lunes, 4 de abril de 2011

Romanticismo nacional tardío



En su concierto inicial de la temporada la Orquesta Sinfónica Municipal se presentó en el teatro Colón el 2 de abril con la dirección del maestro Emir Saul y la actuación solista de Xavier Inchausti en violín.


Concierto para violín y orquesta opus 47 de Jean Sibelius (1864-1957): Revisado en 1905, tras el poco feliz estreno por Víktor Novácek, por las propias dificultades de la parte solista, y mantenido en su formulación esencial, la obra triunfó, en 1905, con Kart Halir al violín y Richard Strauss en el podio.


Hay pocos conciertos para violín, más allá del virtuosismo, verdaderamente hondos (los de Brahms, Dvorak, Beethoven y el de Sibelius). Requieren del dominio técnico, pero de uno que no se haga evidente sino que pueda plasmarse en un fraseo donde el instrumento solista no suene sino que hable.


Hay que buscar el lenguaje del compositor finlandés más que en lo folklórico, en la visión de lo nacional a partir de la herencia europea, en una búsqueda, a veces a través de lo programático, del puro sentido musical, muy evidente en el instrumento que dominó.


El concierto para violín presenta, en este sentido, muchos aspectos de interés: explora climas y sensaciones sonoras y se inicia directamente con la exposición –en el Allegro moderato- del primer tema en el instrumento solista, con el tremolo de los violines como fondo y recapitula sobre ese material, en la compleja cadencia y luego de ella, en alternancia con el fagot y las maderas y trabaja sobre ese material, que, aun siendo un tema nuevo, guarda el carácter de una exploración del sencillo y lírico tema inicial. Son climas lo que el diálogo con la orquesta plantea, no efectos fáciles en una forma sonata extensa.


El segundo movimiento Adagio di molto se inicia con un sencillo tema en el violín, acompañado por largas y envolventes notas de las trompas, y las cuerdas en pizzicatto. El tema se expande con más lentitud en el violín solista en un pasaje de enorme dulzura. La forma de lied tripartito lleva a un episodio central preanunciado por la orquesta –cuerdas, metales- intenso, en el dialogo con la orquesta y en su progresivo crescendo, hasta la resolución en el clima inicial.


El finale, Allegro ma non tanto comienza con un aire de danza popular, en la cuarta cuerda del violín, en un ritmo vigoroso e incisivo que mantiene el mismo esquema.


Con un Sibelius más fluido –particularmente en el tercer movimiento- en la sesión del concierto que en el ensayo general, Xavier Inchausti –que en su presencia escénica recuerda a Boris Belkin en su actuación con Leonard Benstein en 1975 en el concierto opus 35 de Tchaicovsky- evidenció que a los veinte años es un concertista maduro: el manejo de las inflexiones, las dinámicas, la continuidad del fraseo permitieron apreciar las particularidades de un discurso musical muy rico, constructiva y temáticamente, con una orquesta que elude los volúmenes sonoros por sí mismos, así como los efectos, para cerrarse en un diálogo permanente con el solista (aspectos que podemos apreciar en la versión de referencia de Chirstian Ferras y Karajan). No es un dato menor en una obra que no se hacía desde hace años y que requiere en la orquesta un gran manejo de varios aspectos: una afinación que posibilite el diálogo sin perder continuidad, las inflexiones en los permanentes cambios de intensidad, justeza absoluta y sentido del todo. Sibelius, en su formación europea, en las resonancias de Grieg, en su predominio de lo introspectivo, pese a la energía de obras como Finlandia y el final de la Sinfonía nro. 2, ha dado en cada creación algo diferente. En este caso en los aspectos constructivos o en secciones como las cadencias, en las que se plantean simultáneamente elementos distintos, pero puestos en función de una profundidad.


Xavier Inchausti logró abordar la obra con una naturalidad capaz de hacer que el oído no se detenga en las dificultades, pero a la vez permitiendo apreciar el enorme desafío que ellas significan.


Sinfonía nro. 8, opus 88 en sol, de Antonin Dvorak (1841-1904): Hay aspectos que el encanto sonoro de esta sinfonía suele encubrir: la dificultad en la cuerda, en la línea de metales, en la flauta –a la cual le es confiado, entre otros, un extenso solo en el cuarto movimiento- y un balance entre el tratamiento del sonido y el tempo: uno más lento requiere un mayor detenimiento en la claridad sonora. En uno más rápido la melodía se hace más danzante pero pierde densidad. Estos aspectos, claramente apreciables en la comparación entre las versiones de Carlo Maria Giulini con la London Philarmonic Orchestra y la de István Kertzést con la misma agrupación, plantean que hay un tempo justo que permite el equilibrio entre el fraseo, su carácter danzante, y el refinamiento sonoro.


Más allá del déficit en el volumen del solo de trompeta que abre el cuarto movimiento –que debe ser franco y destacado-, de cierta superficialidad en la primera entrada de los cellos en el mismo movimiento y de algunas otras cuestiones semejantes, como el balance entre la trompeta y la flauta en el extenso solo del Allegro, hubo un Dvorak logrado en cuestiones tales como la dinámica, el pasaje de las maderas luego del ritornello del tercer movimiento (lugar donde puede perderse claridad), o la intervención de los clarinetes en el final del adagio, en una interpretación que planteo un tempo algo rápido pero que tuvo aciertos como la intervención de los trombones en el accelerando final. El encanto de la música de Dvorak no le quita las exigencias que todas sus obras tienen en un plano más profundo.




Eduardo Balestena







Christian Ferras, Zubin Mehta, Jean Sibelius, Concierto para violin,

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