domingo, 4 de octubre de 2015

La Orquesta Sinfónica Nacional con el maestro Francisco Rettig


.Orquesta Sinfónica Nacional
.Director: Francisco Rettig
.Sala: La ballena azul de Buenos Aires, 25 de septiembre.

El destacado maestro Francisco Rettig dirigió a la Orquesta Sinfónica Nacional en su sede, la excelente sala de conciertos La ballena azul.
La Suite La noche de los mayas, de Silvestre Revueltas (1899-1940) fue interpretada en la primera parte. Inicialmente concebida para un filme en 1939 fue recopilada posteriormente, convirtiéndose en la obra más difundida del gran compositor mexicano. Consta de cuatro movimientos: Noche de los mayas  (poco sostenuto); Noche de jaranas (scherzo), Noche de Yucatán (andante expresivo) y noche de encantamiento (tema y variaciones) que desarrollan una diversidad de elementos y requiere un gran dispositivo orquestal. Luego del comienzo en la percusión la cuerda plantea un bello motivo desarrollado de diversos modos, con cambios tonales, en un tejido que elude la resolución y que discurre en líneas siempre inesperadas, en lo que parecen modos antiguos. El uso de la paleta orquestal es magistral: polifonías entre las distintas secciones y los instrumentos de una sección, como los clarinetes. El scherzo es desarrollado en un ritmo danzante, un bello y vibrante tema enriquecido por las distintas secciones, particularmente la percusión en un manejo orquestal muy refinado. Uno de los lugares más bellos es el andante expresivo: ante un pianissimo de la cuerda discurre un tema en el clarinete y más tarde un bellísimo solo de flauta en un ritmo diferente que obra como centro de atracción y del cual la cuerda toma elementos. Otro lugar de gran originalidad es el tema con variaciones desarrollado en una parte en la percusión: sobre el ostinato de una parte de la sección se produce el desarrollo de una diversidad rítmica y  tímbrica en una extensa disposición que incluye redoble, tambores de distintos registros y una variada cantidad de elementos percusivos en una orquesta que mostró no sólo las cualidades de precisión y expresividad que requiere esta exigente obra sino también una gran calidad de sonido.
Destacaron especialmente Patricia Da Dalt (flauta); Daniel Kerlleñevich (clarinete); la línea de metales  y la nutrida sección de percusión.
La Consagración de la Primavera, de Igor Stravinsky (1882-1971) abarcó la segunda parte. Una de las “tres o cuatro obras verdaderamente revolucionarias en la historia de la música”, como la calificó el maestro Horacio Lanci en su análisis (Un viaje al interior de la música) es una suerte de “asteroide lanzado al  espacio a velocidad vertiginosa” y constituye el nacimiento musical del siglo XX, que estableció una ruptura con el romanticismo tardío y su estética (armonía, melodía) postulando la idea de la música absoluta, objetiva, destinada a no representar nada sino a centrarse en el propio hecho musical.
Sumamente compleja en su interpretación, dada la diversidad rítmica; lo extremo de los registros de los instrumentos; el modo en que actúan y la velocidad e intensidad de muchos de sus pasajes, donde varias intervenciones deben confluir “sin red” porque no admite un desplazamiento ni de una fracción de segundo, todo ello habla a las claras del nivel de la Orquesta Sinfónica Nacional y de su preparación para un opus tan particular, extremo, irrepetible y caro a los amantes de la música. Ello aplica a todo el conjunto pero es especialmente evidente en el manejo de la sección de la percusión: son tantas las intervenciones instrumentales en rítmicas distintas y en fragmentos complejos que  el director debe indicar para mantener el armado de la obra que la percusión entraba en muchas oportunidades tomando referencias –que duran fracciones de segundo- de otros instrumentos antes que indicaciones directas (ello habla de la preparación previa). No son pasajes comunes, particularmente al final la batería principal de timbales, de las dos que emplea la obra, lleva a cabo una intervención intensa, intrincada y referencial para el conjunto en la cual un error sería “fatal”. Algo parecido puede decirse del gong y del bombo.
Una experiencia abarcadora
No se trata de un concierto más. Se trata de una experiencia, la de estar frente una obra única: por la complejidad; importancia; belleza y dificultad.
Pero ¿en qué consisten sus características primordiales?: Ya el comienzo, en un registro desusado por lo agudo en el fagot y lo que viene inmediatamente después son un anticipo de las innovaciones rítmicas, armónicas y tímbricas: se trata de un tema en modo hipodórico, tomado de un motivo antiguo lituano: una célula que va y viene a partir de la nota la, en la tonalidad de la mayor, inmediatamente después se introduce un corno en la menor, con un do sostenido y en el cuarto compás el clarinete piccolo, con tónica en si menor y el resto de la sección en do sostenido: el choque de tonalidades produce intriga, desconcierto y un estado de indefinición tonal.
El tratamiento rítmico no se agota en los bruscos cambios de métrica sino abarca polirritmias melódicas: sustraer o agregar un valor a una frase al ser repetida; o desarrollar las intervenciones de las secciones en El círculo misterioso de las adolescentes  con un ostinato en los cellos y una polirritmia melódica en las violas, de modo que los acentos caen siempre en lugares distintos.
Como si todo ello fuera poco, el impacto más evidente es el de la intensidad, clara demostración del “enorme poder de los sonidos” (como señala el maestro Lanci), los registros desusados (por ejemplo la cuerda en Los augurios primaverales) y el modo en que intervienen los instrumentos: melodía casi inexistente, acentos en lugares inesperados en una orquesta de grandes dimensiones donde los instrumentos no se encuentran doblados por motivos de volumen sonoro. En este paisaje de “salvaje refinamiento” (se trata de una sensación de primitivismo hecha en base al manejo extremadamente virtuoso de la paleta orquestal), siempre cambiante y sorprendente, hay secciones que sirven de soporte: los clarinetes bajos; los 8 cornos; el piccolo e, indudablemente, las baterías de la percusión.
El manejo que hubo de esta obra, el tempo que permite desarrollarla de la manera compacta que lo exige, con el desafío consiguiente por ejemplo de esos rapidísimos pasajes de la cuerda en Rondas primaverales, el desempeño parejo de todas las secciones, la fluidez de una cuerda cuyo papel es tan diferente al de otras estéticas; el armado general; la intensidad, nos hablan de la preparación y del nivel de la Orquesta Sinfónica Nacional, así como del trabajo del reconocido maestro Francisco Rettig (actual director de la Orquesta Sinfónica de Medellín), muy preciso en la marcación de estos ritmos siempre cambiantes, donde conviven y chocan elementos muy diferentes, como en Cortejo del Sabio- Adoración de la tierra  nos hablan de su manejo de la obra.
Destacaron especialmente Ernesto Imsand (fagot); Daniel Kerllñevich (clarinete); Sandra  Acquaviva (piccolo); las maderas (flautas, oboes, clarinetes bajos); la solista de corno inglés; Mario Tenreyro (corno), así como el resto de la sección de cornos; Edgardo Hermenegildo Romero (trompeta) la línea de metales y muy especialmente  la de percusión con Marcos Serrano como solista.
La Consagración de la Primavera es un “inmenso bajorrelieve” que rompe con algo e instaura algo y no puede ser presentada de otra manera que la excelencia instrumental, porque lo exige todo.





Eduardo Balestena

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