viernes, 5 de marzo de 2010

Lenguajes modernos y antiguas formas


La Orquesta Sinfónica Municipal se presentó en el Teatro Municipal Colón el 25 de abril, bajo la dirección del maestro Mauricio Weintraub, con la actuación solista en saxofón de Nicolás Ahumada.
El programa comenzó con la Obertura de la ópera Norma, de Vincenzo Bellini (1801-1835) y prosiguió con La Rapsodia para Saxofón alto y orquesta, de Claude Debussy (1862-1918). Obra de 1911, no se sustrae al influjo ibérico sobre la música francesa. El instrumento solista entabla un diálogo con la trompa, en una bellísima introducción, hasta la llegada del siguiente tema en el oboe, suerte de motivo conductor de la obra. Debussy exige del instrumento solista pasajes rápidos, particularmente en los agudos, y dulzura, en un tejido donde a las cuerdas se confía en gran medida el color. Es rica en la creación de climas, o en la armonía con las maderas. Como en la Pastoral de verano de Honneger, abordada el año anterior, es importante el sólo hecho de poder acceder a estas obras, aunque en el caso no estemos ante lo más representativo de un estilo musical que pudo romper, con sus innovaciones armónicas, el predominio del germanismo wagneriano.
Concierto en mi bemol para saxo alto y orquesta opus 109 de Aleksandr Glazunov (1865-1936). Glazunov, alumno de Rimsky Korsacov, que vivió desde 1920 en París es, como señala Pola Suárez Urtubey, un epígono del romanticismo, vinculado más a Thaicovsky que a las tendencias de vanguardia de su época, lideradas por Balakirev y Rimsky. Adopta un lenguaje academicista que, sin una riqueza melódica que inspire y sostenga a la obra (escrita en 1935), parece concebirla dentro de la extrema dificultad técnica, en esquemas que permanentemente van variando, en pasajes contrapuntísticos, como el del último movimiento, muy exigentes para las cuerdas, y en una precisión absoluta. Su discurso explora las sonoridades de este instrumento, y va desde lo jazzistico a la tradición más pura.
Nicolás Ahumada abordó dos obras referenciales para el repertorio del instrumento, y cada una con exigencias si bien distintas, también de algún modo coincidentes. Ambas son, desde sus estéticas casi antagónicas, muy demandantes. En un caso es el color, en otro el puro virtuosismo, en ambos la exploración del timbre, la atención al tempo de la orquesta, cosa que resulta muy difícil en la atención que debe prestarse a los propios pasajes, y que habla de una dirección también precisa, que concilió este diálogo, cerrado y vertiginoso y que pudo articularlo con seguridad, ya que es una textura que no admite desvíos.
Sinfonía nro. 5, opus 107, de la Reforma, de Félix Mendelsshon (1809-1847). En su frondosa Historia de la Música Occidental, Paul Henry Láng dedica un preciso y revelador párrafo a Mendelssohn:”Su música posee cierta diafanidad sobria que no es la transparencia de un estado del alma comunicativo, sino la de una mente organizadora. Sus proporciones equilibradas son el resultado, no ya de un concepto clásico de la vida, sino de un intelecto superior y de un gusto sumamente refinado…para él un entendimiento artístico con el orden social predominante era una necesidad emocional” (Eudeba, 1963, pág.648). Estos elementos son muy claros en la sinfonía: el esfuerzo formal en la construcción, el ideal de Bach, la necesidad de expresar al espíritu por medio de ese orden.
Mendelssohn escribió la Sinfonía para el Festival de la Reforma de la Iglesia en 1830, en ocasión de tricentenario de la reforma protestante, pero la celebración fue cancelada y la obra suscitó luego serias resistencias y el rechazo del autor, por lo cual fue conocida luego de su muerte, y recibió el número de quinta.
En ella se conjugan la influencia de música religiosa protestante y de Bach. Del motivo religioso conocido como Dresden Amen deriva la mayor parte de los tres primeros movimientos, y el himno A migthy fortress is our god, escrito por Lutero, inspira el movimiento final.
Varias cuestiones llaman la atención: las sonoridades organísticas, el contrapunto del primer movimiento, la introducción, que se abre como una fuga, y el tema del Dresden Amen (que recuerda al preludio del último acto de Parsifal). El homenaje a Bach no inhibe la voz propia, sino que la encauza en formas. En el segundo movimiento, allegro, escuchamos con más claridad esa voz propia, con gracia, a la manera de la sinfonía escocesa, pero aun ahí el motivo, alegre y espontáneo, deriva del Dresden Amen.
Impresiona el coral final, introducido por la flauta (tema del himno de Lutero), y trabajado por las maderas, que discurre acompañado de violas y cellos: ese pasaje solamente, sería una bellísima obra de cámara en sí mismo. La melodía es desarrollada luego en un contrapunto imitativo y el himno vuelve en los bronces.
Es importante haber tenido una obra de Mendelssohn que vaya más allá de sinfonía escocesa o la obertura Las hébridas: nos lleva a otra estética donde el romanticismo busca hacia el pasado.
Mauricio Weintraub, (pedagogo además, que ha abordado en diversos trabajos el tema del pánico escénico) es un director, persistente y amable, muy acorde a las exigencias de justeza y claridad, y mostró sus aptitudes de preparador al trabajar, particularmente en las cuerdas, elementos del lenguaje de estas exigentes obras.


Mendelssohn Sinfonía nro.5, Herbert von Karajan, Filarmónica de Berlín

Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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