lunes, 28 de septiembre de 2009


Claridad, refinamiento, delicadeza y pasión.
La Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por el maestro armenio Zavén Vardanian, abordó, en su concierto del 6 de diciembre, un ecléctico programa que comenzó con la Obertura Coriolano, opus 62, en do mayor de Beethoven, obra escrita en 1807. Coriolano fue un general romano que se sublevó contra los gobernantes de Roma. A las puertas de la ciudad, fue convencido por su madre y su esposa de que se retirase (seguramente el teléfono celular que sonó en la sala hacia el final de la obertura no se haya sumado a estas cavilaciones de Coriolano, pero sí puso a prueba la concentración de los intérpretes a la hora de expresarlas). Aunque no podamos hablar propiamente de una música de programa, la división de distintos elementos en las cuerdas –sobre la cual se trabajó puntualmente- puedan simbolizar este carácter del personaje, en una obra de la que se buscó marcar definidamente los distintos pasajes.
Patricia da Dalt, por su parte, abordó el rol solista en el concierto para flauta en re mayor, K. 314, de Mozart –también conocido en trascripción para oboe-. En Mozart todo es diáfano y a primera vista simple y en esa aparente sencillez, hecha de claridad, está el desafío, ya que –igual que en la música de Joaquín Rodrigo, compositor virtuosístico, que también se encuentra en el repertorio de Patricia Da Dalt- todo se nota. Es muy distinto oír este concierto en grabaciones y en vivo, donde las decisiones del solista entre volumen y delicadeza, en la contraposición entre su rol y la masa orquestal, son cruciales. De este modo, en un sentido camarístico, se optó por un sonido delicado que mostró, en pasajes y cadencias, la idea de un brillo espontáneo, donde el compromiso del intérprete no se muestra en un primer plano, pero que, innegablemente, sustenta toda esta concepción. Los paneles destinados a resaltar el sonido de la cuerda ante los metales en las obras de Khatchaturian, marcaron el contraste tímbrico ante la flauta, al realzar el brillo de la cuerda quizás más de lo deseable en este concierto escrito cuando las cuerdas eran de tripa y el sonido resultante, más opaco y sin vibrato. No obstante, ello destacó aun más la textura del sonido del instrumento solista y la estética de una intérprete que aborda obras de Cámara, barrocos, clásicos y autores como Jacques Ibert, en lo que aparece como una genealogía de este sonido no efectista, sino resuelto y delicado.
En la segunda parte se ejecutó la Sinfonía nro. 35, K. 385, en re mayor, “Haffner”, de Mozart. La marcación entre los distintos pasajes, se obtuvo en parte por la indicación de progresivos ajustes del volumen, particularmente en la cuerda, en una sinfonía originalmente concebida como serenata y que presenta no pocas dificultades.
En lo que se refiere a las obras de Aram Khatchaturian (1903-1978), la suite Mascarade es la música incidental para la obra Satírico Romántica del mismo nombre, de Mikhail Lermontov (1814-1841). Fue estrenada en 1944 y se compone de cinco números: Vals, Nocturno, Mazurca, Romance y Gallop. Se interpretaron, el Vals y el Nocturno. La Suite Gayané, tiene trece números extraídos de un extenso Ballet, estrenado el 19 de enero de 1942, sobre un tema folklórico-patriótico. Los personajes principales son la joven Gayané y Kozakov, a cuya boda corresponden las danzas mas conocidas. Se utilizan elementos del folklore ucraniano, kurdo y armenio. De esta obra se interpretaron la Danza de las doncellas de rosa, la Canción de Cuna –de tema refinado y pastoril- y la famosa Danza del sable –de brillo y color-. En el trabajo de ensayo pudo apreciarse lo que significa un director armenio en la interpretación de obras de semejante complejidad, a tal grado inspiradas y de tan profunda significación folklórica, donde el color –en las sucesivas intervenciones de maderas y metales pasándose entre sí temas y células- es tan importante como la fuerza, el refinamiento y el ajuste. “Glissando” –resbalando los dedos sobre las cuerdas- “a lo Kreisler”, fue el acuerdo entre el concertino –Aron Kiemelmayer- y el director, para el bellísimo solo de violín del Nocturno. En las Danzas de Gayané, comenzando con un solo de clarinete bajo y luego de flauta píccolo –de Laura Rus-, se enuncia un bellísimo tema que, luego de pasar por las maderas, es elaborado por toda la orquesta. Es entonces vital la expresividad del píccolo, que trasmite ese espíritu al resto. Estas destacadas intervenciones se enmarcaron a su vez en las de metales y percusión. Ninguno de ellos tuvo tregua.
El fervor que despierta Khatchaturian es explicable, máxime al encontrarlo así ejecutado. Elementos sencillos y hondos, tratados de un modo insustituible, hacen a esta estética que no sólo es apasionada sino capaz de transmitir esa pasión. Ojalá este concierto pueda llegar a ser más que el acontecimiento –artístico y diplomático- que fue y convertirse en la estación en un camino que nos permita transitar aunque más no fuese algo más, de la gran producción del genial músico de Tiflis.
(Agradecimiento: al Prof. Carlos Novotny por sus aportes para la elaboración de esta nota)

Eduardo Balestena:

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