.Orquesta Sinfónica Nacional
.Director: Francisco Rettig
.Sala: La ballena azul de Buenos Aires, 25 de septiembre.
El destacado maestro Francisco Rettig
dirigió a la Orquesta Sinfónica
Nacional en su sede, la excelente sala de conciertos La ballena azul.
Destacaron especialmente Patricia Da
Dalt (flauta); Daniel Kerlleñevich (clarinete); la línea de metales y la nutrida sección de percusión.
Sumamente compleja en su interpretación,
dada la diversidad rítmica; lo extremo de los registros de los instrumentos; el
modo en que actúan y la velocidad e intensidad de muchos de sus pasajes, donde
varias intervenciones deben confluir “sin red” porque no admite un
desplazamiento ni de una fracción de segundo, todo ello habla a las claras del
nivel de la Orquesta Sinfónica
Nacional y de su preparación para un opus tan particular, extremo, irrepetible
y caro a los amantes de la música. Ello aplica a todo el conjunto pero es
especialmente evidente en el manejo de la sección de la percusión: son tantas
las intervenciones instrumentales en rítmicas distintas y en fragmentos
complejos que el director debe indicar
para mantener el armado de la obra que la percusión entraba en muchas
oportunidades tomando referencias –que duran fracciones de segundo- de otros
instrumentos antes que indicaciones directas (ello habla de la preparación
previa). No son pasajes comunes, particularmente al final la batería principal
de timbales, de las dos que emplea la obra, lleva a cabo una intervención
intensa, intrincada y referencial para el conjunto en la cual un error sería
“fatal”. Algo parecido puede decirse del gong y del bombo.
Una
experiencia abarcadora
No se trata de un concierto más. Se
trata de una experiencia, la de estar frente una obra única: por la complejidad;
importancia; belleza y dificultad.
Pero ¿en qué consisten sus
características primordiales?: Ya el comienzo, en un registro desusado por lo
agudo en el fagot y lo que viene inmediatamente después son un anticipo de las
innovaciones rítmicas, armónicas y tímbricas: se trata de un tema en modo
hipodórico, tomado de un motivo antiguo lituano: una célula que va y viene a
partir de la nota la, en la tonalidad de la mayor, inmediatamente después se
introduce un corno en la menor, con un do sostenido y en el cuarto compás el
clarinete piccolo, con tónica en si menor y el resto de la sección en do
sostenido: el choque de tonalidades produce intriga, desconcierto y un estado
de indefinición tonal.
El tratamiento rítmico no se agota en
los bruscos cambios de métrica sino abarca polirritmias melódicas: sustraer o
agregar un valor a una frase al ser repetida; o desarrollar las intervenciones
de las secciones en El círculo misterioso
de las adolescentes con un ostinato
en los cellos y una polirritmia melódica en las violas, de modo que los acentos
caen siempre en lugares distintos.
Como si todo ello fuera poco, el impacto
más evidente es el de la intensidad, clara demostración del “enorme poder de
los sonidos” (como señala el maestro Lanci), los registros desusados (por
ejemplo la cuerda en Los augurios
primaverales) y el modo en que intervienen los instrumentos: melodía casi
inexistente, acentos en lugares inesperados en una orquesta de grandes
dimensiones donde los instrumentos no se encuentran doblados por motivos de
volumen sonoro. En este paisaje de “salvaje refinamiento” (se trata de una
sensación de primitivismo hecha en base al manejo extremadamente virtuoso de la
paleta orquestal), siempre cambiante y sorprendente, hay secciones que sirven
de soporte: los clarinetes bajos; los 8 cornos; el piccolo e, indudablemente,
las baterías de la percusión.
El manejo que hubo de esta obra, el
tempo que permite desarrollarla de la manera compacta que lo exige, con el
desafío consiguiente por ejemplo de esos rapidísimos pasajes de la cuerda en Rondas primaverales, el desempeño parejo
de todas las secciones, la fluidez de una cuerda cuyo papel es tan diferente al
de otras estéticas; el armado general; la intensidad, nos hablan de la
preparación y del nivel de la Orquesta
Sinfónica Nacional, así como del trabajo del reconocido maestro
Francisco Rettig (actual director de la Orquesta Sinfónica
de Medellín), muy preciso en la marcación de estos ritmos siempre cambiantes, donde
conviven y chocan elementos muy diferentes, como en Cortejo del Sabio- Adoración de la tierra nos hablan de su manejo de la obra.
Destacaron especialmente Ernesto Imsand
(fagot); Daniel Kerllñevich (clarinete); Sandra
Acquaviva (piccolo); las maderas (flautas, oboes, clarinetes bajos); la
solista de corno inglés; Mario Tenreyro (corno), así como el resto de la
sección de cornos; Edgardo Hermenegildo Romero (trompeta) la línea de metales y
muy especialmente la de percusión con
Marcos Serrano como solista.
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