viernes, 5 de marzo de 2010

De la textura del lied al color orquestal


El 7 de febrero, la Orquesta Sinfónica Municipal llevó a cabo el primer concierto bajo la dirección su nuevo titular, el maestro Pedro Ignacio Calderón.
El programa fue iniciado con la Obertura de Las Criaturas de Prometeo, op. 43, de Beethoven (1770-1827), y prosiguió con la Sinfonía nro. 25 en sol menor, k 183, de Mozart (1756-1791).
Rapsodia España, de Emanuel Chabrier (1841-1894):
Esta rica obra del compositor francés, autodidacta, ferviente wagneriano, corresponde a su descubrimiento de los ritmos ibéricos, los que abordó a partir no de la cita de sus métricas, o del estudio documental intenso, sino en las resonancias de su color, brillante y vital.
Adagietto de la 5ta. Sinfonía, de Gustav Mahler (1860-1911) Este movimiento, que a partir del comienzo de la frase inicial del lied Estoy olvidado para el mundo (que recordamos, en verión orquestal, de la película El maestro de música), del ciclo de lieder sobre poemas de Rückert, es un punto de inflexión de la sinfonía. Luego de las sonoridades del scherzo Kräftig nicht zu schnell, se produce la inesperada aparición de este pasaje temáticamente autónomo, que dará materia al rondó final. Sólo escrito para cuerdas y arpa, la frase inicial discurre (de manera muy diferente al lied), luego del leve crescendo, en una elaboración ulterior en donde las cuerdas producen un efecto de levedad. Es envolvente. Fluye sin tensiones ni articulada entre dominante y tónica; simplemente, elementos de la frase obran como respuesta al elemento inicial. Es impresionante verla ejecutar, en esa, su exigencia de tempo y continuidad y el cuidado en su aspecto dinámico, con su uniformidad absoluta en las inflexiones de toda la cuerda, cuyas secciones dialogan a lo largo de todo el desarrollo. Destacó la solista en arpa Aída Delfino
Suite de la ópera El gallo de oro, de Nicolai Kimsky-Korsakoff (1844-1908)Obra de la última etapa de este maestro de la armonía, la ópera homónima constituyó una sátira al poder del zar y fue prohibida. Basado en un cuento de Pushkin, el argumento se refiere (en una metáfora siempre válida) a las alternativas del zar Dodón, sujeto al ascendiente de un adivino que le aconseja cuidar la seguridad del país subordinándola a los anuncios de un gallo, capaz de cantar o dar sonidos de alarma en distintas direcciones, según la naturaleza de la amenaza. El zar Dodón termina casándose con la princesa Shemakhar, responsable de haber hecho matar a sus hijos, que habían partido a la guerra bajo las indicaciones del gallo.
El maestro Calderon dirigió varias veces la ópera completa, y existe una versión balletística, elaborada por una coreógrafa rusa que dirigió en Río de Janeiro.
La sola suite permite apreciar la maestría de Rimsky en el manejo siempre renovado de temas, limitados en número, de gran belleza melódica, pero que mutan, explotados en su enunciación en el tejido orquestal, ya sea en el color, en la armonía o en las sonoridades exóticas tan bien plasmadas por el músico ruso con sencillez e inventiva.
En efecto, la voz pasa de uno a otro instrumento, de uno a otro grupo. No son pasajes autónomos, sino que siguen en distintas voces y produce la impresión de que la sonoridad contiene una gama de posibilidades a explorar, capaces de producir efectos siempre nuevos (el color). Al mismo tiempo, como sucede con trombones y fagotes, las voces armonizan y confluyen en un solo efecto (la armonía). Es de gran belleza melódica el diálogo de las maderas, que establece una rica polifonía, contrastante con los efectos de los metales.
Un problema de esta partitura tan demandante y exigente (como la definió el maestro) es graduar las voces para que puedan ser apreciados estos efectos armónicos. Otro de los problemas es hacerla fluida: el sonido no se funde en un todo que pueda guiar las intervenciones y es como si cada instrumento estuviera haciendo un solo y a la vez dependiendo de la relación armónica con los otros, en pasajes en que además la textura deja de ser homófona. Por otra parte, varía rítmicamente en todo el desarrollo: nada es igual a sí mismo. No permite estacionarse cómodamente en nada conocido, porque todo cambia permanentemente y modula a registros a veces extremos que harían perceptible cualquier falla.
Resulta injusto que un gran operista, hombre ideológicamente comprometido, y un tratadista de la armonía, sea conocido en gran medida por la Gran pascua rusa y el Capricho español y basta para demostrarlo este ejemplo. Destacaron, entre otros, los solistas Andrea Porcel (corno inglés), Mario Romano (clarinete), Federico Gidoni (flauta), Julieta Blanco (piccollo) Guillermo Devoto (oboe), Gerardo Gautín (fagot), y José Bondi (trompeta)
Pedro Ignacio Calderón se detuvo en cada uno de los aspectos que así lo requirieron. Valora el resultado, pero no deja de señalar ni de repasar nada, hasta lograr un sonido expresivo, homogéneo y propio a la textura que aborda. No es un técnico de la música, pero sí es muy preciso en sus indicaciones y en su ideal sonoro, y el resultado es fluidez y fidelidad, más que nada en los lenguajes modernos, como el color en Rimsky y el contrapunto disonante en Mahler.



Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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