viernes, 23 de octubre de 2009


Fuerte como una mariposa y ceñido como una Verónica
En su concierto del 14 de mayo, la Orquesta Sinfónica Municipal, bajo la dirección del maestro José María Ulla, contó con la intervención solista de Carlos Groissman.
En la gruta de Fingal
El programa abrió con la obertura de Mendelssohn, en la gruta de Fingal, opus 26, una de sus obras más representativas, inspirada por la magia de los paisajes escoceses, en una perfecta interpretación que rescató el estilo luminoso e inspirado de este formador de la orquesta moderna. Destacó el solo de clarinete de Gustavo Assaro, así como toda la sección de las maderas.
Felices ojos míos.
Es inimaginable Joaquín Rodrigo como compositor sin su formación en la Escuela Normal de música de París con Paul Dukás, la influencia de su esposa y gran amor de su vida, Victoria Kamhi, nacida en Estambul en 1905, y la atmósfera mediterránea –más que nada en la claridad- que modelaron su genio.
El concierto de Aranjuez, que interpretó en el rol solista Carlos Groissman, fue escrito en 1939. Eran las vísperas de la Segunda Guerra Mundial y Rodrigo buscaba dejar París. De paso por San Sebastián, en busca de trabajo, se encontró con el guitarrista Regino Sainz de la Maza, quien le encargó el concierto. Meses más tarde, en su estudio de la Rue st,Claire, Rodrigo concibió los dos temas del adagio y el tercer movimiento. Una vez estrenada, por el mismo Sainz de la Maza, la obra tuvo un éxito que eclipsó al hermoso concierto de Mario Castelnuevo Tedesco, escrito el mismo año.
Así como la literatura de Rulfo se nutre de su saber antropológico, la música de Rodrigo (desde su refinamiento parisino) lo hace con la tradición española. Hay siempre en él un sabor arcaico, limpio y claro en el cual se basa aun para sus obras más innovadoras. El concierto Madrigal por ejemplo (estrenado por Pepe y Ángel Romero en guitarras) es un homenaje a la España del siglo de oro y rescata un madrigal anónimo italiano: “Felices ojos míos”. No parece casual que un invidente (fue víctima de difteria en 1903; no murió, pero quedó ciego) utilizara esta obra olvidada para recrearla, tal como lo hizo con las de Gaspar Sanz, y ese gesto define el optimismo y la fuerza de quien escribía música en Braille, con una máquina de seis teclas y que luego debía dictar la partitura, nota por nota.
Decía que le gustaba oírlo “fuerte como una mariposa y ceñido como una Verónica”, tomando de la mariposa un rasgo nada obvio, como su fuerza, capaz de predominar sobre su delicadeza. Se ha dicho que hay en él, particularmente en el adagio, un hondo misterio con resonancias del mundo sefaradí, de antiguas músicas del siglo XVIII, en una concepción esencialmente guitarrística donde el peso de la melodía recae en racimos de notas. Mas la música de Rodrigo es ingrata: cuando está bien ejecutada parece fácil, aunque sea extremadamente difícil.
Tuvimos una versión muy trabajada, donde lució precisamente el adagio, en una expresividad dulce y profunda, más allá de las dificultades del primero y tercer movimiento, pese al retardo de su tempo con respecto al original.
El tema del adagio es presentado por el corno inglés. Otorga al movimiento su material temático y su carácter, y más adelante se produce un diálogo entre ambos instrumentos, al hacer el puente con la reexposición del tema. El corno inglés tiene una connotación de misterio, dulzura y terruño. Andrea Porcel brindó este solo –de requerimientos distintos a otros que ha hecho, por ejemplo en el oboe- con su particular sonido, refinado, sentido, seguro, eficaz. La contraposición entre orquesta e instrumento solista es un tema nudal que Rodrigo pensó y resolvió, y agregar –como se hizo- amplificación, perturbó insalvablemente este equilibrio, efecto que sólo se vio minimizado por otra cuestión crucial: la proyección que de su sonido, hace el solista de la orquesta –este es uno de los grandes desafíos de todo solista, representarse su sonido en la sala. Según la posición que se tuviera en la platea, el solo del corno inglés era menos audible que su acompañamiento en la guitarra. El problema es que hacerlo más fuerte no guarda relación con la concepción camarística del concierto.
Convengamos en que Narciso Yepes, con Odón Alonso en el podio, también lo tocó en vivo con amplificación, aunque más lejos del instrumento, pero Ernesto Bitteti, no siguió este criterio en la versión con García Asensio.
Sinfonía nro4, en re menor, opus 120 de Schumann
Fue muy buena la interpretación de esta obra, en la que se escuchó cada cosa, es en realidad la segunda sinfonía escrita por Schumann, a la que relegó al haber obtenido con ella un éxito menor al de la primera, para reelaborarla y estrenarla nuevamente en 1851. Es de gran exigencia en la cuerda. En el solo de violín del segundo movimiento, tema luego retomado en el último, destacó Aron Kemelmajer. Destacaron además el solo de oboe –Paula Zavadivker- y la línea de cornos, particularmente en el último movimiento (José Garreffa, Jorge Gramajo, Carlos Bortolotto y Adrián Toyos) en una obra de enorme compromiso para toda la orquesta.




Eduardo Balestena

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