.Orquesta Filarmónica de Buenos Aires
.Director: Enrique Arturo Diemecke
.Solistas: Fernando Ciancio (trompeta y flugelhorn) y Angel
Frette (bombo)
.Teatro Colón de Buenos Aires, 24 de septiembre.
En la primera parte fue interpretada la Sinfonía nro. 83 en sol menor, de Franz Joseph
Hydn (1732-1809) cuya abundante literatura en el género (renglón aparte merecen
su grandes oratorios, que son un universo en sí mismos) no va en desmedro ni de
la inspiración, la variedad de elementos y su belleza melódica. Requiere un
timbre puro, claro, con inflexiones y colores, en una versión que, aunque no
fuera dada dentro de las técnicas de la interpretación histórica de la música,
mostró la exactitud, las gradaciones sonoras y las distintas formas que
alternan en su desarrollo.
La siguiente obra, en estreno mundial,
fue Buenos Aires íntimo, casi secreto,
para trompeta, flugelhorn y orquesta) de Claudio Alsuyet (1957) destacado
compositor y docente, cuyas obras fueron interpretadas por importantes
orquestas y directores en distintas partes del mundo, como la
TCU Symphony Orquestra de Texas, La Orquesta Sinfónica
Nacional –entre muchas otras-, organismos que actuaron bajo la batuta de
directores como Pedro Ignacio Calderón; Michael Seal y muchos otros. Es
Coordinador del área de extensión y vice director del Instituto superior de
Arte del Teatro Colón y docente de Morfología y Análisis Musical de la Ópera.
Su labor compositiva es extensa y abarca una gran variedad de géneros y obras.
Buenos Aires íntimo, casi secreto está
concebida dentro del sistema tonal como un trabajo de fusión entre formas del
jazz y del tango; sin referencias demasiado obvias al lenguaje de esos géneros
el resultado es un paisaje sonoro rico, particularmente en los efectos
orquestales: con un amplio y sutil manejo de la percusión, así como de efectos
en la cuerda, tales como el comienzo en contrabajos. En el movimiento central
el flugelhorn brinda un timbre más opaco y de mayor espesor sonoro que la
trompeta, con gradaciones de color e intensidad. Es acaso el momento más íntimo
de una obra cuya exploración de los sonidos de la trompeta hubiera podido ser
más amplia y sutil. El uso del instrumento solista está marcado por
intervenciones de intensidad, por pasajes rápidos –como los del tercer
movimiento- que se suceden en lapsos no muy extensos, separados por silencios,
que importan una pérdida en la continuidad del discurso instrumental. Cómo
hubieran sonado, en el movimiento evocativo “de quienes ya no están” (como
declara el compositor), tesituras como las de Miles Davies: despojamiento,
pureza, suavidad y sencillez de la línea sonora.
Fernando Ciancio, solista y formador de
una extensa y destacada trayectoria, en el país
y en el exterior, formado en Francia y que ha intervenido con destacados
organismos, y participado en distintas giras por Japón, Estados Unidos e Islas
Canarias, tanto en prometa barroca como en otros repertorios exhibió el
carisma, la energía y la musicalidad que lo caracterizan.
En la segunda parte fue abordado el Concierto para bombo y orquesta de Gabriel Prokofiev (1975). Utilizado con
funciones muy definidas en la orquesta, pese a las limitaciones como
instrumento solista, ofrece una amplia gama de sonidos y efectos que varían
según se lo percuta no sólo en el parche sino también en su estructura, por
diferentes elementos: distintas baquetas; dedos y uñas; un dedal; una pelota de
golf o angostos palillos unidos; o deslizársele una cuerda sobre el parche (el
rugido del león). Asimismo la sonoridad puede ser atenuada con toallas. Es
decir que este abanico de posibilidades reside en la posibilidad de distintos
efectos, ajenos (por su propia naturaleza) a un desarrollo melódico.
Sin embargo, concurren dos elementos
más: el manejo rítmico de tan particular instrumento, y el de la orquesta. En
este último es posible apreciar las influencias de Ligeti y Stravinsky: en la
armonía, en el manejo del elemento rítmico y en la nutrida orquestación.
Si bien las particularidades del
instrumento solista conllevan el riesgo de que su uso sea el de un muestrario
de efectos –como de algún modo sucede en el primer movimiento- en el siguiente
la intervención luce más a partir de la exactitud y de pasajes de estabilidad
rítmica. Percutido sólo con una pequeña baqueta y palillos, va estableciendo,
en esa regularidad, un clima poderoso y envolvente, centrado en su propio
movimiento, exteriorizado en una paleta orquestal intensa pero sutil.
Angel Frette, que ha realizado estudios
en Nueva York es un muy reconocido en marimba, con una extensa carrera nacional
e internacional. Las demandas de la obra no residen solamente en la exhibición
del instrumento en sus efectos sino que parecen centrarse en la precisión,
gradación y diferentes intensidades de sus intervenciones y en como éstas se
imbrican con las de la orquesta. Es quizás en esto donde las posibilidades del
bombo como instrumento solista luzcan más y nos sirvan para cambiar un hábito
sonoro en donde le cabe una función muy diferente.
El programa concluyó con la Suite de El pájaro de fuego, (versión de
1919) de Igor Stravinsky (1882-1971). Obra de una singular riqueza, podemos
tomarla como una suerte de tributo a Rimsky Korsacov, maestro y mentor de
Stravinsky: la sutiliza extrema de una orquestación puesta en función
narrativa; los cambios (breves, sencillos e imaginativos) de un motivo a otro y
de un clima a otro así como la transformación motívica que la sucesión de
dichos motivos sea diversa y a la vez tenga unidad.
La reducción del enormemente rico y
excelentemente articulado material del ballet va en detrimento de esa riqueza,
no obstante que permite apreciar los momentos más significativos (Erico Stern
sostuvo en una oportunidad, en sus programas radiales previos a los conciertos
de la OSODRE
que el autor ruso había concebido esta versión para percibir sus derechos,
cierto o no, la ruptura de esa exquisita continuidad se hace notoria en lugares
como La ronda de las princesas y la Danza infernal del rey Katschei.
Se trata de una obra muy demandante: en
la justeza de las intervenciones sucesivas dentro del desarrollo de un mismo
motivo, típicas del color orquestal,
como de la belleza del timbre y –dada la función narrativa donde a cada sonido
corresponde una acción muy específica- las exigencias de un color preciso. Ya
desde el comienzo, con glissandos en
los cellos que contribuyen, con esas acepciones de los sonidos de los metales,
sutiles e inquietantes la música nos lleva al universo fantástico del cuento
por un lado, pero más que nada al preciosismo de una orquesta que se desempeñó
a la altura de tan particular obra.
Destacaron especialmente las/los
solistas de oboe; trompa; fagot; las secciones de maderas; metales y percusión.
Eduardo Balestena
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