miércoles, 7 de octubre de 2009


La Sinfónica Municipal y Pedro y El Lobo
Una original versión del cuento sinfónico Pedro y El Lobo, opus 67, fue la que interpretó el 16 de julio, con repeticiones el 17 y 18, en el Teatro Colón, la Orquesta Sinfónica Municipal dirigida por el maestro José María Ulla, con la presentación de Andrea Porcel, quien también actuó como narradora. Se interpretó además, la obertura de El barbero de Sevilla, de Rossini.
Días atrás, la orquesta había llevado a cabo una excelente versión de la Sinfonía Patética, de Tchaicovsky y con los ecos de este coloso aún resonantes, acometió esta significativa obra del que quizás sea el más esencialmente ruso de los músicos del siglo XX, Sergei Prokofieff (1891-1953).
Curioso destino el de Prokofieff, que murió el mismo día que Stalin (5 de marzo de 1953) luego de haber sufrido en 1948, la acusación de encontrarse bajo la perniciosa influencia del formalismo, y obligado a pedir disculpas por su credo musical, pese a haber sido –voluntariamente- el músico que cantó al régimen. Para radicarse en Rusia debió dejar una más que exitosa carrera como concertista en Europa y América. La suite El teniente Kijé (1935), encargada para una película y Pedro y el Lobo (1936), marcaron el regreso de quien había sido un brillante alumno de Glière, Liadov y Rimsky Korsakov.
El trabajo de Prokofieff en música representativa no comienza sin embargo aquí. Ya había trabajado antes con Diaghilev (con la suite El bufón, sobre un cuento ruso, y El jugador, sobre la novela de Dostoievsky). Su gran aporte (además de El ángel de fuego, estrenado póstumamente) fue sin embargo para Sergei Eisenstein (a quien Victoria Ocampo intentó traer a Argentina) para un proyecto nunca concretado) en las películas Alejandro Nevsky e Iván el Terrible. Su trabajo fue una co-creación, donde música e imagen fueron concebidas una en función de la otra.
No es de sorprender entonces la sabiduría con que discurre la narración de Pedro y El Lobo, donde los personajes encuentran su carnadura en instrumentos y melodías que rescatan tanto sus caracteres como sus movimientos. La orquesta así, lleva una función narrativa por una parte, y puramente musical por otra, ya que las cuerdas, por ejemplo, sirven de base a situaciones y aportan densidad en determinados momentos –en pizzicato a veces- más allá de representar al personaje de Pedro. La imaginación melódica de Prokofieff y su talento armónico lucen por ejemplo en la danza que caracteriza a los cazadores. Su inspiración como compositor se encuentra aquí, tal como en sus trabajos mayores –Sinfonías y conciertos, en los cuales el aporte, tanto a la orquesta como al piano, lo definen como uno de los músicos modernistas más genuinamente rusos.
Prokofieff celebró la revolución de 1917, que lo encontró en San Petesburgo, y participo de la doble naturaleza de ser un músico original, interior, y de tratar de poner la música al servicio de la revolución y las masas. Así, se habría sentido más que complacido ante el espectáculo de un teatro lleno de niños.
Otra vuelta de tuerca
Bajo el disfraz de payaso –confidente y narrador por antonomasia, como lo revela el personaje de Canio en I Pagliacci- la presentadora estableció, de una manera por demás graciosa e imaginativa, lo que la crítica literaria llamaría un contrato de lectura, que sirvió para que la función fuese posible en un teatro atestado, creando reglas y estableciendo una suerte de complicidad para el final.
Ya mudada en narradora (con antecesores tan ilustres en el mismo papel como Boris Karloff y Santiago Gómez Cou) Andrea Porcel propuso, luego de acabado el cuento, una vuelta de tuerca en la cual reivindicó al lobo, injustamente tomado como el villano. No soy ni bueno ni malo, soy lobo y si talan los bosques y hacen desaparecer a los animalitos que me gustan ¿que quieren que coma, mostacholes?
Tal inteligencia de su enfoque, gracia y dominio de la escena, fueron medios que utilizó para ir más allá de la concepción educativa de una obra e involucrarla en otro juego y al hacerlo, reformularla como tal, asumiendo que el arte no simplemente educa o se contempla, sino que se vive. Destacaron los solos de Federico Gidoni (flauta: un pajarito amigo de Pedro), Mario Romano (clarinete: un gato) Guillermo Devoto (oboe: un pato) Gerardo Gautín y Karina Morán (fagotes: el abuelo), José Garreffa y Jorge Gramajo (cornos: los cazadores) y Marcelo Gugliotta (timbal: los disparos de los cazadores).
De este modo, para los niños, entre ellos los de un establecimiento diferenciado, una orquesta pudo asociarse a una historia viva, que los involucró y que seguramente nunca olvidarán. Bueno seria poder llevar esta puesta a otros sitios mientras pensamos que en alguna parte, Prokofieff debe haber sonreído inmensamente satisfecho, con la tarea de llevar el arte a todos, felizmente cumplida.


Eduardo Balestena

No hay comentarios:

Publicar un comentario