jueves, 25 de febrero de 2010

Campus Musical de La Armonía, 2010


El Campus Musical de la Armonía es una experiencia en la cual músicos de distintos lugares y de diferentes géneros: solistas; cantantes; estudiantes de dirección orquestal trabajan con el maestro Jordi Mora, a partir de la fenomenología musical, sobre obras que les interesa abordar. Diariamente hay una conferencia dictada por el maestro Mora, y en el cierre un concierto ofrecido por los alumnos.
Reflexiones, experiencias, evocaciones
La oportunidad de celebrar su vigésima edición sirvió para que muchos músicos contaran sus experiencias y pusieran en palabras lo que sentían. Uno de ellos, solista de la Sinfónica, dijo que comenzó a asistir en 1992: llegaba en el 542 hasta Acuasol, luego hacía dedo hasta la tranquera y si no se encontraba con nadie que fuera en auto caminaba los tres kilómetros que hay hasta la casa. Un pianista, médico de profesión, señaló que espera todo el año la llegada del campus. Alguien más agregó que el hecho de estar en ese lugar y vivir esa experiencia, en la que se convive durante una semana de trabajo, era efectivamente una ruptura del tiempo lineal y la aparición de otros tiempos: la memoria de experiencias anteriores y aquellas cosas que uno descubre en la música precisamente cuando hace un alto y se detiene para rescatar una profundidad que los requerimientos cotidianos hacen invisible. Se produce un diálogo rico y fluido. La música nos vincula con la parte de la vida que permanece y con la que cambia.
A partir de allí se hizo evidente que la reflexión sobre la música es inseparable de la reflexión sobre la vida. Ni una ni otra pueden ser definidas de una sola manera, y nuestro modo de vivirlas es sólo uno posible. Hay algo que permanece: la escritura, el recuerdo, la vivencia, pero otro algo que se construye en el transcurso. Vida y música están en la dimensión del presente, pero el presente adquiere significado en el recuerdo y en la expectativa de lo que vendrá.
La naturaleza de las cosas
La experiencia de hacer la música no queda atrapada en una partitura del mismo modo que la de la vida no queda agotada en el presente.
La música requiere de la lectura, pero no se hace sólo con lectura, a veces, como en obras de Schubert, que piden sforzaturas que aplicadas obedientemente harían que la música sonara demasiado fuerte, en desmedro de la melodía, el don schubertiano por excelencia. Hay que tener esa sensibilidad de conocer la obra internamente para elegir la mejor manera de abordar su discurso musical. Pienso en las Variaciones Golberg que me gustan en la versión de Maggie Cole, la más pura, pero que en la de Tom Koopman responden a la partitura original: ¿cuales son realmente las variaciones Golberg? ¿hay una versión definitiva? y por otra parte ¿podemos predicar que la vida es algo? o por el contrario hay tantas posibilidades de música como intérpretes y tantos modos de vivir la vida como personas.
Como en la vida, en la música hay que entender, experimentar, interrogarse. Jordi Mora sigue a Celibidache, uno de sus maestros, para quien la experiencia de hacer música era un momento único, abarcador, capaz de producirse de manera irrepetible ante circunstancias que el director debe favorecer. No podemos, dice, tener sólo un maestro o hacer nuestra su voz. Recuerda al Demian, de Hermann Hesse: a veces hay que saber dejar atrás a los maestros.
Habla, ejemplifica en el piano, cita obras como el finale de la segunda sinfonía de Brahms, en cual suele producirse un accelerando que la intensifica, que genera un efecto pero que al mismo tiempo le resta profundidad. Hay relaciones de sonidos en las frases y es el tempo el que permite percibirlas. El tempo que no es meramente velocidad sino una inflexión, como la del habla. La música, como el habla, es un todo, una unidad, un discurso. De nada vale focalizar en un pasaje. La obra es la trama de todos sus pasajes del mismo modo que una vida lo es de todos sus momentos. Ante estos conceptos comenzamos a escuchar las cosas de otra manera, a advertir que eso que parecía conocido contenía posibilidades nuevas y que esas posibilidades estaban en la obra y deben ser descubiertas por un intérprete que haga que ese descubrimiento surja en quien escucha.
Podríamos resumir muchos de sus conceptos, aludir a sus ideas. No es tan fácil lo otro: poner en palabras el hecho de experimentar otra vivencia de la música, quizás porque ella es lo que empieza “cuando mueren las palabras”, el verso de Heine y certero título de aquella película de Lucas Demare, con Enrique Muiño personificando a un director que hacía un ballet con la 7ª sinfonía de Beethoven.
Lo esencial, lo intelectual, lo sensible
En algún instante parece que esa corriente capaz de unirnos en ese momento proviene de la propia música y de la actitud de recibirla, dejando momentáneamente atrás otras preocupaciones y que lo que sucede en el campus no es más que hacer palpable esa nueva percepción de aquello que creíamos conocer pero que contenía resonancias nuevas.
En la música hay un aspecto intelectual, pero no es una experiencia solamente intelectual. Si lo es, ha fracasado al darle a lo sensible una forma que no lo revela.
La forma es vivirlo, “darle vueltas”, dice, entenderlo, sentir que ese tempo y ese fraseo son lo que mejor expresa esas sensaciones e ideas.
Este sentir involucra a la melodía, a la armonía, a los colores. Esos elementos surgen, se aproximan, se distancian y al hacerlo establecen una dialéctica.
Jordi Mora ejemplifica al piano esta unidad de la obra con distintos momentos de la séptima sinfonía de Beethoven, y permanentemente menciona a las de Bruckner, que conoce como director de la Bruckner Akademie de Munich. Tiene la experiencia que le permite vincularse con las obras de cámara que los asistentes aportan. Él ha podido generar si no una escuela, sí un grupo que busca un espacio para vivir y experimentar la música de una manera más profunda y vinculada a la vida. Será por eso que un espacio para la música es también un espacio para hablar de la vida, y que se entrecrucen, permanentemente una y otra cosa. Pero no pudo conseguir este resultado solo, sino que es el producto de un grupo y una vivencia grupal, de un circuito que se alimenta.
Esto, dice, no le sucede en otros países, donde todo es más fácil y accesible. Quizás, en gran arte, la vigencia de este campus esté en eso, en que es un ámbito para la música, pero también para el reencuentro con todo aquello que hace posible sobrellevar la vida.


Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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