jueves, 11 de marzo de 2010

Desafíos



La maestra Marta Ruiz dirigió a la Orquesta Sinfónica Municipal en el concierto del primero de noviembre, en el Teatro Municipal Colón.
Pelleas et Melisande, op 8 de Gabriel Fauré
La tragedia simbolista (1892) de Maurice Maeterlinck(1862-1949), inspiró, igual que el Stabat Mater de Jacopone da Todi, una serie de creaciones, como las de Debussy (1902), Sibelius (1905) y la música de escena de Gabriel Fauré (1898).
Una obra que se desenvuelve en una atmósfera crepuscular, con personajes indefinidos que encarnan el misterio y discurren en un mundo poético, al que llegan y del que se retiran sin razones comprensibles, no podía quizás encontrar un mejor lenguaje musical con el que pudiera amalgamarse, que el de esta obra.
Gabriel Fauré (1845-1924), alumno de Saint Saëns, profesor, a su vez, de Ravel, Enesco, y amigo e inspirador de Manuel de Falla, fue uno de los creadores centrales de un posromanticismo muy rico: al mismo tiempo uso de esos recursos, y rebelión y renuncia a todo efectismo.
Esta escritura (parte de una obra ciertamente extensa, el la que destaca su Requiem de 1885), de innovaciones armónicas, y de extremo refinamiento implica una valoración de la melodía y del timbre; y además, un balance cuidadoso en el tejido orquestal. Nada puede sobresalir en este concepto en el que la música de escena utiliza de los solistas por las resonancias de sus timbres en el contexto de la obra, y no por un lucimiento en sí mismo.
La maestra Marta Ruiz trabajó a la orquesta desde cero, con esta creación, que requiere una flexibilidad en el manejo de los tiempos, y expresividad en el de los timbres, y obtuvo una cuerda muy homogénea y un sentido de la totalidad en una obra compleja
Campera, de Carlos López Buchardo
La inclusión de esta bellísima obra, que integra la suite de escenas argentinas (1920) de Carlos López Buchardo (1881-1948) permite apreciar el lenguaje del nacionalismo musical de quienes, formados en Europa, regresaban a la Argentina y aplicaban ese saber a una búsqueda honda y singular. Así, este alumno de Albert Roussel produjo, como en este caso, una obra de gran encanto melódico, con presencia de un fuerte elemento rítmico, en un lenguaje armónico culto. El resultado es una escritura con polirritmias, muy difícil de interpretar, que nos reencuentra con esa sensación tan poco recuente, del redescubrimiento de lo argentino musical
Alessandro Stradella, de Friedrich von Flotow
El fragmento instrumental de Alessandro Stradella (ópera de 1844) de Flotow (1812-1883) se inscribe en la producción del teatro lírico alemán romántico. El autor, descendiente de una casa nobiliaria, a sugerencia de sus amigos Gounod y Offembach, se dedicó al género lírico, y llevó el espíritu del bel canto a la ópera alemana.
Se trata de un bello trabajo, no interpretado antes por la orquesta, que se inició con una bella melodía en los metales, que es retomada hacia el final, y que, sin la expresividad del romanticismo más puro, requiere precisión, y gracia.
Sinfonía nro. 5 en fa mayor, opus 76, de Antonin Dvorak
Gran parte de la obra de Dvorak (1841-1904) no es lo suficientemente conocida: sus poemas sinfónicos, como “El genio de las aguas”, “La bruja del mediodía”, “La paloma del bosque”, “La rueda de oro”, el “Scherzo caprichoso”, y otros; también sus oberturas, como la “Obertura Husita, “Othello, “En el reino de la naturaleza”. No escapan a esta circunstancia sus sinfonías, en particular las cuatro primeras, y la quinta (estrenada en Praga el 25 de marzo de 1879) y sexta, que abren su ciclo de madurez.
Las ediciones de Simrock produjeron confusiones en la numeración de las sinfonías de Dvorak, cuyo catálogo recién fue establecido en la edición integral. De tal modo, la conocida como tercera pasó a ser la quinta.
La sinfonía expresa el espíritu de Dvorak absolutamente: exploración melódica, un volumen que crece sin tensiones, y una construcción formal oculta por esa misma riqueza melódica, pero muy clara y sólida como estructura a poco que reparemos en ella. Desde este punto de vista, son apreciables varias cosas: la modulación, por ejemplo, en el primer movimiento, del tema arpegiado inicial en los clarinetes, que al modular a tonalidades distantes, pasa a ser secundario, a favor del verdadero tema principal. El tema no desarrollado absolutamente, en términos melódicos, es igualmente importante: Dvorak no explota hasta el final sus recursos melódicos, simplemente los utiliza y hace que otras melodías se sucedan a las que expone. He ahí su riqueza.
Es una obra virtuosa, en esta construcción, y por ejemplo en el Scherzo, que se sucede, sin solución de continuidad, al bello movimiento lento, que se abre con un hermoso pasaje de cellos.
A diferencia de otros discursos, como el de las variaciones opus 56 a de Brahms, la dinámica trabaja en el conjunto de la orquesta, en continuos crescendos y decrescendos que abarcan toda la paleta orquestal. Es intrincada en las cuerdas, en pasajes como el del clarinete solista, en el comienzo, y en el último movimiento. La exploración (claramente notoria) por distintas tonalidades regresa, finalmente, con gran efecto, a un fa mayor, y hay reminiscencias, asimismo, del tema inicial, lo que confiriere unidad a la sinfonía.
La versión referencial de István Kertész con la London Filarmonic establece un tempo menos rápido en el inicio. En esta versión fue algo precipitado el pasaje inicial de los primeros violines, y el primer solo del clarinete solista.
Cupo a este concierto el mérito de una dirección muy pautada, en las permanentes entradas y salidas, en el tempo, y en los volúmenes, y haber presentado texturas muy diferentes, cada una con su grado de exigencia, y de haber dejado la sensación de un trabajo detenido y profundo sobre materiales tan distintos.



Gabriel Faure, Pelleas et Melisande, op. 80, Prelude
Arizona State University Sinfonietta, dirig por Stephen Matthews

Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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