viernes, 23 de octubre de 2009


Descubrimientos
Con media hora de atraso respecto de la hora anunciada (a la espera de autoridades, que una vez llegadas hicieron uso de la palabra) se inició el concierto del 18 de junio de la Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por el maestro alemán Georg Mais, con la actuación del pianista bahiense Ignacio Ares.
Obertura de la Ópera el Rapto del Serrallo, de Mozart
Ya desde el inicio el concierto deparó la sorpresa de que no importa cuánto se piense conocer una orquesta, ella entraña una enorme posibilidad sonora. No fue como otras muy bien interpretadas oberturas de Mozart. Quizás podamos buscar en John Elliot Gardiner, uno de los directores con quienes se perfeccionó Geor Mais, esta delicada textura, menos brillante, de refinamiento en la idea histórica del timbre clásico, claro y expresivo pero no vibrante. Fue como si la orquesta sonara detrás de un delgado velo.
Concierto para piano y orquesta en la menor, opus 54 de Schumann.
El particular lenguaje de Schumann, tan claro antecesor de Brahms en este concierto (más que nada en la cadencia densa y acórdica del primer movimiento), está dado en la dialéctica de sus dos personajes fantásticos, Florestán y Eusebius. En uno hay arranques impetuosos y en el otro, melancolía e introversión. Clara Wieck, esposa de Schumann, quien estrenó el concierto el 4 de diciembre de 1845, y que un mes más tarde lo tocó bajo la batuta de Mendelssohn en la Gewandhaus de Leipzig, dijo que se trataba de “algo intermedio entre sinfonía, concierto y sonata”. Ello es claramente así en un discurso que respira inspiración y libertad formal. Luego del arranche inicial del piano, un bellísimo acorde en las maderas y cornos enuncia el primer tema. Luego habrá un segundo, pero no existirá un contraste sino una amalgama entre ambos.
A diferencia de otras obras, la imbricación con la orquesta es continua En esto y en la contraposición Schumanniana de Florestán y Eusebius, estuvo lo mejor del trabajo de Ignacio Ares en un piano de timbre muy claro, donde, más allá de los aspectos puramente dinámicos, encontrar ese equilibrio no es nada fácil. Schumann había escrito piezas breves, formalmente libres, a las que llamó novelletes, en las cuales había una contraposición de episodios: el segundo movimiento (una especie de lied) trabaja de ese modo dos temas, con cello, clarinete y piano, en los que el solista fue muy expresivo. El intermezzo conduce, sin solución de continuidad a un Allegro vivace técnicamente muy arduo donde el enunciado del piano es claro, rico y vibrante. Verlo ejecutar es adquirir conciencia del tejido estrecho entre la orquesta y el piano en una inspirada interpretación que rescató esa idea de unidad.
Sinfonía nro 4, en mi menor, opus 98 de Brahms
Cuando Brahms hizo oír la obra a sus amigos en una versión para piano a cuatro manos, las críticas fueron despiadadas. Sin embargo, en la versión orquestal definitiva, las cosas fueron diferentes. El tema principal del primer movimiento es expuesto por los violines, sin introducción alguna y desde ese momento, se impone una lógica musical indeclinable que cumple con la paradoja de que cada cosa es parte de una arquitectura y a la vez, algo inmensamente inspirado en sí mismo. Todo es en sí pero a la vez está por algo.
Hubo un valor agregado: el de una versión que sonó esencialmente brahmsiana, con esas sonoridades graves en violas, cellos y bajos y en un tiempo algo más vivo que en otras, que subrayó tanto las propias intervenciones como su articulación en el todo. En orquestas más grandes y con tiempos más lentos, el sonido suele hacerse más pastoso. La escritura de Brahms entraña por un lado, esa suavidad donde los timbres se disuelven, unos en otros, y por otro, intervenciones cortantes, como la de los violines en una parte avanzada del primer movimiento. En un tiempo más vivo, esto se nota más, pero al mismo tiempo el armado parece más difícil para los intérpretes. Se optó, exitosamente, por esta idea, que necesita de una claridad sin la cual, el efecto no sería posible.
La escucha en vivo permite advertir como se generan esos acordes típicamente de Brahms: la flauta que inicia su solo en una frase de los violines (en el cuarto movimiento), y las armonías que se tejen en las maderas. Un ejemplo es el conjunto de solos (en cornos y maderas) que enuncian el Andante moderato. Al final, Allegro energico e appasionato está concebido en forma de passacaglia (30 variaciones sobre un tema de 8 compases de los bajos, tomado de la Cantata 150 de Bach) se pasa de la sonoridad noble de los cornos, a la vibrante de trombones. Fue un memorable Brahms donde destacaron, entre otras intervenciones, los solos de Mario Romano (clarinete) Federico Gidoni (flauta) José Garreffa (corno) y Paula Zavadivker (oboe).
Exilios
El marco del día internacional del refugiado, que se recordó en el concierto, nos lleva a pensar que la música es una región, elevada y a la vez íntima e inacabable, que siempre tiende sus brazos a quienes hemos sufrido distintas clases de exilios, y nos hace la vida soportable. Ella está cuando casi todo nos ha abandonado y quedará para otros cuando nos hayamos ido. Los músicos también son exiliados en el mundo de la cosa pública y sus políticas. Ojalá que las veces en que los hechos institucionales se cruzan con el arte, sirvieran para tomar conciencia de que existe una deuda de lo público con la música y de que los esfuerzos en pos de saldarla, nunca serán infundados ni inútiles.



Eduardo Balestena

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