viernes, 23 de octubre de 2009


Las virtudes musicales
El maestro Leonardo Rubín, dirigió la Orquesta Sinfónica Municipal en su concierto del 28 de mayo, en el cual actuó como solista, la violinista Lucía Luque.
Obertura de Russlan y Ludmila, de Glinka
Mijail Ivanivich Glinka (1804-1857) surgió como una de las voces fundantes del nacionalismo musical ruso, aunque se formó inicialmente con Field, Bellini y Donnizzeti. Russlan y Ludmila fue tomada de un cuento de Pushkin. La obertura es rápida, precisa y brillante La interpretación la hizo lucir plenamente su inventiva, sus rápidos pasajes en la cuerda, sus precisos toques de timbal y el lenguaje de un creciente nacionalismo que aún no ha dejado la herencia europea.
Concierto para violín y orquesta en re mayor, opus 35, de Tchaicovsky.
Lucía Luque hizo, con nuestra sinfónica, el concierto de Max Bruch, hace casi dos años. En ambas oportunidades logró algo no frecuente en los jóvenes intérpretes: ir más allá de una ejecución escolástica, correcta, algo fría y efectista, para abordar la obra como realmente debe sonar: con sinceridad, sin aquellos efectos que no le son propios y con un dominio técnico evidente, en un escenario que parece ser su medio natural.
Leopold Auer, el violinista para quien fue escrito en 1878, se negó a ejecutarlo. Escapaba de los cánones estéticos del momento, concebido, como está más que como una dialéctica con la orquesta, o un mero brillo del solista, como un puro desbordar de la melodía. Solista y orquesta, amalgamados, están en función de esta idea. Está lejos de la tensión emocional de sus sinfonías pues el desborde no es de emoción sino de dulce lirismo. Lo escribió en Clarens, Suiza y el violinista Kotek, joven virtuoso, lo aconsejó en la parte solista.
Ya el comienzo, luego de una corta cadencia, anuncia la dulce melodía que le confiere su carácter danzante. Es muy preciso y virtuoso. Más adelante, luego de una compleja cadencia, y del solo de flauta (Federico Gidoni), aparece un tema nuevo, de enorme dulzura, sobre él se construirá otro pasaje virtuoso, antes del final del movimiento. El segundo enuncia, luego de una introducción orquestal la canzonetta, evocativa de la melancolía de Tolstoi. Es un movimiento simétricamente construido (introducción, primera parte, segunda parte, reexposición de la primera parte y conclusión con los elementos de la introducción). Hay bellas alternancias con las maderas. El final se sucede sin solución de continuidad con su vivo ritmo de danza. Instrumento solista y orquesta no se contraponen sino, pese a la intervención continua del solista, se suman hasta el final, cuyo espíritu apoteótico resuelve el material, a veces sugerido y esfumado, del resto de la obra.
Sinfonía nro 1, en do mayor, de Bizet
Bizet la compuso a los 17 años y, desdeñada por un jurado y por profesores del conservatorio de París, permaneció allí olvidada durante ochenta años. Es una obra de enorme lirismo e inventiva, y de sabia orquestación. Los temas se suceden y parecen estallar. Tomemos por ejemplo los solos de corno del primer movimiento (José Garreffa). En el segundo, el carácter danzante muda en un bellísimo solo de oboe que le da material y textura. El material es tomado luego por la flauta y las maderas y vuelve una y otra vez al oboe, estableciéndose un diálogo continuo, envolvente y dulce donde es imperativo que ese carácter no se pierda en el pasaje de un instrumento a otro y luego a la cuerda. Lucieron particularmente Paula Zavadivker y Andrea Porcel (oboe solista y suplente solista, respectivamente), Mario Romano y Ernesto Nucíforo en clarinetes y las flautas (Federico Gidoni y Laura Rus). Se establece luego otro aire de danza, autónomo, en las cuerdas, en forma de fugato. Lució así, toda la cuerda. El fragmento se resuelve en una nueva aparición del oboe y en el reencuentro del tema inicial. Fue un solo de oboe perfecto. El tercer movimiento, allegro vivace trae nuevos temas de danza en secciones anunciadas luego de acordes graves en cellos y bajos. El cuarto movimiento comienza en rápidas secciones en las cuerdas en un tema completamente distinto. Es una obra rápida y chispeante. Ha sido sin duda un acierto haberla rescatado, ya que no es frecuente ni en el repertorio ni en la discografía. (La versión de referencia es la de Charles Munch con la Filarmónica de Londres).
El maestro Leonardo Rubín dirigió nuestra sinfónica en Haroldo en Italia, de Berlioz, y la Sinfonía del nuevo mundo. Así como la solita concilió juventud con fidelidad a la obra y técnica, el maestro Rubín lo hizo con virtudes que no están reñidas, como gentileza, claridad y efectividad. Los resultados estuvieron a la vista en una orquesta que, pese a todos sus problemas, sonó sin fisuras.

(fe de erratas: Deseo aclarar que en el comentario referido la obertura Las hébridas, de Mendelssohn, figura como a cargo de Mario Romano, un solo de clarinete que hizo Gustavo Azzaro)

Eduardo Balestena

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