.Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata
.Dirigida por el maestro Ariel Hagman
.Teatro Municipal Colón, 5 de septiembre
La Orquesta Sinfónica Municipal reanudó
su actividad bajo la batuta del maestro Ariel Hagman, director invitado, y con
ello el desarrollo del ciclo integral de las sinfonías de Beethoven en un
concierto que incluyó la Obertura de la Ópera
Nabucco, de Giuseppe Verdi, exigente en particular en la sección de pasajes
rápidos.
Le siguió Expiaciones, de N. Escarandani; el programa de mano lamentablemente no
incluía el nombre de pila del compositor, quien refirió las circunstancias de
gestación de su obra que, sin responder estrictamente a un programa, fue
inspirada ante las fuertes impresiones deparadas por una muerte muy próxima.
Premiada en un concurso de composición
de la Universidad Maimónides el propósito fue el de plasmar musicalmente la
irrupción de la muerte ante el compositor, de trece años al momento del acaecimiento
del suceso sobre el que se propuso componer, y la aparición de una nueva índole
de dolor. Las ideas para llevar adelante tal propósito resultan simples: un
motivo de dos notas es planteado primero en los violines y luego en el resto de
la cuerda; se produce así un clima interrogativo y a la vez de tensión
creciente. El elemento va siendo tratado y desarrollado por el resto de la
orquesta en un crescendo tan progresivo
como indeclinable: la falta de certeza, el dolor, son abarcadores, se expanden en
sonoridades tajantes que de pronto ceden ante pasajes de instrumentos solistas,
por ejemplo del clarinete, que renuncian a toda melodía y a todo dialogo con el
resto de los instrumentos: el sufrimiento es intransferible y al igual que esos
sonidos solamente transcurre y lo hace en un clima interrogativo, planteando
preguntas sin respuesta. Nada se resuelve. Todo se desarrolla, pero no sabemos
hacia dónde. El scherzo que sigue al
primer movimiento está atravesado por un ostinato
y pronto extiende a la totalidad de la orquesta una sonoridad que, sin ser
disonante, es intensa y creciente y que tampoco se resuelve. La indefinición y
la incertidumbre han sido sustituidas por la angustia y el incontrolable dolor
de le pérdida, y no hay regreso de ese hallazgo: nada será como antes.
Es sencilla la idea a la que obedece la
obra pero no lo es la propia obra, que evidencia un manejo muy refinado del
aparato orquestal: sonoridades aisladas pero no incongruentes, intervenciones
individuales pero en función de un todo y una idea de concisión en el uso de
los recursos totales de la orquesta, tales como las baterías de percusión. El
dolor, la incertidumbre, la angustia pueden ser evocadas musicalmente en un
despojamiento melódico y con la sola base del timbre y la intensidad dinámica.
El autor concluyo su espontánea y
emotiva referencia a la obra citando palabras del maestro Hagman referidas a
que el camino de la composición es desigual, demandante y árido; exige mucho
más de lo que devuelve y requiere todas las energías, pero mientras transcurre,
en la intimidad y la soledad de la creación, los hallazgos que depara son una
suerte de revelación espiritual y es ella en sí misma la que puede justificar
una vida.
La Sinfonía
nro. 7, opus 92 en la mayor, de Ludwig Van Beethoven, interpretada en la
segunda parte, casi coetánea de la octava (opus 93) y del trio Archiduque (opus
97) es un hito en la producción beethoveniana. Casi doce años (1811 a 1823) transcurrirían hasta la novena sinfonía (opus
125) cuyas ideas, que se remontan embrionariamente a 1794, fueron siendo
elaboradas a lo largo de más de una década. El ritmo creador del maestro
disminuyó luego del esfuerzo de su opus 92, que marca la irrupción del ritmo
como fuerza absoluta y lo lleva a exploraciones y resultados totalmente nuevos.
Desde entonces, su ensimismamiento y su aislamiento fueron mayores, en
coincidencia con problemas de distinta índole.
Técnicamente es una obra virtuosa y de
grandes ideas, basada en células de gran sencillez que van siendo desarrolladas
de múltiples formas que permiten expandirlas incesantemente y sacar de ellas
elementos melódicos que se alternan con la rítmica y producen, al mismo tiempo,
diversidad y unidad. En ninguno de los movimientos hay soluciones convencionales
y en todos ellos las ideas y recursos son absolutamente distintos.
A la manera de la segunda o la cuarta
sinfonías, el comienzo –Poco sostenuto
vivace- está dado por una introducción que en este caso tiene proporciones
mucho mayores y más complejas: el material del primer tema proviene de la
reiteración de un elemento rítmico del pasaje introductorio –al que se llega
luego del despliegue de una serie de recursos formales- que en si es indefinido
y carente de una fuerza expresiva propia, pero que en el desarrollo ulterior adquiere,
en la intensidad y dinamismo expansivo de ese material, algo nuevo en el campo
de la sinfonía. En el propio comienzo, esa intervención del oboe antes de
concluir el acorde inicial marca un sentido de irregularidad y de aparición de
la sorpresa
Otro ejemplo es Allegreto –en el cual podemos encontrar un recurso que luego
veremos en el tercer movimiento de la novena: la coexistencia de elementos
distintos en secciones distintas que provienen de una raíz común- cuyo acorde
inicial en la menor, construido sobre la dominante mi, plantea un clima de
suspenso. Violas, cellos y contrabajos desarrollan luego una serie de
acordes rítmicamente equivalentes a la
forma métrica del dáctilo, una larga
y dos breves, seguido de un espondeo (dos
largas), elemento de gran fuerza interrogativa que establece un patrón rítmico
del cual surgirá uno melódico. A partir de allí la textura se expande en
timbres y complejidad. Exploración, hallazgo: todo parece siempre nuevo y
sorpresivo.
Renglón aparte merecen el tercer movimiento
(Presto- assai meno presto) y el cuarto Allegro con brio final. En el caso del
tercero, con un rico esquema marcadamente rítmico, basado en una estructura de
repetición y en el del cuarto –desarrollado a partir de un elemento del
primero-, de un tempo muy rápido y una textura cerrada e intensa, de dificultad
en todas las secciones y particularmente demandante en la cuerda.
El concepto de un tratamiento rítmico
que conduce a una apoteosis sonora, utilizando y desdoblando elementos en sí
sencillos es nuevo en la sinfonía, aun en la Eroica y la quinta se encuentran dentro de cotas más limitadas y
menos extensas.
Un
programa exigente
Abordar una obra nueva de repertorio
actual, con demandas de expresividad propias, sin referencias melódicas no es
una tarea sencilla. Tampoco abordar tan exigente opus beethoveniano. En tal
sentido, las diferencias entre en ensayo general –en esta última obra- y el
concierto fueron significativas en una orquesta que sonó mucho más consolidada
en esta última oportunidad (anteriormente destacaba en los pasajes rápidos más
que en el fraseo). Lugares tan particularmente difíciles como el Allegro final sonaron sin problemas y
con la intensidad que el clímax final requiere.
El tempo,
en el episodio central Assai meno presto
del tercer movimiento, dado en un rallentando
excesivo no benefició lugares como la entrada de los fagotes al fin del
pasaje, que así sonó aislada. No obstante, tal observación, como cierta lentitud
en el episodio inicial del primer movimiento, son cuestiones estilísticas y no
técnicas.
Especializado en dirección y
composición, docente en la Universidad Maimónides, de una amplia trayectoria en
distintos ámbitos el maestro Hagman y la Orquesta Sinfónica Municipal pudieron
abordar con éxito un programa tan atractivo como exigente, que además del
resultado artístico nos depara la
reflexión acerca del trabajo de artistas jóvenes –como el compositor y el
propio director- la solidez profesional de su trabajo y su necesaria inserción
en circuitos artísticos oficiales que permitan experimentar la música de nuevas
maneras.
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