martes, 17 de noviembre de 2015

Carmen en el cierre de la temporada de Juventus Lyrica


.Carmen, ópera en cuatro actos
.Música: Georges Bizet
.Libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy (basado en la nouvelle de Prosper Mérimée)
.Dirección musical y de coro: Hernán Sánchez Arteaga
.Elenco: Carmen (mezzosoprano) Rocío Arbizu; Don José (tenor), Marcelo Gómez); Micaela (soprano), María Groso; Escamillo (barítono), Juan Salvador Trupia y Rodríguez; Frasquita (soprano), Ana Sofía Romagnoli; Mercedes (mezzo soprano), Verónica Canaves; Zúñiga (bajo), Federico Rodríguez Salcedo; Dancairo (tenor) Sebastián Sorarrain; Remendado (tenor) Santiago Martínez, y otros
.Orquesta y coro de Juventus Lyrica
.Coro de niños, preparación Federico Neimark
.Dirección de actores y puesta en escena: Ana D ´anna y María Jaunarena
.Diseño de vestuario: María Jaunarena
.Diseño de iluminación: Gonzalo Córdova
.Teatro Avenida, de Buenos Aires, 15 de noviembre, hora 20.

 
Una muy cuidada y lograda versión de la ópera Carmen, de Georges Bizet marcó la culminación  de la temporada 2015 de Juventus Lyrica en el Teatro Avenida.
“Mentía, señor, mentía siempre, pero cuando ella hablaba yo la creía” lee Antonio Gades el fragmento de Merimée en la película de Saura (1983): ésta sola frase basta para marcar el carácter de la obra –que en la oportunidad fue interpretada con los diálogos hablados originales-: la inevitablemente trágica historia de una mujer no fiel a nada que no sean su propia naturaleza y sus propios impulsos, capaz, por su exuberante atracción, de arrastrar como una fuerza ciega e irresistible y destruir a su paso toda convicción y toda fidelidad, es el centro de la acción y de la música.
Este asunto, nuevo en la ópera, chocante (en 1875) y apasionado, que en el texto se desata con un mecanismo que recuerda a la tragedia griega de la época clásica, del siglo V antes de Cristo, se encuentra plasmado en una expresión musical también indetenible (propia del romanticismo musical), como la pasión que testimonia: la música tiene a la vez una función narrativa –en cuanto plantea las bisagras del texto teatral- y significativa ya que su belleza melódica, con elementos siempre diferentes e igualmente logrados, es el vector ideal para la intensidad de los distintos elementos de la tragedia.
Del mismo modo que Edipo pone en marcha el mecanismo de la fatalidad al pretender evitar la profecía, Don José es arrastrado a aquella apenas se propone casarse con Micaela, momento en que conocerá a Carmen.
Solistas, orquesta y coro
La expresión de la idea de la obra se traduce en diferentes elementos musicales que es necesario abordar con un sentido de totalidad aunque resulten en sí muy diferentes. De este modo,  mientras las líneas de canto de Carmen parecen obedecer más a una improvisación cuya intensidad va cambiando, en frases con fuerza y que suelen concluir en notas graves y abiertas, donde el canto muta en un fonema intenso que apela a la acción, al reproche o a la burla, las que corresponden a Don José como a Micaela (que obedecen ya a la romanza o al aria clásica) se desarrollan en una exposición melódica con partes  discernibles y diferenciadas enunciadas como frases musicales armónicas y con sentido conclusivo. En el caso de Don José, las apelaciones a la fuerza y a la violencia resultan así opuestas al carácter de canto. El suyo es un personaje en esa permanente tensión: la de verse obligado a actuar en contra de su naturaleza y la de su propia pasión irrenunciable.
La obra discurre en esta rica alternancia: nunca los duetos corresponden a personajes destinados a entenderse sino a diferenciarse primero y chocar después y que aun parecen discurrir en diferentes tonalidades.
            Rocío Arbizu planteó, en una ajustada y efectiva dirección teatral, esta naturaleza de su personaje: un canto instintivo, enérgico, claro, de acentos muchas veces irregulares, de provocación permanente, con un sentido desbordante de la emisión y una gestualidad acorde a esa naturaleza: “El amor es un niño gitano que no conoce la ley; si me amas no te amo, pero si te amo, cuídate” (L´amour est un oiseau rebelle): Verdadera clave de la obra que contrapone deseo, legalidad y encuentro, marca también –o más que nada- una demanda musical: Una línea que nunca puede ser impostada, que debe parecer irregular pero mantenerse dentro de una afinación y un fraseo musicales (ya que si bien sigue al habla no deja nunca de ser canto) y ser siempre espontáneo, producto no de una técnica sino de una naturaleza. Ella instaura el mecanismo de la tragedia. Ya desde su aparición inicial, casual, de espaldas al público, marcó esta impronta que supo mantener a lo largo de toda la obra. Egresada del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, con una sólida carrera, las condiciones de Rocío Albizu para el rol son evidentes en todo sentido.
            Marcelo Gómez se movió con comodidad en los requerimientos de un rol en permanente lucha interna y tensión, con pasajes tan diferentes como el dueto Parle-moi de ma mére  o la Romanza de la flor : la belleza de una línea fluida y demandante en aspectos como el fraseo y la respiración. Una línea rica que no debe ser virtuosa sino parecer sencilla, pero que exige también en una potencia y proyección vocal que permitan expresar los rasgos de un personaje cuya naturaleza misma está en ese canto. Fue muy lograda la actuación de este tenor también egresado del ISA del Teatro Colón.
            María Groso (también formada en el ISA) exhibió, en lugares como la bellísima aria Je dis que rien ne m´epouvante, tanto delicadeza como potencia vocal y fraseo, en notas largas y ligadas, en una muy lograda técnica. Mostró la inocencia del personaje agregado a la historia por los libretistas en un canto siempre claro y expresivo.
            A Ana Sofía Romagnoli; Verónica Canaves; Sebastián Sorarrain; Pablo Urban  y Rocío Albizu compusieron el preciso, rápido (máxime en el tempo utilizado) quinteto Nous avons en tete una affaire. Con demandas vocales diferentes a las de los personajes centrales, les cabe abordar puntos de inflexión de la historia. En este caso, es un extenso quinteto con notas destacadas en líneas sumamente rápidas que abordaron perfectamente.
            Juan Salvador Trupia y Rodríguez, de una gran prestancia escénica y claridad en la extensión grave del registro perdió pronunciación, afinación y continuidad en Votre toast, je peuz le rendre (“….Qu´un ceil noir te regarde”)  que demanda frases extensas que plantean el problema del fiato, el de la pronunciación y el de la ubicación en la tesitura. Ello fue así en el acto II y en el III (la misma frase fuera de escena).
            Parecidos problemas hubo en la intervención de Federico Rodríguez Salcedo como Zúñiga.
            Fue excelente la actuación del coro cuya disposición en el primer acto al producirse el tumulto en la tabaquería le permitió mostrar claramente los pasajes de pregunta / respuesta por los dos grupos de cantantes que pide la obra, situadas a ambos lados del escenario: “C´est la Carmencita/ Non, non ce n´est pas elle! Pas du tout” en un bello cuadro de conjunto.
            A un tempo vivo y preciso que nunca decayó  la música brindó todos los matices de la obra: desde sus partes más famosas a su tratamiento en distintos lugares de la narración: por ejemplo sobre el tema festivo del cuarto acto se ciernen acordes oscuros de la cuerda que anticipan la tragedia. Hernán Sánchez Arteaga fue muy claro y seguro en todas sus indicaciones. El bellísimo entreacto del acto III, con esa dulce polifonía entre arpa y maderas (perturbada violentamente por dos teléfonos celulares) fue una prueba de que la orquesta interpretó todo esos matices y la riqueza de una partitura musical que supo buscar sus referencias en la música popular española tanto como en la mejor tradición francesa.
            Puesta, dirección, iluminación, vestuario
            Escueta, clara, directa y efectiva, la puesta dio a la obra un soporte físico donde poder desarrollarla muy adecuadamente, dotándola de diferentes planos sin interpolar simbolismos ajenos a ella ni elementos de dudoso buen gusto. Apoyada por una iluminación sutil (sugirió, mostró, subrayó y creó atmósferas), que le confirió claroscuros, que contribuyó a destacar un vestuario nunca sobrecargado fue el espacio ideal para un cuidado esquema de movimientos en el escenario que permitió valorar el detenimiento de una dirección actoral siempre efectiva que no dejó nada librado al azar. Una prueba de ello fue el trabajo con idioma, una de las fallas que suele apreciarse aun en versiones de referencia.
            En el acto final la entrada a la plaza de toros por los banderilleros, la guardia de toreros y los “chulos” se produjo por la platea, vinculada así al espacio escénico y produjo un efecto de informalidad y “realismo inesperado y muy efectivo.
            Juventus Lyrica finaliza su temporada con una obra que evidencia un serio y sostenido trabajo.  

           

 




Eduardo Balestena