domingo, 14 de octubre de 2012


Un ecléctico programa
            En su concierto del 13 de octubre en el Teatro Colón la Orquesta Sinfónica Municipal fue dirigida por el maestro Guillermo Becerra y contó con la actuación solista de Patricia Da Dalt, en flauta.
En la primera parte fue interpretada la Obertura de El empresario Teatral, de Mozart y el Millenium concerto, de Carlos Franzetti.
Tanto la obertura de Mozart como la Sinfonía de la segunda parte acusaron la ausencia de un trabajo profundo, particularmente en la cuerda, y de un ensayo general. Fue un Mozart abordado a un tempo lento y poco compacto que significó que lugares como la sección de respuesta en la cuerda al motivo inicial no sólo carecieran de brillo sino también de esa impronta a la vez delicada y enérgica las obras de Mozart. Es evidente el grado de dificultad de un opus que, en su brevedad, parece simple pero que está muy lejos de serlo: particularmente por las inflexiones en todos los pasajes de las cuerdas que requieren un sonido muy cuidado y un tempo ágil donde los pasajes tajantes no parezcan caer  como un peso muerto.
Patricia  Da Dalt es primera flauta en la Orquesta Sinfónica Nacional y docente en la Diplomatura Superior de Música Contemporánea en el Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla. No sólo ha desarrollado una extensa carrera solista sino que se ha intervenido en conjuntos de cámara –como el Trío Luminar- , realizando giras por Europa. También se ha presentado en festivales internacionales y llevado a cabo un largo trabajo en talleres con músicos como Gerardo Gandini, Marta Lambertini y muchos otros. Quizás a a esos aspectos de su carrera y formación debamos la elección de una obra rica e interesante como la que abordó.
El Milleniun concerto es un trabajo muy demandante, en su concepción rítmica, con sus elaborados ritmos de tango, sino también en la precisión que requiere del instrumento solista, cuya línea, muy expuesta en la rapidez de los pasajes, en las inflexiones del discurso y en la pureza de la emisión, va siempre como flotando sobre el fondo de una orquesta que parece tomar de ese discurso algunos elementos, pero que, básicamente discurre en otros distintos. Podríamos decir que este interesante trabajo de Carlos Franzetti, un conocido compositor y arreglador argentino que vive en Estados Unidos, recuerda al concierto de Ibert por la línea ágil, sutil, refinada, expresiva y tímbricamente destacada, pero es como si resolviera ese postulado inicial en los términos del tango, tanto en los movimientos  rápidos como en el  lento, trabajando sobre elementos de ese material que expone de distintas maneras. Lamentablemente, el programa de mano no detalla las partes de una obra tan atractiva y cuya gracia sólo puede ser perceptible desde un trabajo técnico que, pudiendo abordar sus múltiples dificultades, permita plasmar su espíritu. La fluta solista no parece estar destinada a obras de gran profundidad musical (en ese caso debemos preguntarnos en qué reside esta profundidad musical) pero sí al brillo y al planteo formal,  como en este caso.
La técnica y la expresividad de la solista fueron evidentes, con una orquesta que estuvo a su altura.
Sinfonía nro. 1, opus 21 de Beethoven
Si bien dentro de un esquema clásico –que cierra el siglo XVIII- esta obra temprana muestra, además de su riqueza formal y su concepción casi danzante, elementos novedosos, como su comienzo con una séptima dominante en fa mayor, siendo que está escrita en la tonalidad de do mayor; también el tercer movimiento con la forma de un scherzo, diferente al minuet. Otro pasaje de gran riqueza es el comienzo del andante cantabile, en los segundos violines y las sucesivas entradas de la cuerda por secciones.
            Las obras del período requieran un enfoque que privilegie el tempo rápido, acentuación, relieve y liviandad en el sonido antes que los criterios de interpretación de obras de etapas posteriores. Aunque no fuera éste el enfoque sí es posible señalar que tuvimos una versión que rindió lo mejor en el Minuetto y trío (rico, conciso y enérgico) y en el adagio Molto e vivace (tercero y cuarto movimientos) y que, aunque se trató de una ejecución precisa,  hubiera requerido una mayor plasticidad y un sentido más compacto del todo.
            Es de lamentar, una vez más, que se permita el acceso del público no sólo entre una obra y otra, sino en el curso de la interpretación de un movimiento y que haya publico siendo acomodado deambulando en los pasillos en el curso de la interpretación.
 




Eduardo Balestena

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