domingo, 28 de febrero de 2010

Dos concepciones musicales



La Orquesta Sinfónica Municipal se presentó, en su concierto del 5 de julio en el Teatro Colón, con la dirección del maestro Guillermo Becerra, y la actuación como solista en piano de Guillermo Zaragoza, en el concierto de homenaje al destacado concertista y docente, Manuel Antonio Rego.
Dos compositores muy distintos entre sí, como lo son Brahms y Tchaicovsky (es conocida la animadversión de segundo hacia el primero) ocuparon el programa.
Concierto nro. 1, en re menor, opus 15 para piano y orquesta de Brahms
El ensayo general –cuya mejor expresividad estuvo en el adagio- dejó ver lo dificultosa de esta arquitectura, donde por primera vez el instrumento solista se integra al tejido orquestal, para constituir una verdadera sinfonía con piano. Pese a renunciar el puro virtuosismo, es una de las páginas más dificultosas en la literatura para el instrumento.
El propio compositor lo estrenó, en 1859. Era su primer concierto instrumental, y fue un fracaso en su primera interpretación en Hannover, y en la siguiente, durante el mismo año, en Leipzig, fue silbado. Brahms no se inmutó por esto. Como el quinteto para piano y cuerdas, fue una obra que tuvo muchas correcciones, y que utilizó temas bosquejados primero para una sinfonía, y luego para una sonata para dos pianos. Clara Schumann y el violinista Joseph Joaquim fueron consultados por el compositor, y a ellos debe muchas de las sugerencias de la obra.
El comienzo, una grave introducción en toda la orquesta, genera cierta sombría tensión, que es disipada en parte, por una intervención de las cuerdas, y luego por las maderas, hasta la entrada del piano. Como en el lenguaje de Schumann, son alternados estos ciclos de tensión y distensión. El piano parece improvisar en sus pasajes solo.
Hubo expresividad en los pasajes lentos –como en el bellísimo segundo movimiento, basado en un tema coral-, y claridad en los más comprometidos –como el complejo arranque del tercero, sin solución de continuidad-, en un todo donde faltó una adecuada sincronía con la orquesta, que perjudicó la fluidez de esta obra tan rica formal y temáticamente, y de tanta dificultad.
Hubo secciones, como los cornos y las maderas, que mostraron mucha musicalidad en ese complejo primer movimiento, y una cuerda muy homogénea en el segundo y el tercero, con su fuerte presencia del elemento rítmico, que intercala una suerte de rondó, con un tejido contrapuntístico, dificultoso en la orquesta, luego de la exposición del segundo tema.
Una versión referencial es la de Claudio Arrau y Carlo María Giulini, con la orquesta Philarmonia (1965).
Sinfonía nro. 5, en mi menor, opus 64 de Tchaicovsky
Carlos Vieu se despidió de la sinfónica, en abril de 2004, con esta cautivante obra.
Escrita en 1888, la sinfonía del destino, tiene el común con la patética, el ser construida a partir de un tema, enunciado por los clarinetes en el comienzo, en los registros más graves. El encuentro con Grieg en Leipzig parece haber influido al compositor. El tema principal es alternado con un segundo tema sincopado, y un par de temas en ritmo de vals.
El primer tema del segundo movimiento es presentado por el corno; le suceden las maderas y los cellos, que continúan el tema del corno. Son las cuerdas quienes, al final del movimiento, alcanzan el clímax que luego desarrollan los metales.
La obra es exigente en el lirismo, y en la amalgama de los instrumentos al presentar los motivos; sin eso, perdería la pasión que la sostiene.
Como otras veces, resulta muy enriquecedor ver al maestro Becerra trabajar estos aspectos, en lo que tienen de expresivo, y en la fluidez que debe mantenerse de uno en otro pasaje, como el ejemplo del vals del tercer movimiento, en indicaciones a los instrumentos que parecen cuentas regresivas destinadas a una entrada no sólo justa sino también precisa en la intensidad.
Las sinfonías de Tchaicovsky parecen armarse solas cuando los instrumentos siguen las intensas líneas melódicas, y lo hacen a condición de ser interpretadas con esa hondura que ellas postulan, como concepción estética, todo el tiempo.
Es una condición no fácil de cumplir. Exige una predisposición interior, musicalidad, y el abordarlas desde ese sentimiento que parece su razón de ser.
En el final, es retomado el tema del destino, citado a lo largo de la obra, pero en modo mayor, y con la resonancia de un himno ruso.
Brahms y Tchaicovsky fueron irreconciliables en vida. Hoy, nos queda lo que pensaron y lo que escribieron, que constituye un mensaje que estaba mucho más allá de ellos.




Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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