viernes, 13 de noviembre de 2009


Sustancia tan delgada como el aire
La Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por el Maestro José María Ulla contó, en su concierto del 9 de octubre, con la actuación solista del violinista José Daniel Robuschi.
Mendelssohn
El 6 de agosto de 1826, Mendelssohn terminó la Obertura de Sueño de una noche de verano (opus 21). Tenía 17 años. Había leído, en su idioma original, obras de Shakespeare y viajado incansablemente. Hubo una adaptación de Sueño de una noche de verano, de Ludwig Tieck, donde un niño llegaba al mundo vedado de las hadas y era testigo de la boda entre Oberón y Titania. Mendelssohn pudo ser ese personaje asomado más allá del espejo en esta obra que se abre con dos flautas (Laura Rus y Federico Gidoni) en mi y sol sostenido, hasta que el acorde se amplía con dos clarinetes (Mario Romano y Gustavo Asaro), hacia un si mayor, hasta la llegada de los fagotes (Gerardo Gautín y Karina Morán), donde el acorde se ensancha en un la menor. Con dos oboes (Andrea Porcel y Guillermo Devoto) y los cornos (José Garrafa y Jorge Gramajo) llega el si mayor que es la tonalidad de la obra. Hay luego un intrincado trabajo de las cuerdas, que parecen venir del otro lado del espejo de ese mundo al que acabamos de acceder y luego la obra se cierra la como se abrió.
Dvorák
José Daniel Robuschi interpretó luego el concierto para violín y orquesta en la menor, opus 53 de Dvorák.
No podemos entender claramente la magnitud de su logro, sin pensar en la estética de Dvorák, quien de niño (en la posada de su padre) oyó fascinado a los violinistas itinerantes, y que luego fue violista de orquesta. Acertadamente, José Daniel Robuschi nos decía que hay conciertos que parecen más de lo que son y otros, que son más de lo que parecen, en referencia a los desafíos técnicos que plantea la obra, y al hecho de que poder llegar a su espíritu entraña hacer que esas dificultades no se vean. Ello sólo se logra a partir de un dominio absoluto de la dinámica y una estética.
Dvorák lo escribió (en 1879) para Joseph Joaquim, quien retendría la partitura dos años, introduciéndole arreglos y demorando su estreno. El hecho de que haya sido escrita por un violinista y revisada por un virtuoso, hablan a las claras de lo que significa abordarla. Tiempo atrás, el maestro Washington Castro decía que el violín puede ser un instrumento agresivo. Valga como idea para pensar que hay conciertos virtuosísticos y otros que se valen de estos elementos en función de otros, puramente musicales. Es el caso de esta obra. El material temático es tan rico que el intérprete debe poder alumbrarlo adecuadamente. El segundo movimiento está inspirado en la música popular y el furiant, del último movimiento, introduce el tema de esa danza checa: no es simplemente introducir material popular, sino que se hace luego con él, trabajándolo hasta sus últimas posibilidades a partir del diálogo con el resto de los instrumentos.
No es comprensible que esta obra no se encuentre entre las más conocidas y transitadas del género, pero sí es notable la versión que pudimos escuchar, por un músico sin fisuras, que supo transitar y explotar todas sus posibilidades, en un diálogo con la orquesta (que aunque quizás no sea musicalmente el del concierto para violoncello, una verdadera sinfonía con instrumento solista) es siempre fresco, inventivo y fluido y (por lo que se trabajó en el ensayo) nada fácil de lograr.
En la segunda parte se interpretó la Sinfonía nro. 8, en sol mayor, opus 88, una de las más hermosas y logradas de Dvorák. Escrita en 1889, utiliza en ella la de sol mayor, tonalidad no frecuente en sus contemporáneos románticos, con lo cual de algún modo vuelve a la luminosa tradición de Hydn. Corresponde también a otro período del autor, donde regresa a las fuentes checas pero desde una invención más libre, menos programática y con una atención menor a las formas, pensando musicalmente en términos de pura invención.
Se inicia en las tonalidades medias de la cuerda y en cornos en lo que es un movimiento anticonvencional. El solo de flauta preludia el desarrollo del movimiento. El lirismo ya no nos abandonará y habrá de sorprendernos a cada momento. Es muy diferente de su anterior, la séptima, con sus tonos algo sombríos, aquí, esa suerte de recurrencia en las figuraciones de la flauta, que rematará en el solo virtuoso del último movimiento (a cargo de Federico Gidoni) definen este carácter. Dvorák suscita un sentimiento especial entre los músicos. Sin esta magia (que quizás los griegos llamarían daimon), no es posible interpretarlo (el daimon estuvo con nosotros esa noche).
Como lo dice el propio Shakespeare en Romeo y Julieta, se trata de sueños. La música es un largo y ordenado sueño, lleno de inventiva y su sustancia es el aire, un aire donde todos los talentos convergen una y otra vez, hacia el renovado asombro con que Mendelssohn y Dvorák pudieron trabajar el sonido y hacerlo la más sólida de las esculturas

Eduardo Balestena

No hay comentarios:

Publicar un comentario