.Orquesta Filarmónica de Viena
.Director: Herbert Blomstedt
.Teatro Grosses Festpielhaus. Festival de Salzburgo, 26 y 28 de julio de 2014
El ciclo de obras del compositor
austriaco Anton Bruckner (1824-1896) llevado
a cabo en la edición 2014 del Festival de Salzburgo, que incluye el Te Deum y
sus nueve sinfonías fue el marco en el cual la Orquesta Filarmónica
de Viena interpretó su octava sinfonía, una de las creaciones más vastas y
logradas del compositor. La obra, que sería dirigida por Riccardo Chailly, lo
fue por Herbert Blomstedt, debido a que el maestro italiano sufrió la
quebradura de un brazo.
Un
cosmos musical
El texto del programa de mano, escrito
por el estudioso Nicholas Attfield, de la Universidad de
Londres, ilustra sobre las conocidas alternativas de gestación y estreno de
esta enorme obra maestra. En 1887, luego de tres años de trabajo, con una
inusual confianza, el autor envió la partitura al director Herman Levi,
expresando la emoción anticipada por lo que “sus nobles manos maestras” podrían
hacer de la obra. Pero el maestro la juzgó negativamente, la derivó a un
discípulo y escribió al autor quien, desanimado, emprendió un arduo y extenso
proceso de corrección que concluyó en 1890, en una versión que sería estrenada
por Hans Richter en 1892. Como si esas alternativas fueran pocas Josef Schalk,
el discípulo a quien Levi había derivado la obra, ilustró aquel estreno con un
texto acerca del supuesto programa de la sinfonía, el cual describió movimiento
por movimiento y que incluyó referencias literarias y mitológicas, como Prometeo
y Zeus.
No sólo el propio Bruckner rechazó esta
invención, desarrollada para hacer más llevadera al público una sinfonía de
ochenta minutos de duración.
Este rechazo se hace más claro ante una
concepción esencialmente musical y autónoma que, como tal, se basta a sí misma
y a la cual toda otra interferencia extramusical se encuentra forzosamente
destinada a reducir, limitar y perjudicar.
Discurre a partir de elementos sencillos
y complejos al mismo tiempo. Sencillos por reducir el material musical a
motivos breves. No existen planteos melódicos amplios sino esos motivos que,
respetando sus intervalos, se expanden en otros que surgen de distintas partes
del inicial y que son resueltos, generalmente, en secciones de respuesta dadas
en una construcción en espejo de ese motivo inicial. Complejos por el
tratamiento tímbrico que involucra este lenguaje. Esos motivos son enriquecidos
tímbricamente y eso genera climas y colores cambiantes en la obra: por momentos
el sonido se focaliza en un solo instrumental, en otros en la armonía de
distintas secciones orquestales y en las modulaciones a tonalidades lejanas.
El sentido de la melodía infinita
wagneriana es trabajado aquí de una manera muy sutil: no hay puntos de apoyo
para estos motivos que no resuelven en consonancia sino que son recurrentes y
al mismo tiempo se metamorfosean en otros que, en el respeto de los intervalos
utilizados, confieren a la obra su unidad.
Si en el lenguaje wagneriano los timbres
se confunden en Bruckner, que lleva ese ideal a sus máximas posibilidades
sinfónicas, hay una diferenciación tímbrica: los aportes instrumentales
construyen una armonía pero no abandonan su individualidad.
La
versión de Blomstedt
Herbert Blomstedt, nacido de padres
suecos en Estados Unidos, debutó como director de orquesta en 1954 con la Orquesta Filarmónica
de Oslo. Comenzó su educación en la Real
Academia Musical de Estocolmo y en la Academia Musical
de Uppsala; estudió dirección orquestal en el Juillard School de Nueva York y ha sido el principal director de la Staatkapelle Dresden ,
entre otros hitos de una carrera tan destacada como prolongada.
Con un material musical de esas
particularidades y exigencias: riqueza tímbrica y claridad en la exposición de
los motivos, el carácter de la obra
depende en gran medida de la articulación del fraseo, sus acentos, y de los
matices del color orquestal. Presenta además el problema del balance entre las
secciones de metales y la cuerda en lugares tan comprometidos como el cuarto
movimiento (Finale. Feierlich, nicht schnell) o la sección anterior al final
del segundo (Scherzo. Allegro moderato- Trío Langsdam).
Timbres claros, diferenciados, un
volumen algo superior al de otras versiones, (como la de Stanislaw Skrowaczeski
con la Saarbrücken Radio
Symphony Orquestra) por ejemplo en el comienzo del adagio, y acentos definidos
(por ejemplo en la frase inicial o en el comienzo del segundo movimiento, un
lugar donde el carácter es definido en gran medida por ese acento inicial)
fueron particularidades de esta versión que trabajó más sobre la diferenciación
del sonido que sobre su fusión. La cuerda, dividida entre los primeros y
segundos violines formados a derecha e izquierda del podio, produjo un sonido
envolvente que pudo contrapesar al de los metales cuya función es múltiple:
constituyen un soporte armónico y producen un color muy propio, recurrente en
la obra. Nueve cornos, cuatro tubas wagnerianas, trombones, trompetas y tuba
(instrumento que lleva a cabo pasajes comprometidos, por la duración, la
intensidad y su presencia a lo largo de toda la obra) se articulan más que en
función de volumen sonoro en la amplitud de una paleta siempre cambiante y
construyen un sonido “organístico”, en pasajes como el segundo desarrollo de
respuesta al tema inicial o el desarrollo de respuesta a la exposición del
primer tema en el adagio). El fraseo es particularmente importante en el cambio
de uno a otro motivo y en él confiere a la obra su relieve en una versión en
que este fraseo nunca fue acentuado en exceso (por ejemplo el solo de trompeta
del primer movimiento, seguido del de oboe y el del corno solista).
En lugares como el adagio (Adagio.
Feilerlich langsdam; doch nicht schleppend) tanto el trabajo obre la dinámica
dentro de una misma nota, la gradación del pasaje ascendente y su respuesta, o
la vacilación entre la sucesión de un motivo y otro confieren al pasaje ese
carácter de transparencia, liviandad y claridad. Sin una inflexión así la obra
perdería sensiblemente. En estos pasajes iniciales son los contrabajos quienes
constituyen el soporte armónico que enriquece la línea hasta cesar en el pasaje
de las tres arpas. El movimiento acaba cuando las posibilidades de
transformación de sus motivos han dado de sí todas sus posibilidades; entonces
la música parece disgregarse.
En
el finale los elementos de su lenguaje –por momentos con reminiscencias de la
textura del coral- parecen adquirir una intensidad mayor: en el uso del
contrapunto, en la recapitulación de temas del primer movimiento y del adagio,
en un desarrollo progresivo hasta la coda final.
Una obra sutil y monumental cuyo sonido
atraviesa, impacta del mismo modo que conmueve, deslumbra y lleva a la
experiencia musical a un grado diferente.
Eduardo Balestena
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