domingo, 28 de febrero de 2010

La música pura


La Obertura de La Italiana en Argel, de Rossini (1792-1868) abrió el concierto del 19 de abril de la Orquesta Sinfónica Municipal, bajo la dirección del maestro José Ulla. Escrita en 1812, es rápida, brillante y exigente, particularmente en el solo de oboe (Andrea Porcel) que se repite varias veces a lo largo del desarrollo, y que precisamente le confiere su carácter. Fue destacado el solo de piccolo de Julieta Blanco, en diálogo con el oboe. Aron Copland destaca el poder de este instrumento, audible aun en los tutti orquestales, puesto aquí en una función expresiva.
Idilio de Sigfrido, de Richard Wagner
Única obra puramente instrumental de Wagner (1813-1883), compuesta para su esposa Cósima Liszt, en 1870, se inicia con un delicado comienzo en las cuerdas, con dos frases que forman un tema, hasta la aparición del bellísimo solo de flauta (Alexis Nicolet), lo que abre un pasaje de diálogo en las maderas. La obra se desarrolla en la estética de la melodía infinita (que Wagner abordó por primera vez en el Tristán, de 1865, obra revolucionaria, por este lenguaje, que significó además un tratamiento armónico nuevo), donde unos temas surgen de otros, de algún modo divididos en la intervención insistente de los cornos (José Garrefa y Jorge Gramajo), que lleva a un solo que plantea otro motivo. El tema del solo de cornos es retomado al final, luego de la exposición de otro largo motivo en el clarinete solista (Gustavo Asaro). Se destacaron asimismo en sus intervenciones de Ernesto Nucíforo (clarinetes) y Guillermo Devoto (oboe solista).
Sinfonía nro. 4 en mi menor, opus 88 de Johannes Brahms
¿Cuándo una obra musical es profunda? Sólo podemos aproximarnos a esta pregunta (y todas las respuestas serán relativas) y ensayar que lo es cuando ilumina algo muy interno de nuestra subjetividad, o, quizás más precisamente, cuando es capaz de instalar una reflexión acerca de su propia naturaleza: ¿Es forma? ¿Hay contenido en la forma? ¿Forma y contenido pueden ser lo mismo? ¿Es la exploración en plenitud de la forma lo que hace el contenido? Creo que nada permitirá contestar estas preguntas, y que por eso, y por su belleza pura, por ese ideal de no remitir más que a sus hallazgos, ideas y estructura, ésta, escrita en 1884, es una de las más representativas del genio de Brahms (1833-1897).
La sonoridad brahmsiana suele resentirse, con las excepciones de Fritz Reiner y la Filarmónica de Londres, quizás la mejor versión referencial (1963), y Rafael Kubelik y la Orquesta de la Radio Bávara (1983), en las grandes orquestas (un ejemplo es el abismo entre la versión historicista de Van Immerset de las variaciones opus 56 a, muy superiores al sonido lento y empastado de Karajan, en la misma obra). Ganan con orquestas más reducidas, al precio de un mayor requerimiento de justeza y homogeneidad. Esta cuestión es crítica particularmente en las cuerdas, para las cuales es muy exigente: con un tempo rápido, la obra es más liviana, pero el desafío es hacerla clara y lograr esa amalgama de sonido -que se notó en esta versión- es mucho mayor.
Paul Henry Lang, que se refiere brevemente a esta sinfonía (en su extensa historia de la música occidental), señala la complejidad del primer movimiento, que podemos considerar como una muy trabajada forma sonata, que alterna dos temas en las cuerdas, hasta un tercer conjunto temático en los metales, que es reiterado. Exposición y reexposición son extensas, y las maderas –especialmente el oboe- (Andrea Porcel) confieren dulzura a los tutti algo tajantes de este tercer conjunto temático, que en la reexposición se resuelve en un pasaje de las maderas. La coda concluye el movimiento con los primeros temas, ya profundamente explorados.
En el segundo movimiento, el solo de cornos (Adrián Toyos y Rubén Passaretti) con su tema nórdico, le imprime el tempo a todo el movimiento, que parece concebido como una forma rondó, ya que el tema, elaborado y enriquecido, armónica y tímbricamente, vuelve ser enunciado una y otra vez. Un bellísimo dúo de clarinetes es la primera elaboración, lo continúa el clarinete solista (Gustavo Asaro) en intervenciones recurrentes, la última confiere carácter al final. Hay un hermoso diálogo de las maderas, con las cuerdas en pizzicato.
El tercer movimiento, Scherzo, recuerda al Presto de la 7ma, sinfonía de Beethoven y al cuarto de la segunda de Brahms: una sección muy rápida en las cuerdas, desarrollada en 3 oportunidades, que se resuelve luego de un tutti de los cuatro cornos en una extensa coda.
Como si esta arquitectura no hubiese bastado, el cuarto movimiento es una chacona, según Lang, en la más pura herencia de Buxtehude y del barroco: un simple motivo de los bajos se convierte en el material de unas treinta variaciones. Hay un cuidado equilibrio tímbrico, una enorme capacidad de variar, de hacerlo, a diferencia del lenguaje beethoven, sin tensiones, y la sensación es una vez más esa honda placidez brahmsiana, siempre inexplicable: no sabemos si viene del dominio formal, de la profundidad de sus ideas, de su innato sentido del equilibrio, o de su virtuosismo constructivo.
La orquesta hizo esta obra en 2005, bajo la dirección de Georg Mais, y mostró nuevamente un Brahms profundo y homogéneo, como el de las variaciones opus 56ª que en septiembre de 2007 dirigiera Emir Saúl.






Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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