jueves, 19 de noviembre de 2009


Lenguajes
En su concierto del 21 de abril, la Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por el maestro José María Ulla, contó con la actuación como solista de la pianista chilena Edith Fischer.
Mozart
La obertura de “El rapto en el serrallo” fue la obra inicial del programa. El primer tema va siendo desarrollado hasta abarcar toda la orquesta, que requiere intervenciones de la percusión, ausentes de otras obras de Mozart. Un rico motivo en las maderas conduce luego a la reiteración del tema inicial, dando a la obra una forma ternaria a, b, a.
Schumann
El concierto para piano y orquesta en la menor, opus 54 parece tener dos clases de dificultades, las inherentes a las obras de Schumann en sí mismas, y las propias de un discurso pianístico enfrentado a dos exigencias: la expresividad romántica, y los arduos aspectos técnicos.
Gran lector, Schumann llegó a la música bajo el influjo de los lieder de Schubert, pero lo hizo a partir de la influencia del poeta Jean Paul Richter. Encontró en la música el modo de plasmar un lirismo indescifrable, y su obra tiene ese carácter desbordante e innovador. Particularmente este concierto, concebido como fantasía. Es invención pura que irrumpe. Fue concebido en 1841, año en el cual escribió íntegro el primer movimiento. Lo completó en 1845, poco después fue estrenado por Clara Wieck.
Es una obra de muchas dificultades, cuya textura entre el instrumento solista y la orquesta es estrecha y en permanente diálogo. Comienza, luego de una introducción, por el primer tema en el oboe (un solo a cargo de Andrea Porcel). El piano lo toma y comienza el desarrollo que se verifica en la dialéctica de Schumann: momentos de calma y súbitos estallidos (el espíritu de Eusebius y Florestán que preside toda su obra: la delicadeza y el empuje súbito). El diálogo con el oboe atraviesa el Allegro inicial.
Fueron muy bien definidos momentos cruciales, como el arranque y la entrada en el tercer movimiento (Allegro vivace), que se sucede sin interrupción al Intermezzo; a partir de allí, surgen los distintos episodios, siempre acentuando los ritmos fuertes (arsis) lo que genera cierta tensión.

Edith Fischer optó no por el acento brusco sino por un fraseo más delicado, lo que pudo quitarle definición y fluidez en algunos pasajes, en una obra que en el ensayo general sonó más vehemente. Su técnica pudo mostrar con claridad ese pasaje permanente de la calma a la fantasía, en momentos tan distintos como el tiempo lento y la densa cadencia del primer movimiento, una escritura compleja que mucho influiría en Brahms.
Franck
En la segunda parte se interpretó la Sinfonía en re menor, de César Franck, una obra siempre sorprendente, tanto por su genialidad constructiva como por su imaginación melódica. Es una cumbre por muchos motivos: la unidad, la idea de vertebrarla con una célula temática, en sí sencilla, que la atraviesa y conduce, por el contraste entre la enorme dulzura y la tensión, a veces sombría, que le da ese pasaje de segunda ascendente, por el modo magistral en que se producen ricas polifonías en las maderas, por los pasajes en contrapunto, entre los primeros y segundos violines, y una imaginación medida y contenida, pero no por eso menos rica.
No es una obra simple de interpretar, lo cual habla ya de la eficacia de la cuerda como del nivel de solistas, porque a la vez que alternarse, los instrumentos solistas a veces se funden y producen un resultado distinto a cada timbre en particular. Trabaja las formas y la unidad, pero también el timbre en sí mismo. Sucede con las intervenciones del clarinete bajo, por ejemplo (Ernesto Nucíforo). En el segundo movimiento, un andante y un scherzo que se suceden, sobre las cuerdas en pizzicato, el corno inglés aborda un motivo derivado de la célula temática, en un bellísimo solo (a cargo de Andrea Porcel), al cual sucede el corno (José Garreffa) que luego sostiene las frases de las cuerdas. El corno subraya los climas de dulzura y distensión, y los crescendos. Hay elementos de los anteriores en estos temas, tan ricamente trabajados por las maderas y el corno, asumido no en su potencia sino en su dulzura. Exige la precisión y la amalgama de los timbres solistas. Destacaron, además de los solistas mencionados, Federico Gidoni (flauta), y Mario Romano (Clarinete).
Este clima contrasta con la potencia y justeza de la línea de metales en el Allegro non troppo (José Bondi, trompeta solista, Pedro Escanes y Daniel Rivara, trombones, y Eduardo Lamas, tuba), un movimiento complejo, que toma elementos de la forma sonata y de la forma rondó.
Ampliado su cuerpo orgánico, la Sinfónica mostró homogeneidad en la cuerda, en tres lenguajes muy diferentes. Es de esperar que esta etapa pueda depararnos nuevas obras de compositores, como Prokofiev, por ejemplo, sin hablar de los autores argentinos, tan poco presentes en las salas de concierto.


Eduardo Balestena

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