domingo, 22 de mayo de 2016

Fidelio en la temporada lírica del Teatro Colón


.Fidelio, ópera en dos actos, opus 72 b de Ludwig van Beethoven
.Texto de Joseph Sonnleithner y Friedrich Treitsche
.Leonora: Carla Filipic Holm
.Florestán: Zoran Todorovich
.Don Pizarro: Homero Pérez Miranda
.Rocco: Manfred Hemm
.Marcelina: Jaquelina Livieri
.Don Fernando: Hernán Iturralde
.Jaquino: Santiago Bürgi
.Orquesta Estable del Teatro Colón
.Coro Estable del Teatro Colón
.Director musical: Francisco Rettig
.Director del Coro: Miguel Martínez
.Director de escena: Eugenio Zanetti
.Teatro Colón de Buenos Aires, 20 de mayo.

Fidelio se encuentra asociada a varios preconceptos: el de ser la única opera de Beethoven, compositor esencialmente instrumental que no escribía pensando en la voz; que debió salvar el poderoso influjo de Mozart  independizarse de él y que su proceso de gestación es un indicador de las dificultades que supuso al compositor. No obstante, va mucho más allá de estas circunstancias.
Concebida con dos partes diferenciadas: un primer acto en forma de singspiel y un segundo acto dramático que culmina con el triunfo de la libertad, es una ópera absolutamente inspirada, sin efectismo, con líneas de canto, tríos, duetos y cuartetos de de una enorme belleza y un llamado a la libertad, un call to arms  similar al del estallido final de la quinta sinfonía. Como concepción, se distancia del bel canto y confiere a la música un papel muy distinto, a la vez que exige voces acordes al ideal dramático: claras, potentes, parejas e intensas no en el efecto sino en la expresión.
La música
Sin el sentido imperativo y compacto  de los arranques beethovenianos, con un sonido que en algún sentido recuerda a Fürtwangler, el tempo lento que implica que los acordes no sean tajantes, enérgicos y que presenta casi como sucesivo lo que debería ser simultáneo, lo que fue dable apreciar particularmente en la cuerda, resintió fuertemente el discurso musical desde el inicio.
Lo mismo puede decirse de la obertura Leonora III que fue incluida antes del segundo acto.
La orquesta fue eficaz en el acompañamiento de los cantantes, lo que permite apreciar tanto la importancia que Beethoven dio a la música como parte del drama como el propio valor musical.
Las voces
La soprano Carla Filipcic Holm destacó en el rol de Fidelio/Leonora en toda su tesitura en un rol dramático que requiere gran claridad, proyección, fortaleza vocal, expresividad y manejo del idioma. Su dominio de estos elementos es total. Con una articulación perfecta en los francos y netos pasajes ascendentes hasta los agudos –que sostuvo prolongadamente y sin claudicación-, una definición siempre clara y una expresión que nunca fue relegada por su técnica, compuso a un Fidelio/Leonora acorde a las exigencias de soprano dramática en un papel para el cual estos elementos lo son todo: no hay duda de que es una ópera de soprano, centrada en un solo y gran personaje al cual Carla Filipcic Holm le confirió una carnadura absoluta.
En este contexto, el personaje de Florestán, que sólo aparece en el segundo acto, funciona como el elemento que permite el despliegue de Leonora; no obstante le están reservados partes como el bellísimo dúo con Leonora y el largo pasaje inicial. Zoran Todorovich no estuvo a la altura de Carla Filipcic Holm en este pasaje. De claro fraseo y articulación, mostró un timbre opaco y una insuficiencia en el volumen de la emisión y un discurso plano, sin la pasión y el lirismo del personaje.
Como Don Pizarro, el bajo barítono Homero Pérez Miranda compuso a su personaje con mucha eficacia en lo actoral. Con fraseo muy cuidado y un timbre claro y definido –particularmente en los agudos- y un déficit de claridad y volumen particularmente en el registro medio y en el bajo, restándole convicción a un rol que representa el mal y la opresión, en oposición al ideal de libertad.
En su papel de Rocco Manfred Hemm mostró su voz grave, potente y clara en los pasajes de diálogo de singspiel del primer acto; muy convincente en lo actoral, su profunda voz confirió a su personaje ese doble carácter servil, bondadoso que debe estar al servicio de la opresión. Mostró una línea de canto absolutamente clara, natural y potente.
Marecelina Livieri compuso a una Marcelina totalmente espontánea, a la que cabe la ingenuidad y la entrega amorosa, en una línea de canto de mucha musicalidad, balance y continuidad en el cuidado fraseo que mostró en su larga intervención del primer acto (O wär ich schon mit dir vereint - "Si sólo yo estuviera ya unida a ti”, escena III).
Hernán Iturralde compuso a su personaje de Don Fernando con su voz potente, clara, con un fraseo perfecto y una proyección que permitió apreciar todos los matices de un papel que si bien es breve le cabe la función dramática de resolver la situación de injusticia.
Como Jaquino, Santiago Bürgi mostró su convicción y un fraseo bien articulado, con un déficit de claridad y volumen que lo hizo escasamente audible en pasajes grupales.
La falta de homogeneidad en los registros lesionó pasajes grupales que se sostuvieron por la belleza de la línea de canto y la música.
El coro
Junto con la línea de canto de Leonora/Fidelio, el coro fue lo mejor de esta versión, con el bellísimo coro de prisioneros del primer acto y el final  (Heil sei dem Tag! - "¡Saludad al día!"). Potencia, proyección, musicalidad, afinación, homogeneidad fueron elementos de una línea llena de relieves. Al coro le cabe llevar acabo su intervención muchas veces en movimiento, sin la referencia vocal próxima de otro coreuta de la misma cuerda, lo que  habla del control, precisión y conocimiento de la partitura para lograr un todo absolutamente sin fisuras y con el control dinámico que requieren los matices de los pasajes
La puesta
Nuevamente se plantea a la puesta como una “renovación de conceptos” que termina por subordinar los aspectos musicales a la concepción de un artista puesto a descubrir posibilidades de una obra que de otro moto permanecería “quedada en el tiempo”.
Uno de los postulados es que la libertad es una cuestión que va más allá de un tiempo y lugar. Así, los uniformes españoles de una época difícil de discernir conviven con fusiles; municiones; una soldadora eléctrica; banderas con los símbolos de la falange y hasta con el Ford A devenido en tanqueta en que hace su aparición Don Pizarro. También los símbolos de la Alemania nazi se suman (como no podría ser de otra manera) con la imagen de Germania, orbe que Hitler había proyectado con Speer. El resultado es efectivo: la sensación de pesadez y agobio es abrumadora (en ello recuerda mucho a la versión de Ricardo III de Richard Loncraine, 1995, con Ian Mc Ellen).
Incluso daría la sensación que  obertura Leonora III fue incluida –antes del segundo acto- para posibilitar estas proyecciones que saturan al espectador.
Marcelina debe cantar izada en una especie de gigantesco subibaja, a una altura cambiante, que llega a ser considerable,  sobre el escenario, su bellísima aria del primer acto sin que sea entendible el propósito de tal recurso y se su correspondiente artefacto.
Otro de los postulados es el de la pura literalidad: si el personaje sueña tal elemento debe aparecer necesariamente proyectado en escena. De tal modo, Florestán canta en una suerte de gigantesco tubo de ensayo en donde ese sueño  se refleja de múltiples maneras. De este modo, desparece la sugerencia y la alusión en favor de una presencia de elementos tan abrumadora como la sensación de pesadez y agobio.
Todo efecto musical y lírico debe tener un correlato físico y visual: si hay felicidad y liberación debe aparecer un sol en el horizonte y caer una lluvia a la manera de las lluvias de papeles de los desfiles por la quinta avenida, y aparecer una estatua como el Apolo y Dafne de Bernini.
Puesta en movimiento y proyecciones la ópera se “aggiorna” (si ese concepto es posible)  y deja atrás la época de su gestación, así revelada y “redescubierta” por el reggiseur. Se trata de una concepción donde la puesta adquiere, llevada por la obra lírica, la significación de la que carece por sí misma.
No obstante, la obra sigue allí, capaz de soportar estos embates para darnos, sin necesidad de un despliegue que vaya más allá de lo musical y lo vocal, su eterno mensaje.    



Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, abono 04


.Orquesta Filarmónica de Buenos Aires
.Director: Enrique Arturo Diemecke
.Solista: Philippe Entremont (piano)
.Teatro Colón de Buenos Aires, 19 de mayo.

En su cuarto concierto de abono la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires se presentó bajo la dirección de su titular, el maestro Enrique Arturo Diemecke.
En la  primera parte, el pianista Philippe Entremont interpretó el Concierto nro. 1, en do mayor para piano y orquesta opus 15  de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
Director de orquesta y pianista, estuvo al frente de las orquestas sinfónicas principales de Europa, América y Asia y llevó a cabo una gira en Estados Unidos con la orquesta  Wiener  Concert Verein y es titular vitalicio de la Sinfónica de Munich, entre otros hitos de una muy prolongada actividad que incluye un extenso aporte a la discografía.
Segundo cronológicamente en la producción de Beethoven, el primer  concierto muestra un carácter contrastante en su material: el allegro con brío inicial, la dulzura de un segundo tema que conducirá a la reexposición, postulado que hace a una obra  diferente en sus inflexiones al puro clasicismo en una versión que rindió lo mejor en el segundo movimiento, Largo,  de forma tripartita, de carácter virtualmente camarístico. El tempo lento del primer movimiento permitió apreciar las articulaciones de la escritura beethoveniana pero resintió el carácter algo imperioso y marcial de la obra. En el Rondó allegro  final hubo una pérdida de claridad en los ataques del piano al comienzo (un elemento que se reitera) y una vacilación en el instrumento solista en un pasaje lo que produjo una desfasaje con la orquesta y la pérdida de unidad del fragmento.
Fue una versión lejana del ideal beethoveniano.
La Sinfonía nro. 4 en mi bemol mayor, “Romántica” (versión de 1878) de Anton Bruckner (1824-1896) fue interpretada en la segunda parte del programa. El maestro Diemecke fue el preparador integral de este opus que conoce exhaustivamente.
Ferviente wagneriano, Bruckner cultivó un lenguaje –y un credo musical- absolutamente propio caracterizado en este caso no por las armonías de sesgo wagneriano o el uso de la melodía infinita, sino por otras fuentes que nutren concepción del género sinfónico. A diferencia de otras la cuarta no incluye tubas wagnerianas ni un adagio (momento tan caro y entrañable de sinfonías como la octava). Tampoco una concepción programática: se trata de un opus que se autoabastece y vale por  su propio brillo y construcción musical.
El amplio primer movimiento (Bewelt nicht zu schnell) está dado por la llamada inicial del corno solista y un segundo tema sencillo derivado de una motivo popular (Vogel Zizi-Be) y tras una elaboración extensa –con el recurrente motivo inicial- conduce al elaborado coral estrófico final.
El segundo, Andante quassi allegretto, alterna el bellísimo tema con resonancias de una marcha fúnebre de los cellos con otros –en pie ternario, como pareciera serlo el primero- marcadamente de danza, con un hermoso e interrogante motivo en las violas, con el resto de la cuerda en pizzicato.
El tercero, Scherzo, (Bewegt- Trío – Nicht zu schnell) en compás binario –con el intenso y cerrado pasaje inicial de cornos y su diálogo con trompetas y trombones- tiene como episodio central, en la forma ABA, el conocido trío (en ¾) en ritmo de ländler (cabe la interrogación acerca de si, a la manera de Schubert, Bruckner hubiera podido explorar o extender más un tema tan bello y caro al espíritu de la obra).
Diferente a cualquier modo de concebir una conclusión para una sinfonía el Finale  (Bewegt, doch nicht zu schell) más que establecer un comienzo de desarrollo marca, claramente, una continuidad: un ostinato de los bajos produce una sensación de marcha y da lugar a la reexposición de gran parte de los motivos de la obra que a veces aparecen aletoriamente plasmados, en forma completa o en fragmentos en distintas secciones. No obstante ello, hasta el cierre con el motivo inicial, aparecen otros motivos nuevos: continuidad en un mosaico musical donde los bruscos silencios permiten imaginar (tal como señaló el maestro Darío Domínguez Xodó, director ayudante de la Orquesta Filarmónica) un teclado de órgano y al organista cambiando, en la breve pausa, la disposición de las llaves.
Una estética profundamente genuina y singular
El tejido musical está dado a partir de motivos, en sí sencillos (como el inicial del corno solista: una redonda (si bemol) una blanca con puntillos (mi bemol); una corchea (mi bemol) y una redonda (si bemol), pero lo original es la polifonía que se arma a partir de ese comienzo y los elementos que surgen desde esa base: motivos de respuesta, en oportunidades más de uno; bloques repetitivos (a la manera de Schubert) en cuyo transcurso otro elemento va abriendo paso a un nuevo paisaje musical, muchas veces inesperado. Los acordes de metales (que en el Andante quasi allegretto, luego del tema de los cellos, recuerda al acorde inicial del andante de la sinfonía renana, de Schumann) que se extienden en gradaciones tímbricas que lo abren a un color especial, a lo que debe sumarse a las trompetas en intervenciones siempre como en aristas, más agudas e incisivas, en una tesitura diferente a la de los trombones; la tuba como aporte de timbre y a la vez soporte armónico de trombones y cornos.
Sus combinaciones posibles y con ellas la de sus recursos, parecen infinitas: La cuerda, por ejemplo, en ese tremolar que (del mismo modo que en el final del primer movimiento o en gran parte del cuarto de la Sinfonía La Grande, de Schubert) le confiere mayor fuerza, sonoridad y efecto; los motivos danzantes (en el segundo movimiento) con su gran belleza sonora; el modo en que se toman los elementos finales de un motivo y se reitera un intervalo que va derivando, en esa reiteración, hacia otro elemento diferente (como la cuerda en el final del primer movimiento o en el tercero, luego del trío) y la dialéctica de pregunta y respuesta (tan reconocible en la sinfonía La Grande).
Cuando la tensión llega a un punto culminante de un desarrollo, en un clímax, un lugar de no retorno, la música cesa y surge un pasaje lento y dulce, absolutamente distinto (cuarto movimiento, luego del segundo clímax, al que sucede un pasaje de la cuerda en pie aparentemente ternario).
Debemos pensar a este lenguaje no como una exposición simple sino como un discurrir que abarca las circunstancias de su propia gestación: el uso de elementos improvisados y luego elaborados que sirven a nuevas improvisaciones y elaboraciones; la permanente revisión del material (que implica a veces la existencia  de versiones con orquestaciones diferentes y pasajes suprimidos en otra), revisión que es una ardua  tarea para los directores, nos instalan no solamente en una obra sino en un proceso. Como oyentes sentimos que el final es una decisión: la de interrumpir un flujo que podría ser continuo, lo cual es evocativo de las improvisaciones organísticas propias del gran compositor). Los ejemplos de las particularidades de este lenguaje y de la obra podrían ser muchos más. 
Una excelente versión
La Filarmónica obtuvo una versión en paridad con las mejores de la discografía y con sellos marcadamente propios: cierto accelerando en el Finale en el desarrollo posterior a un pasaje de la cuerda. Las gradaciones dinámicas tan sutiles de una cuerda siempre muy homogénea y que nunca dejó de ser audible ante los metales; del mismo modo que pasajes tan importantes como el del trío o las nutridas intervenciones de la  línea de metales. Las delicadas progresiones armónicas, los matices en el timbre de los metales y todo lo que hace tanto al entendimiento como al dominio técnico de la obra.
Destacaron especialmente Fernando Chiappero (corno solista); Daniel Marcel Crespo (solista adjunto de trompeta); Mariano Rey (clarinete); Claudio Barile (flauta); Néstor Garrote (oboe) y la línea de metales.        
Una excelente versión de una gran obra, relevante y profunda en el conjunto de las sinfonías de Bruckner y en la música.




Eduardo Balestena


lunes, 9 de mayo de 2016

Segundo concierto de la temporada de la Orquesta Sinfónica Municipal


.Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata
.Dirigida por el maestro Diego Lurbe
.Teatro Municipal Colón, 7 de mayo

En su segundo concierto de la presente temporada la Orquesta Sinfónica Municipal fue dirigida por su nuevo director titular, el maestro Diego Lurbe.
            A raíz de un cambio en el contenido del programa llevado a cabo por razones de fuerza mayor no fue interpretado el Convierto para Saxofón de Alexander Glazunov. En su lugar lo fue la Obertura Fiesta Académica, de Johannes Brahms que integro el programa del anteros concierto del 30 de abril en el Teatro Auditorium.
            Una fiesta Eslava (versión sinfónica), de Alexander Glazunov (1865-1936).Sin ser una de las obras más conocidas de este destacado exponente del nacionalismo musical ruso, discípulo de Rimsky Korsacov es muy rica en sus permanentes cambios en los patrones rítmicos, la inventiva melódica y el color orquestal.
En la segunda parte fueron abordadas las Variaciones opos 56 a, de Johannes Brahms (1833-1897).
            Obra de permanentes matices y gradaciones en los cambios rítmicos, en la importancia de los aspectos dinámicos y en la belleza melódica fue escrita en 1873 y es de la primera gran obra orquestal difícil y compleja de Brahms (1833-1897), que trabajó muy intensamente en ella, y a partir de la cual se asumió como un clásico tardío –en esta formulación, pertenece a los dominios de la música pura y difiere de las de Elgar, que constituyen una suerte de programa.
Existe una versión previa para dos pianos (opus 56) de la cual el opus 56 a no es orquestación.
          Parte del tema de un divertimento, a esa fecha, atribuido a Hydn. Está dividido en dos frases, cada una de cinco compases de extensión, en lugar de los cuatro habituales. Las dos se repiten. Cada variación mantiene esta estructura irregular, así como esquemas armónicos y melódicos iniciales. La enunciación del tema es en sí simple: aparece en el oboe –en solo de Mariano Cañón-, sobre las cuerdas en pizzicato y rápidamente se produce una cálida polifonía en las maderas, con una sección de repuesta del segundo oboe, al motivo inicial. Los  cornos subrayan armónicamente el enunciado.
Las ocho variaciones que se suceden –de distinto carácter, diferente duración y que subrayan también diferentes elementos musicales- implican cambios de tempo sucesivos. No hay en ellas elementos superfluos, o puro efecto: esto supone que cada uno tiene una función precisa, y que la obra demanda, a cada momento, no sólo la adaptación a los cambios de tempo, sino a la necesidad expresiva. El final, andante, es una chacona, en la cual los bajos repiten el primer motivo de la variación, y preanuncia la técnica del cuarto movimiento de la 4ta. Sinfonía, y conduce a la reexposición del tema inicial.
El programa finalizó con la Bacanal de la ópera Sansón y Dalila,  Camille Saint Saëns  (1835-1921) de singular efecto que evoca, en el solo inicial del oboe que aborda el tema central brillante y evocativo –en lo que parece un esquema ternario- un clima sensual y exótico.
Un programa ecléctico, con obras diferentes, sin la inclusión de un concierto con instrumento solista ni una sinfonía, las pocas sesiones de ensayo se notaron particularmente en las variaciones de Brahms, con una cuerda que rindió lo mejor en los pasajes rápidos y que sonó incisiva y tirante en aquellos en que el fraseo debería ser más sutil; una sección de cornos que mostró problemas (como la entrada tardía en una de las variaciones) y algunas fallas de articulación. Secciones como la de las maderas nuevamente mostraron su musicalidad.
Con extensa experiencia como solista en fagot y director de orquesta (es destacable su actuación como titilar de la Orquesta Sinfónica de Olavarría) Diego Lurbe abordó de memoria la segunda parte del programa, evidenciando su conocimiento acabado de tan representativa  partitura de Brahms.
Su estilo de conducción es sumamente claro, lo cual, en una obra tan rítmicamente cambiante como la de Glazunov fue muy importante: en esas marcaciones de tempo e intensidad dadas por la irregularidad de la obra y que son los elementos que, precisamente, la hacen más seductora, así como los cambios de intensidad y exposición de timbres muy claros y netos.
Sin duda le aguarda un trabajo de preparación cuyos frutos habrán de ser apreciables en la presente temporada.
Destacaron Mariano Cañón (oboe); Mario Romano (Clarinete); Gerardo Gautin (fagot); Alexis Nicolet (flauta solista); Julieta Blanco (piccolo solista); la línea de metales y la percusión.
           


      



Eduardo Balestena