lunes, 2 de abril de 2012

El Requiem de Berlioz


En la edición online de la Capital de ayer comentamos algunos de los aspectos musicales y del desafío en la preparación de una obra de la magnitud del Réquiem de Berlioz, interpretado en conmemoración a los treinta años de la Guerra de Malvinas, cuyos resultados pudimos apreciar en el escenario de la Plaza San Martín.

En contra de lo que hubiera podido suponerse la amplificación no desmereció los matices de un opus realmente complejo y muy demandante en el coro: Coro Polifónico Nacional; Coral Carmina; Coro Alas y Raíces.

Para ubicarnos en la formulación de la obra digamos que Berlioz concibió a la Grande Messe des Morts en función del ámbito de Les invalides, con el empleo de masas de equipos alternados ubicados en diferentes espacios. En el escenario tuvimos a la masa orquestal al centro y a las cuatro bandas en los laterales. La forma en que se desempeñaron –la Municipal, la de la Armada; del GADA y los metales de la sinfónica- habla de la preparación que tuvieron con el maestro Perticone: intervenciones distantes y en series, en un ámbito donde no siempre era posible la indicación puntual –por ejemplo en el Dies Irae, donde el director debe concentrarse en gran medida en el coro- se desarrollaron con toda precisión.

En el coro la exigencia es múltiple, ya desde el Kyrie inicial: una línea de canto sutil (como el final del número Kyrie eleison, Christe eleison) en lo expresivo, con intensidades y rápidos pasajes hacia registros agudos y en intensidad creciente constituyen un tejido vocal siempre sorprendente: como el difícil pasaje del Dies Irae, con las cuerdas del coro en registros extremos y en notas rápidas, con elementos diferentes en cada una. Una de las partes más impactantes está en el final del Dies Irae con un tutti muy vibrante –con la parafernalia de percusión que pide Berlioz- que resuelve en el tenue pasaje final.

El Rex Tremendae es otro momento de dificultad en el coro, con intensidad a su vez en la orquesta. El Quarems Me, a capella, es uno de los mas bellos momentos del Réquiem (Buscándome, fatigado te sentiste, sufriendo en la cruz me redimiste) las cuerdas del coro, discurren en elementos diferentes entre sí, pero de manera tan clara que es posible apreciar todo el tejido vocal en ese requerimiento de enorme delicadeza en las frases. El Lacrymosa que le sigue es uno de los números más extensos e intensos.

En el Offertorium se produce una bella modulación –en el ensayo el maestro Becerra señaló: el alma- en que la voz, claramente, parece buscar un plano diferente.

Pueden reprochársele algunas faltas de sutileza al Réquiem de Berlioz –como cierto uso de trombones (como en el Agnus Dei) o platillos-, que rompen lo etéreo de la voz en ciertos pasajes, pero es una obra impactante, con un planteo orquestal que fluctua entre lo camarístico y armonías de la Sinfonía Fantástica; pero su final es bellísimo en esa línea ascendente (Domine et lux perpetua luceat eis…Domine qui pius amen) con el sutil acompañamiento de maderas, cuerdas y timbales que marcan el tono indeclinable del tiempo y la eternidad.

La intervención del tenor solista se produce a la manera de un elemento que comenta, como en el teatro griego, en el Sanctus (Sanctus…Deus Sabaoth. Pleni sunt coeli et terra gloria tua…)

Vista desde adentro, una obra sinfónico coral es muy compleja, ya sea en cuestiones físicas: que la cuerda del coro no escuche las figuraciones de los violines que le sirven de referencia, porque las cuerdas están lejos, lo que exige un gesto claro; ya sea por las entradas: de los instrumentos o de cada cuerda en el coro; ya sea por los matices y las condiciones en que las articulaciones se hagan audibles. Guillermo Becerra tiene una dirección que combita emotividad y técnica: lo particularizan cuestiones tales como el cuidado en la indicación a las entradas, que suele ir anticipando en una cuenta regresiva y el modo de resolver las alternancias entre distintas secciones, de manera que sean claras: cómo y cuándo salir, cómo y cuando entrar y que acento dar a algo para que se haga audible y funcional a ese sistema que es una partitura musical; y también el sentimiento con que aborda obras, sean las que prefiere o las que no.

Al finalizar –oportunidad en que Darío Volonté cantó la marcha Aurora, de Panizza- subieron al escenario ex combatientes (entre ellos Mariano Garbini, compañero del servicio militar en el 602) y fue posible entender que el Réquiem estaba en verdad destinado a quienes no pudieron subir a ese escenario; que era su memoria, la de los caídos, los del Belgrano, los que se suicidaron en los años posteriores (un número equivalente a los muertos en combate) en aquel, el último de los actos del terrorismo de estado del cual, a treinta años, sólo acarreamos una secuela de frustración y dolor, parte de la cual es el recuerdo de inocentes en una Gran Misa de Muertos.

Eduardo Balestena

http://www.d944musicacinfónica.blogspot.com

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