domingo, 9 de junio de 2013

El desafío de grandes obras

La Orquesta Sinfónica Municipal fue dirigida, en su concierto del 8 de junio en el Teatro Municipal Colón, por el maestro Emir Saúl y contó con la actuación solista de Graciela Alías en piano.
Siete Danzas para 10 instrumentos de Viento, de Jean Francaix (1912-1997) fue la obra inicial. Más allá de la cuestión de que una obra de cámara no resulte apropiada para su inclusión un programa sinfónico fue destacable el desempeño de los instrumentistas (quienes no aparecieron destacados en el programa) en un opus de exigencias formales diversas y continuas: en la precisión, en la afinación que posibilita la amalgama de timbres que de otra manera pueden resultar ásperos, en un marco de riqueza rítmica y espontaneidad. El sello de su gracia es lo que confiere unidad a elementos distintos y cada danza entraña dificultades propias.
Concierto nro. 1 opus 10, en re bemol mayor, de Sergei Prokofiev (1891-1953) Resultan evidentes las exigencias formales de un trabajo que aun siendo temprano encuentra consolidados los rasgos propios de un lenguaje personalísimo. Ya como formulación estética es interesante: a una introducción conjunta en el instrumento solista y en la orquesta que, con adiciones de voces en la paleta repite el motivo inicial, sucede el primer tema propiamente pianístico: una suerte de cadencia donde más que entender a los graves como un acompañamiento asistimos a una suerte de sonido que se desdobla en dos elementos enunciativos, que resulta de una gran dificultad técnica y que encuentra continuidad en un bello pasaje –Alias le confirió a esta resolución un fraseo que suavizó la fuerte energía del pasaje anterior. Tras un episodio central lento que lleva a un motivo afín al primero del piano, se reitera el motivo inicial que será retomado en el tercer movimiento. No obstante la cuidada  y clara versión de Graciela Alias el arranque del tercer movimiento careció de la energía que requiere tal comienzo.
El problema que se plantea ante un monumento musical como ese es el de los desfasajes en su textura cerrada y rápida,  que requeriría un conducción clara, que no dejase la cuestión de la cuenta de compases o las entradas en los instrumentistas sino unificarlas en una sola y clara pauta. No obstante estos inconvenientes el resultado final, más que nada en ese rico lenguaje pianístico, fue el de poder evidenciar la riqueza de un compositor no tan frecuente en las salas de concierto y poder plantearlo con la energía que es el sello de la obra.
Sinfonía nro. 7 en la mayor, op. 92, de Ludwig van Beethoven (1770-1827)        
No se puede abordar una sinfonía de Beethoven como una obra más. No por conocidas o queridas resultan más amables o sencillas. Por el contrario, ofrecen una amplia gama de abordajes sólo posibles a partir de un trabajo de detenimiento en todos sus aspectos (que son muchos).
La séptima es una de las más demandantes: sólo entrega su belleza y sus posibilidades al precio de atender a factores tan delicados como el tempo: uno apropiado, uniforme, compacto y al mismo tiempo claro, las articulaciones entre los pasajes en que un elemento rítmico plantea una vacilación, resuelta por otro que le sucede y un largo, pero largo etcétera.
Paradójicamente, el presto final, en el que en otras oportunidades se presentaron problemas, fue el más logrado, pese a la gran dificultad en secciones como la de la cuerda.
Ya el comienzo, con ese acorde de intensidad progresiva de las cuerdas, antes de cuyo final se introduce el oboe, como si entrara a destiempo antes de la resolución, fue vacilante, breve y carente de la intensidad requerida. El movimiento en sí careció de un centro de gravedad que lo conformara como un todo capaz de discurrir a partir de ese centro, ya que la construcción a partir de  esa introducción y del desarrollo posterior: una idea alternativamente expuesta por los vientos, un dibujo basado en la descomposición del acorde de la mayos, es una de las  muestras del genio de Beethoven en una de sus composiciones más representativas.
Hubo disparidad en las secciones: unas maderas siempre con sentido de musicalidad,  alternaron con problemas, a veces graves, en otras secciones –cornos y trompetas.
Las grandes obras no se hacen solas, implican el desafío de que deben provenir de un enfoque y de un trabajo profundo, técnico y estético.

    




Eduardo Balestena