sábado, 26 de septiembre de 2009


Bruckner, la inmensidad del detalle.
Bajo la batuta de su Director titular, el Maestro Carlos Alberto Vieu, la Orquesta Sinfónica Municipal interpretó en el concierto del 22 de noviembre, la Sinfonía Nro. 4, en mi bemol mayor, “Romántica”, de Anton Bruckner.
Constituye desde todo punto de vista un desafío – un hito para director y orquesta y un verdadero símbolo justamente en el día de la música- abordar una obra de tales características, no ejecutada antes en Mar del Plata. Ello plantea arduos problemas prácticos y de interpretación. Los primeros residen en que el sonido propio de una orquesta tiene que ver con su homogeneidad y su común experiencia musical –directores como Bruno Walter son testimonio de esa textura única, producida por una comunidad de ideas, prácticas y experiencias-. Cuando la planta fija de un organismo sinfónico debe ser reforzada existe la necesidad de mayor trabajo sobre este elemento. Otra cuestión reside en la concepción Bruckneriana en sí misma. En ella confluyen distintos elementos del genio del Organista de Sankt Florian: por una parte su sonoridad organística, su tratamiento de la orquesta articulada permanentemente como un todo y un grupo de cámara y su sonoridad sin efectos. Es una prueba de expresividad, coordinación y resistencia para todo el conjunto durante todo el tiempo.
Los tutti –inmensas cúpulas de ésta catedral de música-, no son concebidos como un efecto sino como una muestra de júbilo, regocijo y totalidad. Es el problema de muchas versiones que abordan este tratamiento como un simple efecto sonoro. Fue perceptible el trabajo sobre el tránsito de las partes al todo, tejido en sutiles pasajes en crescendo, en un entramado musical en permanente contracción y expansión. Se trabajó especialmente sobre el equilibrio entre los volúmenes sonoros de los metales y la cuerda de un modo tal que nunca se perdió el balance ni la claridad en la articulación de los sonidos en una sinfonía pensada para una orquesta más numerosa.
El Maestro Vieu, leyó la obra en su primera versión –la Sinfonía fue compuesta entre fines de 1873 y noviembre de 1874-, para optar luego por la revisada en 1878-1880, es decir, la conoce en profundidad y sabe trabajarla desde sus sentidos y desde sus problemas.
En Bruckner se unen a la vez, varias vertientes: los elementos populares del ländler, danza austríaca del siglo XVIII, trabajado sobre un estribillo en la forma rondó, las sonoridades del bosque, el llamado de caza –debemos destacar especialmente el trabajo de cornos, trombones y trompetas durante toda la obra, en lo que constituye una línea de nivel nada habitual en una orquesta del interior -, su concepción schubertiana de la soledad –en el comienzo del bellísimo andante-, y a la vez la admiración por Wagner, Liszt y Berlioz. Interpretar esta textura de mosaico, o esta intertextualidad musical, requiere un amplio criterio en la percepción ya de estas fuentes, ya de las particularidades formales de la obra.
El maestro Vieu, invitado –entre otros numerosos compromisos- a dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional, con la Sinfonía nro. 1 de Schumann, viene de hacer lo propio, para Buenos Aires Lírica, con la Óperas Lucía de Lamermoor y Madama Butterfly, de Puccini. Este amplio arco, que va desde el romanticismo al bel canto y a una obra verista, en la cual la música es parte esencial de la narrativa dramática, habla de una formación y un criterio musical válidos y necesarios para abordar, con pocos ensayos –ya que la orquesta llevó a cabo, en las semanas de preparación, dos conciertos didácticos- esta obra enorme y compleja. El término Romántica, se refiere a la búsqueda del todo, enunciado bajo la forma de prolongados espacios sonoros que denotan esa idea primigenia de inmensidad. Pero vemos que la inmensidad, debe ser construida por un preciso sentido del detalle.
Bruckner, como Mahler, y Prokoviev, no son frecuentes en los escenarios y experiencias musicales como la de ver interpretar esta sinfonía, con lo cual su percepción resulta mucho mas profunda, importa una exploración de aquello que existe más allá de lo transitado, y lo que resulta no es un producto casual. Es más que impactante escuchar a Bruckner en vivo. Esperemos que la inversión que constituye este trabajo, pudiera redundar en nuevas ejecuciones, en la ciudad o fuera de ella y reeditar así el especial sentimiento que experimentó el público al acceder a una obra de estas características. Este resultado no puede lograrse sin una sólida formación práctica e interpretativa, ni un espíritu de superación de los problemas inmediatos, lo cual significa un crecimiento para una orquesta de primera línea.
Mientras conversábamos con el maestro Vieu en la pausa de una sesión de ensayos, alguien silbaba en la sala vacía del teatro, el tema del trío, en el scherzo, ante este gesto espontáneo, que tanto habría gustado a Bruckner, la reflexión se impone: cuánto vale la pena, no obstante sus riesgos, transitar estos caminos.
Eduardo Balestena

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