lunes, 28 de junio de 2010

Imágenes para orquesta


La Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por el maestro Roberto Ruiz, se presentó en el Teatro Municipal Colón el 26 de junio, con la actuación solista de Aron Kemelmajer.
Fue interpretada, en primera audición en Mar del Plata, Atardecer en la sierra, opus 2 b, Preludio para orquesta, de Jorge Fontenla, breve obra de juventud del prestigioso director de orquesta, pianista y compositor, nacido en 1927. En ella, por medio del rico color orquestal, del juego rítmico entre cuerdas y maderas, que recuerda a las métricas tan utilizadas por Ginastera, se plasma, en una escritura que evoca el lenguaje de Debussy, una delicada y vívida imagen campestre.
Concierto para violín op. 64 de Félix Mendelssohn (1809-1847). Arón Kemelmajer abordó este concierto como solista, con la dirección de Carlos Vieu. En esta oportunidad lo hizo con un sonido que más que el brillo buscó la expresividad por la propia música. De este modo, hizo un comienzo y un desarrollo no incisivos (es el violín solista quien enuncia el primer tema, al que enriquecerá luego, alternando en distintos registros), en una obra que trabaja sobre un aspecto melódico que prima por sobre los puramente técnicos y que exige gran delicadeza en las inflexiones de un discurso que nunca descansa en el puro virtuosismo. En lugares como la trabajada cadencia del primer movimiento, que alterna largos pasajes que discurren con notas dobles e intervalos que llevan el arco a distintas cuerdas, parece difícil no hacerla sin perder tempo y fraseo; empalma con la orquesta en un pasaje de las maderas. El andante, con su estructura de lied en tres partes, no es menos intrincado. Por ejemplo en la sección central, luego del primer tema, se desarrolla un pasaje solista con notas dobles, en el cual, al mismo tiempo, deben interpretarse dos elementos radicalmente distintos (una frase y una ornamentación que se desarrolla en rápidos intervalos) que conduce a una resolución con otro elemento distinto. El concierto termina con un rondó que, tras la introducción, plantea otro exigente pasaje para el solista. Aron Kemelmajer cumplió, en una obra que conoce tan bien como las de cámara que suele abordar en el ciclo de Bach a Piazzolla, con el requerimiento de manejar una técnica tan profundamente que sólo se nota la pura veta melódica de Mendelssohn en este, uno de los conciertos más conocidos del repertorio violinístico.
Sinfonía nro. 7, en re menor, opus 70, de Antonin Dvorak (1841-1904). “La más brahmsiana de las sinfonías de Dvorak”, dijo acertadamente el solista Federico Gidoni. Este aspecto constructivo, con el rigor que conlleva, la diferencia de la quinta y la sexta y a la vez asemeja, en algunos aspectos, a la octava, por ejemplo en el Scherzo, en el cual el ritmo sincopado y con acentos de sforzando, hace recaer, en el tiempo descendente, intrincados pasajes de muchas notas en las maderas. Lo mismo sucede, en otras partes, con secciones de las cuerdas.
El primer tema del Allegro maestoso inicial es planteado por violas, cellos y bajos como una introducción que conduce, en el pasaje de las trompas, a un segunda aparición del primer tema, en una atmósfera de tensión y riqueza tímbrica. Desde este comienzo se enuncian varios de los elementos constructivos: las trompas, que introducen temas y atmósferas y dan acentos, unidad y soporte armónico; las modulaciones hacia pasajes que disuelven una tensión que sin embargo es siempre recurrente; las maderas como contraste de esa dialéctica tensión-distensión; la dificultad en la cuerda, siempre honda y tajante; los metales como elementos que profundizan este mundo sonoro y la alternancia de temas que vuelven enriquecidos en el tratamiento armónico y tímbrico. El universo de Dvorak está aquí, pleno, en expansión, sin vacilaciones, capaz de trabajar sobre la arquitectura del mismo modo que en la quinta y sexta lo hace sobre la melodía. El movimiento se resuelve en el tema inicial, acentuado por las trompas.
El Poco adagio comienza en el solo de clarinete que discurre en un rico pasaje de las maderas. Se produce una delicada polifonía: maderas, cuerdas en pizzicato, trompas, hasta la aparición de un segundo tema. El material temático es trabajado en su intensidad, en la alternancia de voces, en la modulación y parece permanentemente renovarse. La entrada de los cellos tiene, en el registro medio de la cuerda, una profundidad y dulzura que , como el pasaje inicial de clarinete, evocan el mundo de Brahms presente aquí en esa sonoridad tan propia de Dvorak donde los temas parecen sucederse y regresar. La sensibilidad del compositor checo es este uso de la inflexión en la riqueza de una paleta que, aun con el influjo de Brahms, es absolutamente propia.
El maestro Roberto Ruiz llegó al ensayo general con un sonido ya trabajado que hubiera requerido una mayor densidad en la cuerda para hacerla menos incisiva en pasajes como el Scherzo.
Destacaron los solistas José Garreffa (corno), Gustavo Asaro (clarinete), Andrea Porcel (oboe) y Julieta Blanco (flauta).
Obras como la de Jorge Fontenla, aun en su brevedad, nos reencuentran con la riqueza de los compositores argentinos que deberían tener una esencia mayor en los repertorios.



Eduardo Balestena
http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com/
Dvorak, Sinfonía nro. 7, Hong Kong Sinfonietta, dirig. por Daniel Raiskin

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