Concierto de la Orquesta
Sinfónica Nacional, solistas, el Coro Polifónico Nacional, Coro de niños, coro
mixto en el CCK
.Orquesta Sinfónica Nacional de Argentina
.Directora: Natalia Salinas
.Solistsa: Ricardo González Dorrego, tenor; Alejandro
Spies, barítono; Walter Swarz, bajo
.Coro Polifónico Nacional
.Antonio Domeneghini, director del coro
.María Isabel Sanz, directora del coro de niños
.Sala Principal, Centro Cultural Kirchner, 18 de noviembre,
hora 20.
El oratorio Turbae as passionem gregorianam 0p 43 para 3 cantantes gregorianos,
coro de niños, coro mixto y orquesta, de Alberto Ginastera fue la obra abordada
en el último concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Fue escrita por encargo del Mendelssohn,
de Filadelfia, en 1974. Tanto el comentario de Daniel Varacalli Costas, como la
reseña de la obra en el programa del Teatro Colón del 19 de abril de 1980,
analizan de una manera exhaustiva tanto la obra como las circunstancias de su
gestación y su lenguaje, por demás complejo. Por tal razón, no voy a detenerme
en la descripción de las partes que componen el referido oratorio; simplemente
es dable señalar que la idea central, más allá de las distintas fuentes
litúrgicas, es la idea de las “multitudes enardecidas” y el modo en que ello es
expresado musicalmente de muy distintas maneras, con requerimientos técnicos también
muy distintos.
El coro aborda ya un canto lírico, ya se
subdivide secciones camarísticas, con pasajes extensos en registros extremos –por
ejemplo los bajos- y un trabajo en tesituras disonantes, intensas, por momentos
agudas y el prolongado pasaje de las onomatopeyas, que instala un clima de
angustia, impotencia y confusión.
Los pasajes de las turbas –señala Pola
Suarez Urtubey- causaron siempre una impresión de temor al compositor y utiliza
fragmentos de los cuatro evangelios referidos a las turbas. Ello confiere a la
obra una sensación de universalidad: si algo se hace evidente es este
comportamiento tan extremo como errátil de
la turba, expresión que ya de por sí denota a un conjunto enardecido.
Los coros, que incluyen solistas dentro
de la masa vocal están, de un modo u otro, siempre fuertemente exigidos, ya sea
por los registros, la duración o el énfasis.
La concepción del sonido orquestal es,
al mismo tiempo, tradicional y vanguardista –remite a la monodia del canto
gregoriano tanto como a timbres disonantes- con un paisaje rítmico intrincado y
cambiante. Los sonidos son tajantes, pero, al mismo tiempo, por ejemplo en las
baterías de la percusión, muy delicadamente elaborados, en la sucesión de distintos
elementos, sucesión que debe producirse de una manera extremadamente precisa.
De una renuncia total a todo aspecto melódico, queda a los timbres puros, a los
esquemas rítmicos y a la combinación de masas sonoras tan intensas como suaves
por momentos, todo el peso de esta concepción musical: el resultado no es una música
de reposo y consuelo, sino de permanente angustia. Por momentos de una
sencillez tan intensa como expresiva en un lugar como el pedal de bajos y
cellos en el momento de la crucifixión, en otros los sonidos parecen no identificables
en cuanto a los instrumentos que los producen connotan algo indescifrable,
producto de varias fuentes sonoras.
En tal sentido, tanto la labor de la
orquesta como la de los coros –ello habla de los méritos como directores de María
Isablel Sanz y Antonio Domeneghini- y los solistas fue de una total excelencia
en su desempeño. La intervención más extensa fue la de Ricardo González Dorrego
como el narrador; impecables también en sus intervenciones, Alejando Spies (Jesús)
y Walter Swartz (Sinagoga).
La textura es tan intrincada y cambiante
que requiere una marcación muy justa en todo momento, así como de un trabajo
previo también muy preciso, ya que no parece posible marcar todo durante todo
el tiempo. En tal sentido, la labor de la maestra Natalia Salinas fue
excelente.
La paradoja que se presenta es la siguiente:
la de una obra de contenido religioso que genera angustia, desconcierto y un
eterno interrogante nunca resuelto. Una música que no es consuelo, no
reconforta sino que impacta. Finalmente la fe parece ser una interrogación. En
el curso de esa interrogación se nos orece una obra musical que, más allá de su
contenido, vale por sí misma y se impone por elementos puramente musicales.
Eduardo
Balestena
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