pasaje vibrante) planteado luego de la intervención de las trompas y que reaparece hacia el final. Esta es una particularidad: climas sonoros hechos en ricos motivos dan lugar a desarrollos de otros motivos conexos pero diferentes, que confieren a la obra una vertiginosa sensación de avance y un permanente juego imaginativo. Otra particularidad es la del color orquestal, por ejemplo en el inicio: el tremolar de las cuerdas en el acorde inicial, en un clima que va variando, enriquecido sucesivamente por las trompas, los oboes y las intervenciones de toda la cuerda y que da lugar a la entrada del piano con una rica elaboración de ese mismo motivo. Otra de las características es, en el piano, el planteo de un motivo y la introducción de figuraciones antes de resolverlo.
La joven pianista Patricia García Gil abordó esta obra con una seguridad absoluta, un sentido de la frase y de la totalidad. La segunda entrada del piano, luego de la resolución del primer episodio hubiera requerido mayor vigor y fluidez. La elección del tempo –algo ralentizado- del segundo movimiento (Danza lejana) y algún problema en las trompetas no alcanzó a debilitar la cohesión de un todo sin fisuras en una obra muy compleja que fue abordada con pocos ensayos, dada la demora en la recepción de las partes. Ignacio Vidal Gil evidenció conocerla muy bien y estar muy presente en todos los aspectos: la precisión rítmica, el color, la dinámica y el balance.
La Sinfonía nro. 9 en mi menor, opus 95, del nuevo mundo, de Antonin Dvorak cerró el programa con una versión que hubiera podido ser más ajustada en cuanto a la flexibilidad y a la continuidad de un discurso al cual un tempo ralentizado –que exigiría un mayor detenimiento en la conclusión de cada pasaje y en la articulación- no favoreció, con una cuerda algo incisiva en una textura que requeriría más homogeneidad y densidad. Es una obra exigente en una belleza sonora que hace al propio discurso y su manejo tanto el melos americano que lo inspiró como a su naturaleza de obra eslava que plantea cuestiones como el cambio de tempo en el finale (hacia los seis minutos) que finalmente se resuelve en una coda que recapitula sobre el tema inicial, confiriendo una gran unidad.
Destacaron Andrea Porcel (corno inglés); José Garreffa (trompa); Gerardo Gautín (fagot); Baldomero Sánchez (viola) y Federico Dalmacio (cello) 
Ignacio García Vidal es un director que pese a su juventud ha adquirido una gran experiencia –como director y docente, campos en los cuales ha alcanzado un gran reconocimiento- que se traduce en la claridad, la presencia permanente en una orquesta en la cual, pese a no indicar todas las entradas, nunca deja sola, y en el sentido de equilibrio y cuidado.
Lamentablemente, la falta de programas de mano –cuestión que unida a la demora en la recepción del material y a cosas como el ingreso de personas a la sala una vez iniciado el concierto, constituyen indicadores de una gestión- impidió tener una referencia de los intérpretes invitados.
Es también lamentable la impresión que esto genera en los visitantes.                      
           
               
           




Eduardo Balestena

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