lunes, 7 de diciembre de 2009


Preguntas y exploraciones
El concierto de la Orquesta Sinfónica Municipal del 16 de junio, fue una experiencia musical diferente, ya que, bajo la dirección del maestro Marcelo Perticone, con la actuación solista de Beatriz Pedrini, se abordó un programa en el cual la mitad de las obras, eran brindadas como estreno.
Charles Ives
Nacido en Connecticut, en 1874, y fallecido en Nueva York en 1954, Charles Ives, uno de los compositores más importantes de Estados Unidos, dueño de una compañía de seguros, se dedicó a escribir con libertad, sólo fiel a sus ideas. A menudo sus obras permanecieron décadas sin ser interpretadas
“The unanswered question” data de 1906, fue inicialmente concebida para conjunto de cámara. Ives pulió la partitura en 1908, y produjo una versión para orquesta entre 1930 y 1935. Tuvimos dos interesantes versiones, en las cuales, alternativamente, la sección de la pregunta correspondió al corno inglés (Andrea Porcel), y a la trompeta (José Bondi), situados en distintos palcos de la sala, así como las maderas.
La formulación de la obra, ese paisaje cósmico, confiere a las cuerdas, en un bellísimo pasaje lento, el sentido de eternidad. Sobre esta eternidad surge la pregunta, reiterada seis veces, a las que se corresponden respuestas, pero no desde la eternidad. Son las maderas (acaso la voz humana) quienes responden, en secciones, primero lentas, y luego, cada vez más crispadas e indiscernibles, mientras que, inmutables, las cuerdas siguen el lentísimo, que cada vez se hace más contrastante con las intervenciones de las maderas, hasta el final, en el que la pregunta eterna, queda sin responder.
La ubicación de los solistas y grupo de maderas, en lugares diferentes, permitió que esta obra, tan sutil y enigmática, discurriese en un tempo acaso algo rápido, respecto a una versión como la de The Gulberkian Orchestra, con la dirección de Michel Swierczewsky, que ha interpretado distintas obras Ives.
Fermina Casanova
El Concertino para piano y orquesta, de Fermina Casanova, estrenado esa noche, por Beatriz Pedrini como solista, como muchas obras en la historia de la música, debió salvar, hasta último momento, una serie de adversidades.
Antes, bajo la batuta de los Maestros Carlos Vieu, Guillermo Becerra, y Diego Sánchez Hasse, fueron interpretadas obras de Fermina Casanova, como el Concierto para cello, y para contrabajo.
Este concertino no parece una obra menor, como su denominación podría sugerirlo, sino un trabajo compacto y con muchos aspectos de interés. Asume una estética diferente a la del concierto para contrabajo. En esta oportunidad es un pianismo enérgico, percusivo, que recuerda en mucho a los conciertos de Bela Bartók. El primer movimiento, que expone un tema hasta el solo de fagot, para introducir un episodio más lento, y retomar luego el primer tema, dialéctica que produce un sensible contraste.
En el tiempo lento, como en los conciertos de Bartók, se presenta el problema de sostenerlo en una melodía fácil, o renunciar a ella y generar otros efectos. El resultado, fue una muy bella sonoridad, contrastante con el del allegro giocoso final, un movimiento trabajado y denso como el primero, donde el diálogo se establece, cerradamente, con la percusión. También, como en las obras de Bartók, ya sea sus conciertos o la sonata para dos pianos y percusión, el efecto radica, en gran medida, en la exactitud que hace a la obra compacta. En este caso, a esa concepción, agrega elementos folclóricos que enriquecen este lenguaje sin efectismos ni agregados, hecha de pura sustancia musical.
Exploraciones
En la segunda parte se abordaron: Transparent voices, de Alicia Grant; Onírica, de Rafael de Moro, y Camimo a la luz, de Daniel Virzi.
Es radicalmente distinto el tratamiento de la orquesta en estéticas tan nuevas. No hay secciones morfológicas claras, ni intervenciones solistas: la orquesta es una sola y múltiple voz que discurre, generando climas, la mayoría de las veces, tensos, como si el sentido de la individualidad de cada timbre, estuviera destinado a brindar algo y a la vez a perderse. Es como si el espacio sonoro fuese algo que puede seguir siendo explorado.
El problema es que el gusto musical y el repertorio, no nos dan muchas veces la clave que permita descifrar elementos estéticos tan nuevos, que instalan, además, un campo intelectual en la experiencia artística. Bastaría, como dice Copland, que se los escuchara con más frecuencia, y así, formarían parte de nuestra experiencia.
Lamentablemente, no hubo la menor mención ni de los compositores, y sus trayectorias, ni de sus estéticas en el programa de mano (una imperdonable omisión). Tampoco se hicieron referencias explicativas que, como en el ciclo de Bach a Piazzolla, pudieran guiar la escucha.
Quedémonos con este sentido de exploración y esta idea de Copland, que nos dicen que sería suficiente acceder a estas obras más frecuentemente, para asumir que sigue habiendo compositores y sigue escribiéndose música, con muchas ideas, y muchos esfuerzos, y que vale la pena acompañar a unas y otros.



Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar

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