viernes, 13 de noviembre de 2009


Dos momentos de un siempre vigente clasisismo
La Orquesta Sinfónica Municipal, en su concierto del 15 de julio, contó con la actuación solista de Guillermo Zaragoza y la dirección del maestro Christian Baldini.
Obertura de la Flauta Mágica
Un tema no frecuentado pero que no resulta menor, es el modo como efectivamente formaban las orquestas a partir de la de Mannheim, donde se constituye el aparato orquestal moderno. Al analizar, en su serie dedicada a las sinfonías, pasajes de la Patética, Andre Previn plantea esa cuestión, al hacernos advertir que pasajes de primeros y segundos violines, tienen un sentido que se arma a partir de la escucha frente a ellos, y carecen de una significación aislada. Sin llegar a este extremo, por las obras que se abordaron, la disposición que adoptó Christian Baldini al ubicar a los segundos violines donde habitualmente están los cellos, y las violas donde van los segundos violines, dio un inesperado fruto: un detalle mayor, una claridad diferente y sonido que discurre abarcando los bordes opuestos del escenario. Se llegó al ensayo general con las obras ya muy preparadas.
La obertura de La flauta Mágica parece una pequeña sinfonía, organizada matemáticamente en un tiempo de corcheas y que a partir de una dulce y misteriosa introducción, plantea un allegro del cual se pudo advertir el armado, en los pasajes en las cuerdas, en un sonido absolutamente homogéneo y que plantea un exigente crescendo al final.
Concierto nro, 4 en sol mayor, op.58 de Beethoven
Con gran acierto, el violinista José Daniel Robuschi dijo del concierto de Dvorak para el instrumento “hay conciertos que parecen más de lo que son, y otros que son más de lo que parecen”. Esto podría predicarse del cuarto de Beethoven, estrenado, con la cuarta sinfonía y la obertura Coriolano, en marzo de 1807. Su escritura es coetánea con la de la quinta sinfonía y Leonora.
Confrontado con el “Emperador”, parece una obra hecha de despojamiento, sin efecto alguno, y de una escritura “aforística” donde todo resulta esencial, y todo ello es cierto, pero no significa que tenga una complejidad menor. Es un pensamiento musical que parece austero, pero que está hecho en la exactitud.
Guillermo Zaragoza rescató en su interpretación la claridad de una obra donde las dificultades son muchas, y pudo darle el sentido de un discurso que siempre debe parecer fluir con naturalidad, sencillez y expresividad, pese a lo profundo y trabado que en realidad es, una profundidad que comienza a ser advertida a poco que se repare en ella, porque la propuesta de la obra es, en apariencia, más liviana.
Sinfonía nro.4, en si bemol mayor, opus 60 de Beethoven
Christian Baldini señalaba que Beethoven había interrumpido los esbozos de la quinta, para escribir esta cuarta sinfonía, donde se utiliza, en otra tonalidad, y trabajada de otro modo, la célula rítmica que vertebra a la quinta.
Ante ella, si bien no estamos ante esa dialéctica de oposición de las sinfonías impares, sí estamos ante la fuerza constructiva beethoveniana que pugna entre la precisión clásica y su desborde. Con excepción del enigmático inicio del primer movimiento, que contrasta con el vibrante tratamiento rítmico posterior, y del Adagio, exigente en otro sentido, el resto de los arranques son bravos y arriesgados. A diferenta de la quinta, no acumula tensión y parece, aun en su estética marcada y tajante, más flexible melódicamente, pero el criterio más clásico, no la hace menos vibrante y original, con esas exigencias dinámicas, esos pasajes camarísticos que se resuelven en un nuevo tutti orquestal. El discurso beethoveniano oscila entre vigor y dulzura. Es exigente en la orquesta, pensada como un todo y en una cuerda muy rápida en el último movimiento. Pide vehemencia, pero a la vez, como muchas obras del repertorio clásico, exige exactitud. Y allí está el desafío de hacerla por una orquesta que rescató ese espíritu.
La conversación con directores e intérpretes trae siempre la letra chica, la que no está en los libros de música y que pasa por una experiencia y una actitud, humilde e interior, ante la obra, que solo viene de amarla, respetarla y conocerla, de rendirse, una y otra vez, ante su misterio y renovarlo. Es el caso de Christian Baldini, marplatense, hoy residente en Estados Unidos y con quien la charla deviene espontánea, simple y enriquecedora.
La Sinfónica Municipal fue la primera orquesta que escuchó en vivo, con lo cual ha resultado significativa la experiencia de poder dirigirla y hacerlo desde la experiencia que, aun en su temprana edad, pudo formar, ya que es además compositor. Una de sus obras fue interpretada recientemente en Inglaterra.
Esperemos que nos sea dado alguna vez conocer a Chirstian Baldini como compositor, así como sería esperable que nos fuera dado el acceso a tantos compositores argentinos, ya que hay una eterna deuda impaga hacia ellos.



Eduardo Balestena

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