sábado, 6 de marzo de 2010

El hallazgo de la música pura


El maestro Guillermo Scarabino dirigió a la Orquesta Sinfónica Municipal en su concierto del 9 de mayo, en el Teatro Colón, que contó con la actuación solista de Lucrecia Jancsa en arpa, y la asistencia en la dirección de la maestra Lucía Zicos.
Sinfonía nro. 8 en g de Franz Joseph Haydn (1732-1809). En el bicentenario de su muerte Haydn aparece como un experimentador de la forma sinfónica, y a la vez claro exponente de un clasicismo que rige en el equilibrio y la belleza formal; pero su estética está muy lejos de agotarse en la filiación a un período. Es un permanente innovador de los límites del género sinfónico. En este caso, se trató de una obra temprana (de 1761), versión en la cual pudo apreciarse un trabajo sobre aspectos dinámicos, que permitió percibir la belleza pura del diálogo de instrumentos solistas –primer violín solista, cello solista, entre otros, en un rico diálogo de secciones. La disposición adoptada (los segundos violines en el lugar habitual de los cellos, éstos en el de los segundos violines, los cornos tras las violas y los bajos detrás de los violines primeros) permitió abrir este diálogo, apreciarlo en el contexto de esas frases cuya intensidad era graduada cuidadosamente.
Danzas para arpa y orquesta de Claude Debussy (1862-1918) y Morceau de concert. Op 154 de Camille Saint Saëns (1835-1921)
Lucrecia Jancsa tiene ya una extensa experiencia como solista y en grupos de cámara. Formada en el Conservatorio Provincial de Córdoba, perfeccionó sus estudios en la Musikhochschule de Freiburg (Alemania) y en la Musikakademie de Basilea (Suiza). El timbre de su instrumento es propicio para la refinada sensibilidad debussyana, el color, la búsqueda de sonoridades, la liviandad, la vaguedad, tanto como para la precisión y el virtuosismo. El arpa no parece abrirse fácilmente al puro melodismo. Sus efectos son más delicados y con exigencias diferentes, más allá y más acá de la técnica. En este caso, hizo de esta técnica algo invisible, destinada al despliegue de dos obras con requerimientos muy diferentes: del poeta de los músicos, a un cultor del exotismo. Lo hizo con gran expresividad en un instrumento donde la justeza del toque, el manejo de los pedales y las vibraciones no es un aspecto menor que la pura expresividad.
Sinfonía nro. 4 en mi menor, opus 98, de Johannes Brahms (1932-1897)
Bramhs abordó la orquesta con un sentido constructivo y a la vez evocativo, recuperando a la variación, que había tenido una altura tan importante en Beethoven (como en las 32 variaciones sobre un tema de Anton Diabelli, o en el tercer movimiento de la novena sinfonía). Escribió esta monumental obra entre 1884 y 1885 y ella contiene su actitud misma ante el arte: calma, armonía, autoexigencia, balance y esa grandeza elegíaca tan propia del timbre brahmsiano.
Como siempre sucede, hay mucha distancia entre las distintas versiones de sus obras. La Sinfónica la abordó varias veces y obtuvo, con el alemán Georg Mais, uno de los mejores registros.
El maestro Scarabino, que la dirigió de memoria, trabajó sobre los aspectos formales que se traducen en un mayor refinamiento del sonido: cuándo comenzar un crescendo para que no resulte abrupto, o graduar los volúmenes para que los pasajes no caigan pesadamente, como suele suceder en muchas versiones: un sonido tajante no es un sonido que simplemente cae: debe ser acentuado y preciso pero a la vez sutil.
Salvo un pasaje de vacilación en el cerrado primer movimiento, ese fue el resultado obtenido. El allegro inicial, en forma sonata, es una compleja arquitectura que, partiendo de un tema principal de los violines, expuesto sin introducción alguna, es elaborado y reexpuesto a partir de esos elementos iniciales y los transforma incesantemente.
En el segundo movimiento, la entrada de las trompas define el tempo, otro de los elementos esenciales: Brahms pide un tempo justo y claridad. El tema grave y nórdico cede a algo bien diferente: el pasaje del clarinete solista, acompañado del fagot y luego de las trompas, con un elemento del tema inicial.
Esta construcción culmina con un movimiento final en forma de passacaglia, un conjunto de ocho compases, tomados de la cantata BWV 150 de Bach, bajo una forma inspirada por la passacaglia en do menor, también de Bach, material con el que son elaboradas treinta variaciones. Como en las variaciones opus 56 a, esta longitud es minuciosamente respetada, no obstante las secciones son de una riqueza tal que el conjunto es una continua y cuidada transformación melódica sobre una férrea base.
Es importante el esfuerzo que ha puesto la Secretaría de Cultura en sostener este ciclo: significa por un lado nuevas obras y por otro, un nuevo abordaje de las conocidas, con un trabajo de preparación profundo, sólo centrado en el resultado artístico, por parte en este caso de Lucía Zicos –alumna del maestro Scarabino- y por el aporte del maestro, uno de los mayores directores del país.
Brahms requiere sensibilidad al puro sonido y a la articulación en el todo, y los resultados son acaso mejores en las orquestas que no son de grande dimensiones, de las cuales exige una justeza y una homogeneidad que hace a sus obras particularmente difíciles.
En el programa se destacaron los solistas Arón Kemelmajer (violín concertino) Federico Dalmacio (cello solista), Guillermo Devoto (oboe), Mario Romano (clarinete), Julieta Blanco (picollo), Alexis Nicolet (flauta), Marcelo Gugliotta (timbales) la línea de cornos y la de trombones y trompetas.


Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

Claudio Barile (flauta), Lucrecia Jancsa (arpa) Concierto para arpa y flauta de Mozart. Orq. Filarmónica de Buenos Aires, dirig. A. Diemecke

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