sábado, 18 de octubre de 2014

Obras de Sibelius; Benzecry y Shostakovich




.Orquesta Filarmónica de Buenos Aires
.Director: Maximiano Valdés
.Solista: Xavier Inchausti, violín
.Teatro Colón de Buenos Aires, 16 de octubre.

En su concierto del 16 de octubre –abono nro. 16- la Orquesta Filarmónica de Buenos aires fue dirigida por el maestro Maximiano Valdés, y contó con la actuación solista de Xavier Inchausti en violín.
La Canción de Primavera, opus 16 de Jean Sibelius (1865-1957), interpretada por primera vez en Argentina, abrió el programa. Diferente en su lenguaje a Tapiola, donde parece condensarse un largo camino de hallazgos, la génesis de lo que comenzó como una improvisación para orquesta tuvo varias reescrituras, cambios de tonalidad y finalmente un tratamiento que la despojó de toda tensión. El resultado final es una obra más cercana a trabajos como la segunda sinfonía que a los poemas sinfónicos: belleza melódica, un uso de la orquesta despojado de efectos que responde a un ideal romántico y elementos nacionales absolutamente reconocibles.
El Concierto para violín, de Esteban Benzecry (1970) fue escrito originalmente como un conjunto de composiciones sucesivas para violín y orquesta que fueron siendo estrenadas en distintas oportunidades entre 2006 y 2009. La premier de la obra completa fue en la Salle Pleyel de París el 5 de diciembre de 2009.
Uso de materiales musicales como punto de partida de ideas; variedad rítmica; refinamiento y amplitud tímbrica en un paisaje sonoro cambiante, constituyen la postulación musical de una obra que se vale tanto de exploraciones propias como de esquemas armónicos del siglo veinte. El empleo de efectos en los metales, el uso de una gran variedad de baterías de percusión, diferentes en los movimientos y utilizadas no por razones de volúmenes sino como aporte de colores y climas, son indicadores de que aunque el postulado involucre elementos autobiográficos, no se trata de una música subjetiva sino de una en la cual cada elemento se encuentra utilizado con una finalidad estrictamente musical, en un marco de climas que hacen que la música vaya más allá de una experiencia intelectual y un planteo sólo formal.
El tratamiento del instrumento solista es virtuosístico: por un lado, se trata de lograr un fraseo fluido y suave en un paisaje sonoro árido, sin melodía, sin referencias con respecto a una orquesta que funciona con el mismo sentido de exploración  que un violín solista al cual no está destinada a acompañar; por otro, el violín se encuentra exigido permanentemente en la amplitud de sus intervalos, en lo demandante de su tránsito por los distintos registros en una obra que en todo momento asume que las mayores posibilidades expresivas del instrumento están en ese virtuosismo.
Ello habla a las claras de las aptitudes del solista, con un sonido nunca áspero sino suave y trabajado puesto a abordar pasajes de dificultad.
El uso de ritmos españoles; de tango o de folklore; de lo que parece, como al inicio, escalas antiguas semeja  algo más cercano a las citas a partir de las cuales improvisa el jazz –el beboop, más precisamente- que a una búsqueda etnomusicológica: los ritmos rápidamente mutan (no hay variaciones sino metamorfosis), parecen alejarse, expandirse, generar nuevas posibilidades y ser el punto de partida de desarrollos en los que terminan siendo una presencia velada.
Es una obra además exigente en la preparación que requiere de la orquesta para sonar acabada, sin que prevalezcan unas sobre otras intensidades sonoras tan diferentes. A diferencia de una textura clásica, la obra sólo admite la excelencia interpretativa.
Esteban Benzecry es uno de los compositores más presentes, reconocidos e interpretados en la actualidad: su dominio de la orquesta es evidente, y el rico paisaje sonoro (que incluye piano, celesta, arpa y un aparato de percusión amplio) es desplegado para plasmar ideas que importan un planteo musical original, atrayente y sólido.
La Sinfonía nro. 5, en re mayor, opus 47 de Dmitri Shostakovich (1906-1975) fue interpretada en la segunda parte del programa. Son conocidas las circunstancias de gestación, entre abril y julio de 1937, de esta obra en la Rusia stalinista, donde muchos de los amigos del compositor habían desaparecido y donde él mismo, amonestado por no observas los preceptos del realismo socialista, ignoraba si al final de la interpretación –por la Orquesta Filarmónica de Leningrado, dirigida por Evgeni Mravinski, el 21 de noviembre de 1937- se reivindicaría o correría la misma suerte que aquellos amigos.
Pese a la plenitud sonora, al aparente triunfalismo de lugares como el comienzo del último movimiento, se trata de una obra compleja –más allá de las apariencias- y sombría. Con una arquitectura que evoca a Bach en ese primer movimiento, que comienza  con una frase descendente en canon, idea que parece vertebrar toda la obra, el desarrollo ulterior de esa frase va conduciendo gradualmente a una textura contrapuntística planteada por timbres siempre netos y definidos: oboe, fagot y cuerdas divididas, que abordan distintos elementos de ese motivo inicial constituyen una bisagra en ese desarrollo, luego del cual surge otro motivo de respuesta al primero. La progresiva modificación y modulación sobre un motivo repetido, que va generando sentido de expectativa y prepara un cambio hacia un nuevo clima sonoro es otro de los recursos, ello es perceptible en lugares como el solo de flauta, en el primer movimiento, en que la flauta toma un motivo de las cuerdas y sobre el fondo de los clarinetes en registro grave lo modifica levemente y funciona como pasaje a otro elemento distinto que conducirá una textura contrapuntística –a partir de la yuxtaposición de motivos diferentes- en el clímax. Es un momento de gran complejidad en una obra que requiere precisión tanto como pureza y homogeneidad en los timbres.
Los elementos satíricos del Allegreto, que tanto recuerdan a Mahler o al neoclasicismo de Prokofiev –por la uso de clarinete requinto tanto como por la acentuación- introducen un clima de farsa sobre un ritmo marcial.
El Largo es un momento bello e introspectivo de una obra con muchos contrastes y está desarrollado a partir de un sencillo y hermoso motivo en una cuerda dividida que trabaja, en sus secciones, sobre varios elementos motívicos. La celesta, la flauta, el oboe (en este último caso sobre el trémolo de la cuerda, en forma alternada entre los primeros y segundos violines), el clarinete, el xilofón, aportan colores que destacan, en intervenciones puntuales, este clima de expectante calma que conduce a un episodio de tensión que se cierra con el retorno al clima inicial, pero trabajado de un modo diferente.
El Allegro non tropo final es ambiguo, con ese vibrante motivo inicial que al mismo tiempo que prevalece involucra citas de motivos anteriores. Cuál es la fuerza que testimonia ese movimiento en el cual de pronto se introducen tensiones, sombras y episodios marcadamente camarísticos,  la que las autoridades pretendían o la del compositor frente a ellas, como el heroísmo beethoveniano, que lo es ante las circunstancias que la vida impone. La respuesta parece ser clara en la propia obra que quedó como testimonio de esto último y como una de las mayores del repertorio.
Fue una versión sin fisuras por uno de los organismos más importantes del país, lo que habla tanto de su trabajo previo como de su profesionalidad: no hubo secciones que prevalecieran en un claro concepto de homogeneidad y conjunto, sin desajuste alguno, con la afinación perfecta que permitió apreciar esos timbres claros y netos.
El maestro Maximiano Valdés, actual director artístico del Festival Pablo Casals de Puerto Rico, que ha llevado a cabo una extensa y exitosa carrera en Europa; Estados Unidos; Asia y América Latina, de gran claridad y precisión en sus marcaciones, supo mantener un balance absoluto de las secciones en un repertorio con demandas diferentes e una orquesta acorde al desafío de obras tan demandantes.


  

    



  


Eduardo Balestena


domingo, 5 de octubre de 2014

Del clasicismo al nacionalismo romántico


.Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata
.Director: Emir Saúl
.Plaza del Agua, 4 de octubre.

La Orquesta Sinfónica Municipal se presentó en Plaza del Agua, dirigida por su titular, el maestro Emir Saúl. El ensayo general fue llevado a cabo en el Teatro Municipal Colón, momento en el cual fue posible apreciar las obras en el orden del programa.
 Fue abordada en primer término la obertura de la Flauta Mágica (K. 620), bellísimo Sinsgpiel , uno de los últimos opus de Mozart (1756-1791), estrenado en el Theater auf der Wieden el 30 de septiembre de 1791, es decir algo más de un mes antes de la muerte del compositor. Como en sus restantes creaciones escénicas, se trata de un trabajo elaborado, que plantea diversos climas sonoros y se encuentra desarrollado de manera muy definida, en partes marcadas por estos climas sonoros que le dan relieve. Lo que habitualmente tenemos en un criterio de interpretación moderno más que el sonido mozartiano es la idea que de ese sonido tuvo a partir del instrumental moderno. Se evidencia en el volumen y la cualidad de sonido de la cuerda –brillante e intensa- en una versión que tuvo sus mejores momentos en lugares como los acordes de las maderas, o solos como el del oboe.
Georges Bizet (1838-1875) compuso la música de escena para el drama de Daudet, La Arlesiana en 1872, conformado por dos suites. La número 2 se encuentra integrada por los números Pastorale; Intermezzo (Agnus Dei); Minueto y Farandole. Belleza y dulzura melódicas destacan en una línea de permanente invención en donde el discurso parece venir del sentido de improvisación. Lugares como el Minueto, con el dueto de arpa y flauta marcan momentos muy propios de una obra que destacó mayormente en este aspecto: los solos, su calidez y desarrollo más que por la articulación general del conjunto o el trabajo sobre el sonido –la partitura requiere timbres inusuales para la época, como en saxofón alto.
La suite sinfónica Sherehezade (1888) fue concebida por Rimsky Kosrsacov (1844-1908) como una obra puramente sinfónica que sería desarrollada en cuatro partes: Preludio; balada; adagio y finale. Liadov disuadió al compositor de esa idea en favor de la de desarrollar los cuatro episodios que conforman la obra tal como la conocemos: 1, El mar y el navío de Simbad; 2, La historia del Príncipe Kalender; 3, El joven príncipe y la joven princesa; 4, el festival en Bagdad y el barco se estrella contra una roca.
Rimsky no se propuso escribir una historia cerrada y episódica sino una obra que abriera la fantasía del oyente hacia un relato oriental. El modo de concebirlo fue el de tomar elementos musicales –que no son leimotivs, como él mismo lo aclaró, por no tener un significado específico- que le confieren unidad y desarrollarlos de diferentes maneras.
No obstante, fue presentado en una en una versión balletística con un argumento que concluía con la inmolación de la esposa preferida del Sultán debido a la infidelidad de ella: el tutti final del número del navío coincide con la llegada del Sultán y la inmolación de la esposa infiel.
No obstante, la que ha prevalecido es la versión sinfónica con los números concebidos por el compositor con sus fuentes musicales rusas que adscriben a la obra en el nacionalismo musical romántico.
Musicalmente estas ideas se encuentran expresadas por diferentes elementos: la permanente transformación de motivos sencillos, que se expanden y encuentran su voz en distintas fuentes instrumentales; crescendos y decrescendos que trabajan permanentemente sobre la dinámica y que le confieren un sentido de fluidez y movilidad; el color orquestal: elementos que pasan por distintas voces; una construcción armónica muy elaborada, donde las voces son el resultado de aportes tímbricos, y solos instrumentales muy bellos
Por momentos, como en el número inicial, diferentes partes del motivo se superponen; lo mismo sucede en el tutti del final, en que, pareciera que en lapsos muy breves son intercaladas distintas alturas no sólo de los motivos expuestos sino también de sus elaboraciones.
De ello surge que es una obra muy demandante: es cambiante, carece de formas pautadas que puedan servir de guía, requiere de sutilezas tímbricas y, más que nada, de un gran ajuste, como en el final, con esa intervención tan decisiva de instrumentos como el piccolo y las nutridas baterías de la percusión (por mínimo que fuera, un desfasaje rompería todo el mecanismo de precisión que es ese largo movimiento). Luego de la introducción y hasta poco antes del final el desarrollo musical es de una abrumadora exigencia: en justeza, en la intensidad, en la expresividad. Secciones como la cuerda, las flautas o la percusión e instrumentos como el piccolo o las flautas llevan a cabo pasajes extremadamente rápidos e intensos, que deben tener exactamente la misma intensidad y la misma rapidez en cada sección, ya que eso marca la cohesión y la continuidad de un discurso tan rico como nutrido. El stacatto de trompetas y fagot en esos rápidos pasajes es también otro indicador de ese grado de dificultad, máxime con entradas no claramente indicadas o focalizada en instrumentos que no enfrentaban ese grado de problema, con la sensación de que existieron secciones (percusión y maderas) que estuvieron solas en momentos claves: las entradas del piccolo, las del redoble, e indicaciones generales, cuando las hubo, en aspectos puntuales. Aun sin esa guía fue posible escuchar una versión compacta, precisa donde los arduos problemas del último número no fueron enfrentados al costo de un tempo más lento.
Detacaron especialmente Alexis Nicolet (flauta), Julieta Blanco (piccolo), Aron Kemelmajer (violín), Gerardo Gautin (fagot); Mario Romano (clarinete); Mariano Cañón (oboe) y la sección de percusión.
    



  


Eduardo Balestena