jueves, 8 de octubre de 2009


Un cosmos musical
Dirigida por el Maestro José María Ulla, y con la actuación solista de Guillermo Zaragoza, la Orquesta Sinfónica Municipal se presentó en el Teatro Colón el 6 de noviembre.
El Maestro Ulla rindió un emotivo homenaje al Maestro Washington Castro, al dedicar a él un aplauso.
El programa comenzó con la obertura La scala di seta de Gioaccino Rossini, claro ejemplo de su discurso clásico, dado en ese carácter típicamente Rossiniano de humor y amabilidad que oculta lo compleja que es realmente la obra, máxime en el solo de oboe –Andrea Porcel-, que luego trabajan las maderas.
Rachmaninoff
En su libro sobre Edad media, el sacerdote Alfredo Sáenz señala que las catedrales son un símbolo del cosmos. Lo mismo podría predicarse del tercer concierto, en re menor, opus 30 que Sergei Rachmaninoff compuso en 1909 en su casa de Ivanovna, antes de su gira por Estados Unidos, donde lo estrenó, y que constituye un genuino cosmos musical. Era tan complejo que debió practicarlo incesantemente durante la travesía y hasta poco antes del estreno, no se sintió seguro acerca de algunos pasajes. Recordemos de paso la película “Claroscuro”, que narra las peripecias de un pianista que pierde la cordura luego de ejecutarlo. En la película alcanzamos a vislumbrar la partitura: un grueso e intimidatorio libro plagado de inacabables racimos de notas.
El propio Rachmaninoff, luego de estrenarlo en Nueva York –bajo la dirección de Walter Damrosch-, y de ejecutarlo en Filadelfia y Baltimore, con la orquesta bajo la dirección de Gustav Mahler, fue progresivamente dejando de tocarlo al considerar que su técnica era superada por otros pianistas.
Es claramente distinto del número 2, ya que si bien el diálogo con la orquesta es cerrado, la naturaleza de los discursos parece diferente: mientras en el segundo están imbricados en esa veta melódica claramente afectiva –que se le ha criticado y que quizás sea una de los mejores rasgos del autor de la Suite de Aleko- en esta obra, la orquesta mantiene ese carácter “afectivo” frente a un discurso pianístico virtuoso y a veces algo frío. Mahler extrajo lo mejor del sonido orquestal, según Rachmaninoff, y lo mismo podemos decir ahora, donde al rol sensible, del aparato orquestal, se sumó el continuo ajuste –tarea nada sencilla en una textura tan cerrada, con muchas notas y entradas- a un piano que llevó adelante un arduo trabajo, ante una obra que se encuentra en la cima de la dificultad en las de su género y en la cual no es fácil la fluidez, y que cierra una época. Rafael Orozco, ha entregado probablemente la versión más fiel. Otras de referencia son las de Martha Argerich, Lazar Berman y Bruno Gelber, que lo tocó con nuestra Orquesta Sinfónica, en 1979, organismo con el cual también lo interpretó Elsa Puppulo.
El maestro Zaragoza, entre sus muchos trabajos, ha ejecutado el concierto nro. 1 de Rachmaninoff, y recordamos –entre otras performances- una excelente versión del nro. 2 de Beethoven, con su compleja cadencia del primer movimiento.
Tchaicovsky
En la segunda parte se interpretó la Sinfonía nro. 4, en fa menor, opus 36, que Tchaikowsky dedicó a Nadezka Von Meck, y que escribió en 1877, en medio del trace de su separación con Antonina. Los bocetos son anteriores a la ruptura. Luego vino el primer movimiento y posteriormente los restantes, que escribió en Suiza.
Al igual que en la quinta, también habla de un tema del destino, que irrumpe en el acorde inicial de los metales. Como todas sus sinfonías, es de un encendido lirismo y de gran originalidad en la concepción, por ejemplo en sus crescendos y decrescendos, que marcan la reaparición del tema principal hacia el final del movimiento. A esa complejidad hay que sumarle esos temas típicamente de Tchaicovsky, que parecen originarse de la nada, y generar una nueva atmósfera en secciones, también en crescendo. El segundo movimiento se inicia con un solo de oboe, con un tema melancólico (“otra fase del sufrimiento” dice el autor), tomado y desarrollado luego por la orquesta. La riqueza está además en la armonía de las maderas cantando ante las frases de la cuerda. El tercer movimiento es en pizzicato en toda la cuerda y el cuarto, un estallido (“¡Si no has encontrado la felicidad en ti, mira alrededor!”, dice el autor a Madame von Meck). Hacia el final, el movimiento, igual que en la quinta sinfonía, lleva de nuevo a la idea principal y un nuevo crescendo conduce al fin. Como todas las del autor, es una sinfonía de mucha complejidad técnica, paradójicamente vertebrada por esa misma complejidad en la cual su propio lirismo es lo que mejor guía a los músicos.
Un programa exigente que acaba con esa sensación, típica del sinfonismo del autor ruso, de que luego de concluida la obra, ésta sigue resonando en nuestro interior.


Eduardo Balestena

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