miércoles, 19 de enero de 2011

Susana Frangi y la Orquesta Sinfónica Municipal -temporada 2010/ 2011




Varias circunstancias han confluido en la última temporada de la Orquesta Sinfónica Municipal. Por primera vez ha habido una directora titular. Ello en sí no debería ser relevante, ya que de un profesional o un artista sólo cabe esperar una competencia, profesional o artística, pero no deja de ser un hito que está asociado a un enfoque y un modo de trabajar en la música.
Concursos para instrumentistas, un repertorio nuevo y el trabajo con artistas locales han signado la gestión de Susana Frangi, además de las actuaciones de directores invitados con una significativa trayectoria musical.
Formada en la Universidad de Bellas Artes de la Plata como licenciada en piano, es maestra preparadora del Teatro Colón y directora de orquesta recibida en el Conservatorio Nacional de Música Carlos López Buchardo. Tuvo como maestros, entre otros a Roberto Castro, Ljerko Spiller y Mario Benzecry. Perfeccionó sus estudios en Italia y acumula una larga experiencia, en Venezuela y en el Teatro Colón. Ha conducido óperas y ballets en el Teatro Colón de Buenos Aires, tales como Il mondo de la Luna, de Hydn, o el ballet La Bayadère, de Minkus, y muchas otras obras
La conversación con ella es franca, expansiva y entusiasta. Aunque siempre comience y termine en la música, se dispara en distintas direcciones: la pintura, la literatura, anécdotas, obras, nombres. Para todo tiene un entusiasmo contagioso.
-Hubo un trabajo en la sinfónica este año que está lejos de agotarse en los resultados de una temporada-
-Cuando acepté venir fue por un lapso determinado y con un plan de trabajo previamente acordado. Era necesario completar la planta. Se hicieron concursos, es algo positivo para la orquesta recuperar los cargos, aunque haya por hacer aún en ese aspecto. Al haber pasado a ser una orquesta de maderas por dos, a una de maderas por tres, o de vientos por tres –es decir, por ejemplo, tres trombones, tres trompetas- se posibilita abordar otro tipo de repertorio. Se retomó el contacto con las editoriales para acceder a otro material. También, como es el año del bicentenario, me interesaba mucho hacer música argentina. Realizamos primeras audiciones en Mar del Plata de arreglos para gran orquesta del prestigioso maestro Carli, de obras de Piazzolla (Fuga y misterio, Libertango, y Le grand Tango) de Horacio Salgán (A fuego lento) y de Julio de Caro (Tierra querida, Guardia Vieja y Boedo). También dimos a conocer la nueva versión de Atardecer en la Sierra, del maestro Jorge Fontenla, que fue dirigida por Roberto Ruíz. Con la nueva planta y un importante esfuerzo económico y artístico nos fue posible estrenar las Cuatro últimas canciones, de Richard Strauss. Fue un verdaderamente un placer poder hacer eso. Hicimos la Sinfonía sopra una canzon d´amore de Nino Rota, cuyo material fue traido a la Argentina desde Italia especialmente para nuestra orquesta. En ocasión del Festival Internacional de Cine estrenamos la Suite de Danzas de Il Gattopardo, también de Nino Rota. Además fue un estreno en la Argentina la Introducción y tema de amor de Manon, del maestro venezolano Federico Ruíz, que la envió para la orquesta-
Cuando Visconti convocó a Rota a hacer la banda sonora de Il gattopardo, el músico le entregó su sinfonía que ya había sido compuesta varios años antes. Visconti decidió entonces acomodar el montaje de las escenas a esta música ya elaborada. No obstante se requerían aun las danzas para la escena del baile en el palacio, en Palermo, que ocupa 45 minutos del filme. Nino Rota instrumentó un vals inédito de Verdi y compuso una mazurca, una gavota, una polca y otro vals. Esta suite de danzas también fue traída de Alemania especialmente para nuestra orquesta y su ejecución fue muy disfrutada por especialistas del mundo del cine.
-Cómo es el aporte de material cuando vienen directores invitados-
-En ocasiones los maestros invitados acercan su material pero generalmente utilizan aquel del que disponemos en nuestro Archivo. En mi caso particular prefiero abordar repertorio del siglo XX (Ravel, Gershwin, Strauss y casi siempre recurro a materiales alquilados
-Eso se ve por ejemplo en el Danzón de Márquez, una obra con un elemento popular muy fuerte y muchos cambios rítmicos que parece muy difícil de hacer-
-Es una obra de gran dificultad rítmica. También el Bolero, de Ravel que hemos hecho recientemente es una obra de ejecución compleja. La reiteración obsesiva de un tema, sin alteración de velocidad y con permanentes modificaciones tímbricas, no dbe automoatizarse porque eso pondría en riesgo el control sobre la dinámica
-Me parece importante que se haya trabajado con solistas locales, músicos muy experimentados, como Horacio Soria, que hizo una excelente actuación solista en el Concierto para piano de Washington Castro, y como él, otros-
-Creo que la orquesta, como institución, debe generar un espacio donde puedan darse a conocer los más valiosos artistas de Mar del Plata. Durante la temporada 2010 se presentaron como solistas importantes músicos integrantes de la orquesta y estoy convencida de que eso le hizo mucho bien al organismo; mostrar a sus solistas y que el público los reconociera fortaleció artísticamente al organismo.
Paralelamente, con el marco institucional de la Opera de Mar del Plata, dicté un curso de repertorio en el Museo Castagnino. Seleccionamos un grupo de unos catorce becarios con los que, a través de un trabajo diario que se extendió varios meses, abordamos un repertorio ecléctico, de cámara y de ópera. Gracias a este curso confirmé que hay también cantantes jóvenes que con una guía adecuada pueden encarar trabajos relevantes. Algunos jóvenes profesionales que ya están trabajando en Buenos Aires fueron invitados para participar en la temporada oficial de la orquesta; tal el caso de María José Dulin, Fernando Santiago o Gastón Oliveira. Con otros radicados en la ciudad, trabajamos regularmente en la preparación de diversas obras. Por ejemplo con Andrea Nazarre preparamos las Cuatro Ultimas Canciones, de Strauss y en diciembre pudimos hacer una versión en concierto de la ópera Aída con elenco local casi en su totalidad. Participaron el experimentado tenor Antonio Grieco, Andrea Nazarre, Georgina Espósito, Mariano Iezzi y Guillermo Fertitta, con el apoyo del coro de la Opera de Mar del Plata dirigido por Soledad Gonzalía. Fue una apuesta titánica.
Cuando concluya la temporada de verano y deje la orquesta para regresar al Teatro Colón de Buenos Aires, me podré ir contenta porque, aunque quedan temas por resolver, fue posible concretar casi todo lo que había sido proyectado para el último año. Sin duda fue muy importante el apoyo recibido desde la Secretaría de Cultura de la Municipalidad a través del arquitecto Carlos Rodríguez y del Director de Organismos Artísticos Mauricio Espil, gracias a cuya gestión se pudieron ordenar correctamente los recursos. Con Espil hemos mantenido un diálogo permanente, es un funcionario eficiente y un administrador extraordinariamente prolijo. Gracias al apoyo recibido desde el área de Cultura, la orquesta recuperó las galas oficiales del 25 de mayo y del 9 de julio, un espacio que había perdido hacía ya varios años. Esto sumado a los concursos abiertos, reflejaron un reposicionamiento en la cultura marplatense, una más fuerte presencia en el quehacer cultural con una respuesta de inclusión para los más destacados artistas locales. Si sumamos a esto el ciclo de conciertos didácticos llevado a cabo en combinación con la Municipalidad y al que asistieron alrededor de 3000 estudiantes, podemos decir sin temor a equivocarnos, que el 2010 fue año de valiosos aportes desde y para la institución.
- Otra obra fascinante fue la sinfonía de Kallinikov-
-Creo que Washington Castro la había hecho. Emir Saúl me propuso, entre varias cosas esta sinfonía. Fue como otro estreno. El publico y los músicos de ahora son otros.
-Cómo fue la experiencia musical en el exilio-
-Fue un lujo todo eso. Fue una suerte haber podido transformar una experiencia que pudo haber sido catastrófica, como es desprenderse de la familia de todas tus cosas; siempre es doloroso, hay pérdidas, pero poder transformar eso en un aprendizaje, en un crecimiento a mí me pareció fantástico. En muchos lugares se había limitado el ingreso a Argentinos, porque se habían ido muchos. Podía irme a Sudáfrica o a Caracas, donde había unos amigos que se habían exiliado por las amenazas de la triple A. No se podía ni hablar por teléfono y hacíamos contacto por un radioaficinado. Ellos compraron el pasaje, me lo mandaron y me consiguieron la visa y un primer trabajo allá. Me recibieron en su casa un año. Él es pintor y ella cantante. Ahí iba todo el mundo. Conocí a Berni, por ejemplo. También se quedaba Javier Villafañe, el patriarca de los titiriteros argentinos, contando anécdotas. Al mes siguiente me contrataron, además del trabajo que tenía, en el Teatro Municipal de Caracas, porque no tenían ningún pianista, ninguna maestra preparadora ni nada. Empecé a trabajar con los cantantes de allá que empezaron a aparecer a borbotones. A mí me marcó mucho. Estuve doce años, ya me quedé a vivir. Me integré enseguida al medio de los venezolanos. Fueron como mi familia. Trabajé de entrada en ese teatro y todo el repertorio lo prendí con los grandes, mi primera Lucía fue con Kraus, también mi primer Werther y Fausto, en el que debutaba Justino Díaz. La primera Traviata fue con Ana Moffo, mi primera Manon con Ghena Dimitrova y Nicola Martinucci. Estaba todo ahí; una escuela estar en Caracas en esos años. Los fines de semana me iba al Metropolitan de Nueva York, allí conocí Pavarotti (que me cantó un aria), a Plácido, a James Levine; iban además los mismos que a Caracas-. Siguen las historias de su exilio que duró desde 1977 y que significó una permanencia en Caracas hasta 1988. Siguen las anécdotas, siguen los nombres de un largo itinerario la hizo pasar por Mar del Plata.
Susana Frangi encarna la actitud del artista que ejerce un arte desde la libertad, con lo que eso implica: las conductas más libres pueden ser las más riesgosas y aquellas a las que hay que dedicarles más esfuerzos. No ha hecho de su trayectoria un pedestal sino una experiencia que le vale para descubrir y explorar otros talentos. No todo en la música viene de lo consagrado, sería el mensaje, si es que lo hay. Quizás, más que eso, sea el ejercer y sentir la música como una emoción que no se pierde desde un ejercicio profesional puesto al servicio de intensificar ese arte. Quizás ese sea su mensaje, aunque quizás lo sea la misma música.


Eduardo Balestena
http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com/

domingo, 16 de enero de 2011

Épocas, géneros, danza





La Orquesta Sinfónica Municipal se presentó en el teatro Colón el 15 de enero con la dirección de su titular, la maestra Susana Frangi.
El programa abrió con la Antiche danze ed arie per liuto. Suite nro. 3 de Ottorino Respighi (1879-1936). Este exquisito compositor de Bologna estuvo dos veces en nuestro país, en 1929 y 1934 y fue profesor de Héctor Panizza. Llevó a la música sinfónica italiana a un esplendor nuevo, más allá 200 años de supremacía operística; lo hizo con sus poemas sinfónicos (Pinos de Roma, Fuentes de Romas, Fiestas romanas, Vitrales de Iglesia o el Tríptico botticceliano) en los que se valió de elementos, como la tradición alemana y el impresionismo, pero en función de un estilo propio; y con el homenaje evocativo a la tradición renacentista italiana en obras como la transcripción del Orfeo de Monteverdi, el Concierto Gregoriano y, entre muchas otras, la Suite de antiguas danzas para laud. Distinta de las versiones: “a la manera de”, propias del neoclacisismo, en Respighi se trata de la nitidez, el culto por la línea melódica, el encanto sonoro y la trama de un rico discurso en toda la cuerda trabajada con recursos modernos pero a partir de un sentido evocativo. Obra no abordada con anterioridad por la orquesta que, más allá de una falta de homogeneidad en los violines y problemas de afinación y un desfasaje en la primera entrada de las violas en la passacaglia, mostró fluidez y musicalidad en una trama en la cual la expresividad se apoya en la calidez del sonido y la justeza de los pasajes contrapuntísticos como en la passacaglia.
Luego de la Obertura de los Maestros Cantores, de Wagner (1813-1883) que alterna esa grandielocuencia de muchos pasajes wagnerianos con episodios como el pasaje contrapuntístico de las maderas, fue interpretado el Bolero, de Maurice Ravel (1875-1937).
El 22 de noviembre de 1928 marcó la consagración de Maurice Ravel, ese relojero suizo, como lo llamaba Stravinsky, con el estreno del bolero, bailado por Ida Rubinstein, quien se lo había encargado.
Horacio Lanci señala que el primer sorprendido por este éxito fue el propio Ravel, quien se había propuesto hacer un experimento en una dirección muy limitada: “la de instrumentar un largo crescendo, sin contrastes ni invención alguna”. La célula rítmica en tres por cuatro, iniciada en la percusión vertebra un tema y una respuesta, también en tres por cuatro. El bolero es una obra muy compleja: por empezar en la precisión, ya que las exposiciones de la línea melódica deben coincidir con el inicio de la célula en el redoble todas las veces; es compleja en los instrumentos, particularmente las maderas y los cornos, puestos en el umbral de sus posibilidades técnicas: bajo volumen, notas graves, la imposibilidad absoluta de jugar con el tempo. También lo es en la armonía con efectos tales como cuando la línea melódica es enunciada por dos pícolos, prácticamente en una relación disonante, y los cornos: se logra un efecto extraño en una sonoridad que es una sola y a la vez variada, con elementos inidentificables. Incluso al verlo ejecutar –los instrumentos, como el fagot, tocan en registros no usuales- es muy difícil discernir si por ejemplo la flauta hace la célula del redoble o acompaña a los pícolos y cornos, ya que los timbres se alternan en ambos materiales. Como si fuera poco, el crescendo se intensifica imperceptiblemente y ese crecimiento es motívico. Surge entonces otro peligro: el acelerar el tempo a la vez que se intensifica la dinámica, aspectos cruciales, particularmente en la percusión.
Es una obra paradójica: las sonoridades se funden y al mismo tiempo son netas y cristalinas y cumplen una función en un diseño armónico que es verdaderamente de relojería. El bolero es un tratado de orquestación para un orgánico orquestal importante: que incluye celesta, saxos, clarinete bajo, requinto, y la orquesta usual. Daniel Izarraga comenzó la célula del redoble con los dedos, y así se mantuvo durante largos, precisos y seguramente extenuantes minutos hasta que Claudio Campos tomó la posta, ya con baquetas. Luego los redobles intervienen ya en pareja. Sin prácticamente fisuras, con instrumentos solistas casi siempre seguros, hubo un bolero muy trabajado en las sesiones previas.
El programa concluyó con A fuego lento, de Horacio Salgán (1916), con la orquestación del prestigioso maestro José Carli, y el Danzón nro. 2, de Arturo Márquez (1950) muestra de la fusión entre los ritmos populares latinoamericanos y los timbres de la orquesta, con una clara exigencia en los permanentes cambios de ritmo y acentuación, y un melodismo de enorme riqueza que demanda un modo de interpretación donde es tan importante el diálogo –y por consiguiente la afinación- como el color y la musicalidad, particularmente en secciones como la percusión. También exige –entre otras cosas- los rápidos pasajes de la cuerda en el final.
Destacaron Mario Romano (clarinete), Federico Gidoni (flauta), Genady Beyfeld (trompeta), Daniel Izarraga, Claudio Campos y Leticia Pucci (percusión), Sabrina Pugliese (fagot), la línea de metales y los cornos.



Ravel, Bolero. Filarmónica de Berlín dirig. por Herbert von Karajan