martes, 3 de noviembre de 2009


Prisma
En su concierto del 19 de noviembre en el Teatro Colón, la Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por su titular, Maestro José María Ulla, contó como solista invitado con Adrián Cesario, en guitarra.
Música Española
El programa –de requerimientos y escrituras musicales muy diferentes- fue dedicado a música española. España ha ejercido un poderoso atractivo musical. Las numerosas obras de compositores extranjeros captan su seducción, atmósfera y riqueza temática y sus ejemplos más habituales están dados en la exuberancia romántica. En contrapartida, la de autores nativos, suele ser refinada, despojada, nostálgica y rescatar una atmósfera de misterio y tradición.
Ejemplo de lo primero es la Rapsodia España, de Emmanuel Chabrier (1841-1894), escrita entre 1882 y 1883, cuyo color proviene de un profundo estudio de las fuentes, a partir de las cuales produjo este fresco de síntesis, con maestría en el uso de los timbres, ritmos e impresiones, con esos bellos pasajes de preguntas y respuestas en los metales, y su continuo desborde melódico.
Homenaje a la seguidilla
En la charla con Adrián Cesario, discípulo de Isidro Maiztegui, todo un hito en la historia musical, creador y testigo del siglo XX, surgió su descubrimiento de la obra, de la cual Irma Constanzo (que la estrenó en su versión definitiva en el teatro Colón de Buenos Aires, en 1975), le facilitó la partitura. El dato surge de la grabación dirigida por el propio Moreno Torroba, que la compuso en 1962. Escuchando ese registro, con Angel Romero en guitarra, se entiende mejor el aporte que Adrián Cesario ha sabido dar a esa creación, en la cual trabaja un continuo carácter de improvisación y arranques “flamencos”, valga el término, en un escritura que entremezcla los aires de seguiriya de la Mancha y la seguidilla andaluza y que va alternando los tiempos entre el 3/4 y el 6/8, y en la que, además de la dificultad en la alternancia de los compases, que se extiende a la orquesta, hay numerosos pasajes virtuosos, como la cadencia del primer movimiento, Andantino. En el tercero (alegreto sostenuto) hay efectos percusivos de taconeo en la guitarra, en una atmósfera que transcurre entre una claridad, desafiante y absoluta, donde todo se nota, esos arranques briosos y temperamentales, y los pasajes rápidos, de puro virtuosismo.
Fue una versión sumamente clara, definida, sin vacilaciones, de un trabajo adulto y de síntesis del compositor de Luisa Fernanda, por parte del solista y de una orquesta que supieron imbricarse sin fisuras y dialogar, particularmente en las alternancias del instrumento solista con las maderas, o en las intervenciones de la percusión. Ha sido un esfuerzo hacerla, protegidas como están las obras de esa altura del siglo XX en sus derechos, que en este caso, ascienden a cuatrocientos euros, lo cual veda prácticamente el acceso a estos repertorios o lo posibilitan a costa de otras concesiones.
Pese a estos resultados, no es la guitarra (en la cual ha hecho en Concierto de Aranjuez y Jeromita Linares, de Guastavino, entre otras) el único instrumento que Adrián Cesario (violinista de la orquesta) es solista, también lo es en el piano, con en el cual, entre distintas obras, abordó la versión para Jazz Band de la Rhapsody in blue, de Gerswin. No son muchos los intérpretes capaces de convertirse en ese prisma en el cual la música, en distintas caras, puede renovar un mismo milagro.
Capricho Español, op 34
Rimsky Korsakow hizo un viaje como cadete naval en 1864/65 y escribió su Capricho Español en 1887, en base a aquellas perdurables impresiones. Recrea libremente la atmósfera española, desde su concepción del color orquestal, típica del nacionalismo ruso del que fue exponente. El tema inicial, enunciado en la orquesta y en el solo verdaderamente virtuoso del clarinete (Mario Romano), con una muy larga cantidad de compases sin tomar respiro, le confiere unidad.
Sintetiza varios elementos: la orquestación, el brillo, y el concepto del material temático, ya que el efecto consiste en el modo en que el compositor lo valora y pone en música. Con esta particularidad, parece posible decir que su complejidad de ejecución es como la de Sherehezade, con sus variaciones rítmicas y su color, en un contexto donde los momentos de recogimiento y redescubrimiento del material, están marcados por distintos solos en los tiempos lentos.
En los pasajes rápidos, los solos, por ejemplo del violín, en el principio y el final (Pablo Albornoz) son de gran dificultad, como lo es mantener el armado de la obra, en su velocidad y su expresividad, ya que si el ensamble no es correcto, el efecto se atomiza en timbres dispersos. No es una textura que admita ser disimulada, lo que habla del resultado que se obtuvo.
Es otro prisma, el de distintos lenguajes, estilos y nacionalidades en busca de el poder de atracción de la música española.

Eduardo Balestena
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