domingo, 7 de marzo de 2010

El legado de la guitarra barroca y lo popular



El maestro Diego Lurbe dirigió a la Orquesta Sinfónica Municipal en su concierto del 28 de noviembre, en el que actuó como solista el guitarrista Adrián Cesario.
El programa se inició con la obertura La bella melusina, opus 32, de Félix Mendelsshon Bartholdy (1809-1847); basada en un mito medieval, posiblemente de origen celta, que reapareció luego en la literatura: Melusina era una princesa-hada que cada sábado se convertía en mitad serpiente o sirena. El primer tema –en los clarinetes- fue tomado por Wagner para el Oro del Rhin; el material temático elaborado luego es el segundo, en metales y violines. La aparición de un tercer tema marca una tensión, que va alternándose con los otros dos, para concluir con el primero.
Concierto de Aranjuez, para guitarra y orquesta, de Joaquín Rodrigo (1901-1999)Rodrigo escribió esta genial obra a pedido del guitarrista Regino Sainz de la Maza (1896-1981), sin mucha idea, inicialmente, de cómo abordar la composición. Fue estrenada en Barcelona, en 1940. Se funden en ella la sonoridad colorística hecha en la influencia francesa, con la tradición de la guitarra barroca. La orquesta es tratada de manera contenida, con una clara diferenciación tímbrica, en un abordaje muy libre de la forma concierto. El primer movimiento allegro con spirito, por ejemplo, evoca el sonoro ritmo de “bulerías”; escrito en el compás en 6/8, alternando con el ¾, a la manera de nuestro folklore, presenta un tema insistente, la respuesta y un elemento a partir de ese tema (A/ A prima) que, como en una forma rondó, regresa, una y otra vez, enriquecido. En algunos momentos el instrumento solista lo toma en forma pura y la orquesta lo colorea en un segundo plano. En otros, la guitarra, al ceder la voz, hace que la orquesta introduzca colores nuevos (clarinete, oboe, cello) para regresar al tema en sí, o a figuraciones a partir de él.
El tema del segundo movimiento (4/4 subdividido) le surgió a Rodrigo mientras caminaba por París. Lo entona el corno inglés, luego lo toma la guitarra, en una primera y una segunda exposición, donde va transponiéndolo a notas más altas. La orquesta responde con elementos de ese mismo tema. Formalmente, en sus primeros dos movimientos la obra se limita a esta reaparición sucesiva de temas que van siendo enriquecidos en la entonación y en el color, y variados. Es a partir de elementos de ese mismo tema que el instrumento solista desarrolla una cadencia que parece desvinculada de él, con preeminencia del acento, la reiteración del elemento formal, y del rítmico, que conduce al único tutti de la obra que vuelve a exponer ese tema inicial.
El tercero, el más intrincado, está escrito alternadamente en 2/4 y 3/4, sin ningún tipo de relación, y los temas aparecen planteados y superpuestos, con marcada preeminencia del elemento rítmico. Comienza con un contrapunto virtuosístico en la guitarra. Muestra geniales ideas en cuanto a la distribución del material: en algunos momentos aparece enmarcado por intervenciones de trompas y trompetas, en otros lo entonan las cuerdas en pizzicato, mientras la guitarra va haciendo una rapidísima figuración; luego hace lo mismo, en otro compás, con trompetas y flautas haciendo el mismo papel de las cuerdas en pizzicato. Las intervenciones son tan nítidas y precisas que, en la gran velocidad, el movimiento es un trabajo de orfebrería musical.
El Flamenco
Adrián Cesario (a la vez violinista de la Orquesta Sinfónica, y pianista), como un guitarrita de ya extensa trayectoria, ha venido trabajando mucho con su “Antología Flamenca” sobre los ritmos españoles. Su abordaje de la obra es muy diferente: los pasajes solistas son acentuados, el tempo, más rápido, juega con la intensidad más que con la claridad. La estructura es tan cerrada que este abordaje involucra a la orquesta, le demanda más, hace exigente la precisión, por ejemplo en el pizzicato de las cuerdas, del tercer movimiento. En la cadencia del segundo es en uno de los pasajes donde esta idea interpretativa se hace más evidente. Otro es el contrapunto del tercer movimiento, más rápido y colorido. Es en esa tesitura donde Adrián Cesario parece más cómodo: la exigencia en la velocidad y la acentuación, sin perder el control expresivo sobre tan intrincado material. Planteado así, el Concierto de Aranjuez muestra las particularidades de su construcción que en las versiones clásicas ceden ante una belleza sonora que realmente las encubre. La tradición de la guitarra barroca, para la que ha escrito Rodrigo, recibe la intensidad de los ritmos populares, y el resultado es una escucha nueva de una obra que parece conocida, pero que de pronto se abre en nuevas posibilidades que rompen esa tradición y a la vez nos acercan a la de la guitarra.
La Sinfonía nro. 8, en sol mayor, opus 88 de Antonin Dvorak cerró el programa. Más vinculada al lirismo de la 5ª y la 6ª que al formalismo de la 7ª, es una obra concebida en materiales genuinamente bohemios, ambiciosa y a la vez libre en su concepción formal. Hay una gran unidad en su primero y último movimiento. Uno es una forma sonata, ampliada, donde el tema que lo vertebra es el segundo, introducido por la flauta solista. Otro momento destacable es el final, donde luego de la reexposición del segundo tema, en el que modulan flautas y cuerdas, sobreviene la impresionante coda.
Diego Lurbe, egresado con medalla de oro del Conservatorio Carlos López Buchardo, director de la Orquesta Sinfónica de Olavaria planteó un enfoque claro, no formalista, y muy expresivo en obras de gran riqueza.
Destacaron Andrea Porcel (corno inglés), Federico Gidoni (flauta) Gustavo Asaro (clarinete solista), Guillermo Devoto (oboe solista), José Garrefa (corno solista), José Bondi (trompeta solista) y la línea de metales.


Para escuchar la versión del Concierto de Aranjuez por Adrian Cesario y la sinfónica, dirigida por Carlos Vieu (2001) pulse aquí

Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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