viernes, 5 de marzo de 2010

La guitarra española y el clacisismo tardío


El guitarrista Lucas Martino actuó como solista en el concierto de la Orquesta Sinfónica Municipal del 6 de septiembre, bajo la dirección del maestro Guillermo Becerra.
Tanto la presentación, el día viernes 5, del violinista Xavier Inchausti, quien abordó los 24 caprichos de Paganini, como este concierto, fueron hechos musicalmente importantes.
El programa comenzó con una la Obertura Coriolano, de Beethoven (1770-1827), obra de 1807, es decir, de su etapa media, ya abordada varias veces por la orquesta.
Fantasía para un gentilhombre, de Joaquín Rodrigo (1901-1999)
Escrita en 1954, a pedido de Andrés Segovia (1893-1987), el gentilhombre al que alude su título, fue concebida bajo la inspiración de la obra Instrucción de música para la guitarra española, de Gaspar Sanz (1640-1710).
Alternan en ella muchas cuestiones: la evocación, dentro de la libertad de una fantasía, de formas antiguas, la compleja construcción, que no lo es menos por tratarse de un trabajo no extenso, la exigencia que significa que el mayor aporte que pueda hacer el solista finque en la fidelidad a su precisa arquitectura interna, los irregulares ritmos de danza, la precisión, y la claridad, y consiguiente exposición de todo lo que suena. Cada guitarrista se enfrenta, por otra parte, al poderoso fantasma del gran Narciso Yepes.
Fue un verdadero milagro que pudiera ser ejecutada con la interferencia del sistema acústico, cuyos cables actuaban de antena de señales de FM, claramente audibles por los parlantes.
Lucas Martino, un intérprete muy seguro, formado y maduro, entregó transparencia y la precisión que demanda una obra donde las sonoridades no se funden ni acumulan, sino que construyen un todo, con la articulación de verdaderas intervenciones camarísticas. Notas dobles en casi toda la textura (como en el allegro final), pasajes de contrapunto en la guitarra, como en la Danza de las Hachas, o el Ricercar, son algunas de sus particularidades. El tempo, ralentizado en Canario, el cuarto movimiento, dedicado a los ritmos danzantes de las islas Canarias, no restó expresividad al número y apareció como una clara elección del intérprete.
En el verdadero precipicio que es pasar por esa partitura, hubo un tratamiento fluido de pasajes tan difíciles como el de las maderas, en el final de la exposición del Villano, en el primer movimiento, aunque los pasajes de trompeta (como en la Caballería de Nápoles) no aportaron esa claridad, a la vez sonora y delicada. Pudo existir una mayor fluidez en general, no obstante, hay que ponderar dos variables: que el resultado lo fue tras pocos ensayos, en una obra tan sutil y exigente, y la insoportable interferencia acústica. En la sesión de concierto la performance fue sensiblemente superior a la del ensayo general, con lo cual, de haber existido otra oportunidad, hubiese mejorado todavía más.
Abordar una creación semejante demanda la ruptura del hábito que significa el repertorio clásico y romántico, en una estética claramente diferenciada.
Las maderas aportaron precisión y el evocativo sonido arcaico que tan genialmente trabaja Rodrigo, destacaron: Julieta Blanco (piccolo) Federico Gidoni (flauta), Guillermo Devoto (oboe) y Gerardo Gautín (fagot).
Sinfonía en Do Mayor, de Georges Bizet (1838-1875)Bizet compuso esta sinfonía en 1855, y permaneció desconocida durante ochenta años, hasta su estreno, en 1935. Llaman la atención, además del manejo de la orquesta, el lirismo y un equilibrio formal que no lo hace prevalecer, sino que ubica a la obra más cerca del clacisismo que del romanticismo.
Es rica en sus temas, y en el modo de exponerlos (espontáneo y expresivo). Ejemplo de ello es el solo de oboe (Andrea Porcel) que vertebra el segundo movimiento, y que luego es continuado en el segundo oboe, y sus elementos lo son por cornos, flautas, cuerdas y clarinetes. Un pasaje de las cuerdas introduce un segundo tema, que es una respuesta al primero, y que es intensificado en un bellisimo cantabile de las cuerdas, que es quizás, con el solo de oboe, lo mejor de la sinfonía. Es resuelto en una especie de rondó, introducido por las cuerdas en pizzicato, lo cual introduce un cambio rítmico. Hay un bello fugato en violines, violas y cellos, y posteriormente el oboe vuelve a exponer el solo inicial que, tras un acompañamiento de cornos, concluye el movimiento.
En el allegro vivace del tercer movimiento se trabaja un ritmo danzante, en la forma sonata. El cuarto comienza con un rápido pasaje de las cuerdas, que permanecerán siendo exigidas, y divididas en secciones durante el resto del movimiento.
Hubo una mayor homogeneidad y afinación en las cuerdas (las secciones más exigidas y expuestas de la sinfonía) en el concierto; fue claro el lirismo que la obra exige en toda su extensión.
Destacaron Andrea Porcel (oboe solista), Guillermo Devoto (suplente solista), las cuerdas, la línea de cornos (José Garrefa, Jorge Gramajo, Adrián Toyos y Ramiro Mateo), Federico Gidoni (flauta solista), Julieta Blanco (flauta segunda), Mario Romano (clarinete solista) y Ernesto Nucíforo (clarinete segundo).



Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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