lunes, 7 de diciembre de 2009


Academia
En su presentación del 22 de septiembre la Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por el maestro José Ulla, contó con la actuación de Leandro Rodríguez Jáuregui y Javier Albornoz en piano, y del Coral Carmina, dirigido por el maestro Marcelo Perticone.
El programa abrió con la Sinfonía II, del músico checo Jiri Antonin Benda (1722-1795), bellísima obra del período clásico temprano.
Leandro Rodríguez Jáuregui abordó el Concierto nro. 24, K 491, en do menor, de Mozart. Lo hizo sin tener la oportunidad de una interpretación íntegra en el ensayo general, lo cual no mermó en nada su desempeño ante las dificultades de una obra ya de madurez de Mozart, escrita en 1786, y de las más admiradas por Beethoven. Exige mucha precisión, particularmente en el intrincado y marcial allegretto, una gran expresividad en el adagio, y también al plasmar su carácter que fluctúa entre lo melancólico, el brillo mozartiano, y el espíritu siempre refinado de su música, su toque destacado, claro y a la vez delicado. Ello se aprecia en un primer movimiento, complejo, en el sentido de plantear un tema en la orquesta, que lo trabajará durante el resto del movimiento, e introducir uno de distinto carácter, por su suavidad, en el piano.
Javier Albornoz interpretó la parte solista del Concierto para piano en la menor, op. 16 de Edvard Grieg, escrito en 1868, sometido a permanentes revisiones, en la parte de la orquesta, durante toda la vida de Grieg, alterna un pianismo vivo y percusivo, con momentos de gran dulzura. Este sello contrastante trae aparejadas distintas dificultades, como el propio comienzo, la cadencia del primer movimiento, la tristeza nórdica, hondamente expresiva del adagio, y un allegro moderato donde alternan un ritmo binario de danza (halling), con un quasi presto que se traduce en una danza ternaria (springer). Javier Albornoz combinó ataques claros, vivos y decididos, como el de la introducción, o la cadencia, con los momentos sutiles del adagio.
Dos pianistas muy jóvenes que interpretaron obras muy diferentes, y que hubiesen debido contar con la posibilidad de brillar individualmente.
En la segunda parte, el Coral Carmina interpretó las Danzas polovstianas de El Príncipe Igor, de Aleksandr Borodin (1833-1883). Químico y docente de profesión, formó parte del grupo de los cinco, la escuela nacionalista rusa liderada por Mily Valakirev.
Cuenta el diccionario Espasa de la música, que las partes orquestales de las danzas no estaban escritas en la víspera del estreno, en 1879, de la ópera “El principe Igor”, y que Rimsky Korsacov y Liadoff ayudaron a escribirlas a lápiz durante toda la noche. No obstante, en el capítulo dedicado a la ópera, señala que ésta se estrenó en 1890, es decir luego de la muerte del compositor, y que las numerosas partes inconclusas fueron completadas por Rimsky Korsacov y Glazunov. Cualquiera sea verdadera historia, queda claro la filiación de las danzas: al nacionalismo romántico, al color, al brillo.
Corresponden al segundo acto de la Ópera, en el cual el héroe cae en mano de la tribu polovtzi, en la guerra ruso tártara del siglo XI. Poco después de su captura, los tártaros descubren su rango y le rinden homenajes, a los cuales corresponden las danzas.
No debe haber sido tarea fácil escribir o completar estas obras, a juzgar por el color, la intensidad y recurrencia de algunos pasajes, como los de las flautas y el flautín, la percusión y los metales. Son cinco danzas que se ejecutan sin solución de continuidad. El Coral Carmina las ha interpretado en distintas ocasiones con la Banda Municipal de música. Quizás por esa razón el coro haya podido abordarlas con seguridad pese a haber tenido un solo ensayo previo con la orquesta. Van desde la dulzura del tema inicial, al fragor de los tutti de las últimas danzas, en las que el coro debe abrirse paso entre la masa orquestal.
Se trata de una obra cuyo efecto reside en el lirismo, el brillo y la belleza melódica, que se imponen sobre todo otro aspecto musical, en esta textura del nacionalismo romántico. Es una suerte que ambos organismos municipales se hayan reunido para hacerlas.
La propuesta de este extenso concierto –que recuerda a aquellas academias donde los compositores presentaban, en prolongadas sesiones, sus obras- permite inferir que no son la extensión ni el apuro, sino la sutileza y profundidad lo que debe ocupar el primer plano. Que no porque las obras sean conocidas y hayan sido trabajadas muchas veces, el resultado debe depositarse en esta variable.
Esperemos la posibilidad de contar nuevamente con estos pianistas y con el Coral Carmina.




Eduardo Balestena

No hay comentarios:

Publicar un comentario