miércoles, 7 de octubre de 2009

Rachmaninoff y Tchaikovsky
La Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por su director titular, el Maestro José María Ulla, se presentó con la actuación solista de Iván Ruskaukas, el 10 de julio en el Teatro Colón.
Iván Rutkauskas –cuya reseña biográfica fue publicada en La Capital del 4 de julio- abordó el concierto nro. 2 en do menor, opus 12, de Sergei Rachmaninoff. Lo hizo a partir de una postura de mucha seguridad ante tal obra, que requiere tanto un dominio estético como técnico. Se trata de un trabajo muy elaborado de Rachmaninoff, crucial en su carrera como pianista y como compositor, por lo cual no es posible abordarlo sin el adecuado entendimiento de una estética personal, imaginativa y virtuosa. En este sentido, Iván Rutkauskas, lo hizo lucir en todos sus matices, en una fluidez que, a la manera de Rafael Orozco, parece proponerse captar la obra antes que lucirse en lo personal, y cuyo lucimiento deviene de haber alumbrado la plenitud de dicha obra.
¿Por qué, por qué, con qué fin?
En la segunda parte se interpretó la Sinfonía nro, 6, opus 74, en si menor, de Piotr Illich Tchaicovsky.
Jorge D´urbano señaló que a Tchaicovsky podrían hacérsele las más severas críticas que oscurecerían a cualquier músico que no hubiera sido él ((Revista Clásica, mayo 1990). Aunque no pueda compartirse tal afirmación, ella entraña otra: la forma en Tchaicovsky siguió a su emoción y sus intuiciones y a la vez las disciplinó. Sus estados interiores aparecen como sensibilidad de una forma cuyos límites expande permanentemente. Ya es ejemplo de ello su primera sinfonía (Sueños de invierno, opus 13).
Las soluciones son a la vez sencillas, atrevidas, imaginativas e inescindibles de una sensación, en este caso, la de enigma, agobio, belleza y muerte que presiden un esbozo inicial de 1891 donde, con la intención de hacer una obra programática, el autor escribió: ¿Por qué, por qué, con qué fin? La idea vino, luego de la ruptura de la relación de amor epistolar por parte de Nadezca Von Meck, durante un viaje a París y acabó de completarla en su casa solariega de Frolovskoie, en cuyos campos quiso ser sepultado. A ella le había confiado antes de la ruptura su intención de escribir esta obra con una historia subyacente que nadie conocería. No iba a terminar con un allegro sino con un movimiento lento. Una atmósfera de muerte rondaba entonces San Petesburgo, con su epidemia de cólera, y a Tchaicovsky, a quien, tal como se reveló en 1978, un tribunal de “honor” reclamó el suicidio, que cobró la vida del compositor, nueve días después del estreno de la Sinfonía Patética
Así, el ímpetu, el descubrimiento, tanto como la inminencia, la desazón y la muerte presiden esta obra que basa su unidad en las cuatro notas descendentes con las cuales empieza y concluye y que la atraviesan en toda su extensión. En el primer movimiento, el tema principal aparece, precedido por los tonos graves de la cuerda, en adagio en los fagotes y es trabajado inmediatamente después en allegro por toda la orquesta en un crescendo que conduce a un segundo tema, cortado por un angustioso fugato hecho con las cuatro notas. Esta dialéctica entre un elemento sencillo, trabajado hasta sus límites a partir de una “imaginación emotiva” preside esta obra que, tras un segundo movimiento –un curioso vals en cinco tiempos que cronológicamente fue el último en ser compuesto- , llega un tercer movimiento Alegro molto vivace, en forma rondó, donde, a partir de figuraciones de la cuerda en tresillos, tomadas del segundo movimiento, el tema principal es introducido por el oboe, y se desarrolla en forma casi marcial, en sonoridades brillantes, en una continua e indetenible exploración del tema hasta sus límites. Es sucedido por el adagio lamentoso, esencialmente ruso, suerte de canto fúnebre, de sonoridades profundas y recurrentes que, en el programa propuesto por el compositor, sugiere, en un decrescendo, la idea de agotamiento de la vida, el fondo de una experiencia que ya no puede seguir sino solamente desvanecerse, como la música.
Tanto la dinámica (los grados de intensidad del sonido) en el adagio lamentoso, como la estructuración del magistral crescendo del tercer movimiento, estuvieron muy logrados en una orquesta que mostró una mejora en la homogeneidad y afinación de muchos de sus violines respecto, por ejemplo, al Canto del Destino, de Brahms, recientemente interpretado.
Nunca sabremos por qué, ni con qué fin suceden las cosas, pero sí sabremos que las cosas que suceden pueden convertirse en una plenitud estética que dé a la humanidad, algo digno de atesorar para siempre. Mientras el hombre exista, la Sinfonía Patética expondrá y guardará un milagro musical y un enigma.


Eduardo Balestena

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