miércoles, 28 de octubre de 2009


Una metáfora del mundo
El 30 de julio se presentó el Coral Carmina, con Catalina Odriozola, Roberto Nadalet y Leandro Sosa como solistas, el coro de niños del Colegio Provincias Unidas del Sur, dirigido por Cecilia García; Roque Figliuolo, Fernando Irusta, Daniel Izarraga y Leticia Pucci en la percusión, y Marina Saavedra y Horacio Soria en pianos, interpretando Carmina Burana, Cantata de Carl Orff en una versión de la obra para dicho ensamble instrumental.
Cantiones profanae
En dos de sus programas de la serie “Un viaje al Interior de la Música”, Horacio Lanci historió y explicó esta obra tan particular, escrita en 1935/36 por encargo de Hitler, con motivo de las Olimpíadas de 1936, y que toma elementos del lenguaje de Stravinsky en la versión de Orff (1895-1982) de algunas de las canciones encontradas en el monasterio Benedictino de Benediktbeuren en la alta Bavaria en 1803 (es decir, cancionero de Beuern, o cantos de Burana). Son 250 canciones del siglo XI al XIII, en latín, francés y alemán, de las cuales Orff tomó 25. Están escritas por Goliardos, clérigos itinerantes (clerici vagantes) que migraban en el período del monacato, antes de la fundación de las Universidades, en la baja edad media. Eran despreciados, iconoclastas y como se ve, muy inspirados en muchas sus letras, dotadas de gracia y sabiduría. Existen excelentes versiones originales por el Theatrum Instrumentorum, de Milán y nuestro grupo patagónico Languedoc de El Bolsón.
Versiones
Sorprende la efectividad de la versión para dos teclados –del propio Orff. La orquesta aporta colores, densidad, efecto y volumen, más que nada en los metales y en pasajes instrumentales, como el número 6 (Tanz), previo al Floret Silva, o en el 10 (Were die werlt alle min); como ganancia secundaria, en la versión de dos teclados parece resaltar más el coro y la percusión a la vez que la obra es llevada a lo esencial y se hace más rápida y liviana. Se advierte que gran parte de ella descansa en la percusión (en la cual Orff fue un experimentador) en una escritura que la explora y asume en su forma más expresiva, con lo cual se nota también el ensamblaje entre los instrumentos que la llevan a cabo. Es increíble que toda la parte instrumental esté hecha por seis personas, en este caso, músicos todo terreno, de enorme experiencia.
Las cosas en claro
Ya el ensayo, distendido y con momentos de mucho humor, permitió ver el dominio que se tiene de la obra y que en el trabajo con ella, nada se da por sentado, sino que se la repasa en cada detalle. Horacio Lanci ha sabido marcar una unidad y mantener el tiempo en una escritura muy rítmica y de permanentes cambios que suscita una tendencia a acelerar. Roxana Irurueta, una de las contraltos, me enseñaba la partitura: una miríada de hormigas negras colgadas de alambres, y el trabajoso lenguaje de una escritura que cambia la duración de sus compases, que obliga a permanecer en registros altos durante mucho tiempo y que alterna entre momentos de mucha dulzura y otros de espectacularidad. Los resultados hablan a las claras del trabajo de Graciela Véspoli y Catalina Odriozola.
Si bien el lenguaje es simple: elementos repetitivos, armonía consonante y apelación a los efectos, las cosas no son para nada así técnicamente: coro y solistas parecen trabajar al límite de sus extensiones en exigencias a veces opuestas, por ejemplo el staccatto del coro en pasajes como el O fortuna, la dulzura del Ave fermosissima (24) o el comprometido número 13 (In taberna cuando sumus). En el bajo solista, por ejemplo, el espléndido Omnia sol temperat (4) , permitió a Leandro Sosa mostrar tanto su calidez y claridad vocal, como un latin flexible y cantabile, tan distinto al número 19 (Si puer cum puellula) en que lleva su voz los agudos de la cuerda en un abrupto salto ascendente, para enseguida volver a tonos más graves. También de gran compromiso es el número 12 (Olium lacus colueram) en que el tenor, Roberto Nadalet, cuenta las sensaciones de un ave a la que están por comer; ejemplos similares son los de Catalina Odriozola, la soprano solista en el número 15 (Amor volat undique) sosteniendo una nota aguda durante varios compases, en el 17 (Stetis puella) y los dulcísimos In trutina (21) y Dulcissime (23). El coro de niños, que cantó (15, Amor volat unique, 22 Tempus jocundum) sin partitura en una perfecta dicción de una lengua con características de pronunciación propias, fue acertadamente ubicado en un palco y su entrada dio un efecto envolvente.
La rueda de la fortuna y una metáfora del mundo
Catalina Odriozola me comentaba una vez que el coral Carmina es una metáfora del mundo, porque involucra en una empresa común a personas de distintas condiciones y las hermana en la lucha (que es cruel y es mucha) por la música. El final, con el primer número que canta a la rueda de la fortuna que gira eternamente, es esa metáfora de que en la música se disuelven tiempos, diferencias y luchas en pos de la vigencia de un mensaje, un arte, una pulsión que se alza desde el fondo del tiempo y que hoy viene, desde el lejano siglo XI a decirnos que estamos en una rueda, que es inevitable que así sea, pero que nos cabe a nosotros marcar, de algún modo, nuestro paso por ella. Y este ha sido acaso uno de los mejores modos, el de mostrar el arte que germina de esa lucha.

Eduardo Balestena

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