martes, 3 de noviembre de 2009


Profundidad
La catedral fue el marco del concierto del 17 de diciembre de la Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida el Maestro Guillermo Becerra, y con la actuación solista de Laura Rus, Federico Gidoni y Aron Kemelmajer.
Reminiscencias
La primera obra fue Reminiscencias, del propio Guillermo Becerra, unas seis variaciones sobre un tema, originalmente concebidas para cuarteto de cuerdas. Aparece como una suerte de tributo a la textura musical germana, las primeras, con resonancias de Hydn y las últimas, de Schumann, en un trabajo de un delicado encanto sonoro, claro heredero de aquel que lo inspiró.
Concierto Brandeburgués nro.4
Johnas Ickert completó desde el clave, el ensamble que interpretó este concierto, muy exigente en los instrumentos solistas –flautas y violín- y en la cuerda, con resultados mejores en la Catedral respecto al ensayo general en este último aspecto –la cuerda es siempre muy expuesta en esta escritura. Federido Gidoni ya había intervenido en un rol solista en el Concierto Brandeburgués nro. 5, esta vez con la ganancia extra de que la Catedral aparece como un ámbito en el que el timbre de la flauta se hace más arcaico. Es una textura intrincada y cerrada en el grupo concertante, y brilló en toda esta escritura ajustada al milímetro. Bach parece exigir un equilibrio muy específico entre la expresión y el virtuosismo, de forma tal que ese propio virtuosismo es la expresión: no requiere calidez pero sí exige entrega y transparencia. Antes, como ahora, pudimos encontrar ambas.
Sinfonía nro. 3 en mi bemol mayor, opus 55, Heroica
Guillermo Becerra ha señalado que su amor a la música se origina en parte, en la devoción Beethoveniana de su padre, quien amaba particularmente esta sinfonía, que es un punto de inflexión en la música –cuya estética sinfónica estaba, hasta entonces, dada en la clásica de Hydn y Mozart. Es imposible representarse el impacto que debió producir en los escuchas de 1804 esta gigantesca obra que, como señala el maestro Becerra, es el heroísmo Beethoveniano, el “arrojarle un guante en la cara al destino”, y que rescata esa dialéctica de lucha: la alegría por el dolor y el triunfo por el esfuerzo.
Durante los días previos hubo un profundo trabajo sobre esta creación que presenta innovaciones y particularidades que la hacen única, como el hecho de enunciarse el tema inicial en los graves de la cuerda (fue un logro destacar este tema con sólo tres cellos), por un sencillísimo acorde mayor de enorme fuerza, la introducción de un tema nuevo en el desarrollo, o pasajes en los cornos que constituyen de las mejores páginas escritas para el instrumento. Cambia el minué por un scherzo, que rescata la forma danzante de tres por cuatro e introduce un cambio rítmico con un breve pasaje a cuatro por cuatro, y una marcha fúnebre –segundo movimiento- que es uno de los grandes hitos en la historia de la música, en la que destaca el solo de oboe al cual Andrea Porcel supo conferir la dulzura y a la vez el carácter de marcha que requiere. Beethoven, con muy pocos elementos, explota este tema en todas sus posibilidades. En este sentido, hay que rescatar la progresión que se dio en el crescendo que viene antes del fugato en fa menor, en las cuerdas, donde hay un solo de clarinete, pasaje que reformula fuertemente el material temático. En el tercer movimiento vuelven a destacar los cornos, -José Garreffa, Jorge Gramajo, Carlos Bortolotto y Adrian Toyos- que trabajan en canon- y que, tal como el oboe y el clarinete –Mario Romano- lucen a lo largo de toda la obra, confiriéndole unidad, brillo y la particularidad de cada timbre.
El último movimiento, es un tema con variaciones, que proviene las danzas y contradanzas, las variaciones opus 35 para piano, y las criaturas de Prometeo. El trabajo de variar un tema es de la más pura esencia Beethoveniana.
El ámbito de la catedral permitió estar cerca de la orquesta y ver el resultado de un trabajo capaz de unir lo que una obra significa para un director que ha podido transmitirla desde un paradigma sonoro muy definido, que se tradujo en el detalle de una dirección extremadamente precisa, llena de relieves en una obra muy cara a interpretes que disfrutaron el hecho de hacerla.
Toda esta profundidad generó algo que puede sintetizarse en el gesto del director, de alzar la partitura ante el aplauso del público, como diciendo que ese gesto de profundidad puede germinar en una conexión capaz de hacer que sea la obra quien, a través del amor y del trabajo, renueve el milagro de su escritura.
Como una nota extra, hay que señalar que muchos de estos solistas venían de presentarse la noche antes en la Orquesta Music Hall donde los requerimiento, en sus diferencia, son igualmente exigentes.
Eduardo Balestena

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