Pau Casals: el
eterno círculo (a 49 años del fallecimiento del maestro).
El 22 de octubre de 1973 fallece en Puerto Rico
el maestro Pau Casals (nacido en Vedrell, Tarragona, el 29 de diciembre de
1976).
En el artículo Pau Casals: el poder de un
silencio (Revista Élite)he intentado dar cuenta de las profundas convicciones del músico, de su
compromiso y de las consecuencias que debió sufrir en la defensa de sus
acciones e ideas, así como del exilio que hubo de padecer debido a las amenazas
que recibió ante el advenimiento del franquismo. También es abordada en el
texto su negativa (desde 1945) a tocar el violoncello en público (renunciando a
una descollante carrera artística) como protesta ante la falta de condena de la
dictadura franquista por parte de las democracias de occidente.
A la etapa en cuestión (1939-1950) se refiere el
filme Pau Casals, el poder de un silencio,
(de Manuel Huerga, 2017) que adquiere centralidad en dicho artículo.
Ideales y
acciones: dos términos inseparables
“Debemos seguir nuestros ideales y si nos llevan
a un callejón sin salida entonces debemos pensar que están equivocados y
adoptar otros que sean mejores” dice el personaje de Thomas Paine,
(interpretado por Harvey Keitel) hacia el final de la película La noche de Varennes (Ettore
Scola, 1981). El filósofo de la revolución norteamericana se refiere además a
la “búsqueda de la felicidad” que la Constitución de los Estados Unidos de
Norteamérica establece como principio.
Convicción y acción no podían –para Casals- encontrarse
separadas; constituyen dos caras de una misma pieza: se actúa a partir de las
certezas que son inspiradoras de algo
siempre mejor. Si dichas certezas oscurecen la vida, si no tienen por norte la
justicia, la libertad y la búsqueda de la felicidad (una de cuyas formas más absolutas
es la música, en sí misma y en lo que implica) debemos cuestionarlas. La figura
de Casals importa controvertir a quienes no defendieron los valores humanos que
él defendió y por los cuales luchó; aquellos quienes, tácita o deliberadamente,
sostuvieron “ideales” sin salida y
no la búsqueda de la felicidad sino la
injusticia, la violencia y el dolor.
La música es una necesidad de expandir el
horizonte humano, enriquecerlo, cultivarlo, compartirlo y el don de un gran
músico significa un compromiso hacia los demás.
Pau Casals no sólo fue un gran virtuoso sino un
filántropo, un hombre de acción y de ideas: ya en 1920 fundó la Orquesta Casals
y más tarde la Asociación Obrera de Conciertos (1926), cuyos miembros podrían
acceder, mediante el pago de una exigua cuota, a todos los conciertos.
Hasta 1936 –fecha de la sublevación fascista que
dio comienzo a la Guerra Civil Española- grandes intérpretes y directores, como
Hermann Scherchen, Ernest Ansermet y Richard Strauss, fueron invitados para
actuar con la Orquesta Casals, con la cual, a modo de ejemplo del nivel y
trascendencia de su actuación, fue estrenado el Concierto de violín de Alban Berg.
El maestro consideraba a la música un vehículo
espiritual y una herramienta de liberación. Durante toda su vida emprendió
proyectos similares (que sostuvo paralelamente a la ayuda a los refugiados), en
Francia y en Puerto Rico.
La
interpretación musical
Debo al maestro Jordi Mora varias reflexiones
acerca de Pau Casals y sus ideas sobre la interpretación musical. La más
extensa surge de un texto que registra las conversaciones de dos monjes músicos
que llegan a visitar al virtuoso catalán en su exilio de Prada de Conflent en
1952; hemos de detenernos someramente en algunas de dichas ideas.
Lo primero que refieren es la vitalidad y el
rigor de aquel hombre de setenta y cinco años que llevaba a cabo su actividad
diaria con gran orden y disciplina. Diariamente tocaba al piano una pieza de
Bach y emprendía largas caminatas acompañado por su perro Follet.
El primer tema, luego de la cordial bienvenida,
es Bach. A los catorce años descubrió en una tienda de Barcelona un viejo
ejemplar de las suites para cello que
le significaron no sólo interpretarlas y darles un lugar prominente en el campo
musical como una obra de repertorio –en lugar de la obra de estudio por la que
se la tenía- sino, más que nada, la revelación de la obra de Bach, a quien –tal
como Andras Shiff- considera el genio más grande de la música. De allí en
adelante tocaría una de las suites
cada día de su vida.
La música es una experiencia común entre quien la
interpreta y quien la escucha. La
primera condición es la existencia de un ambiente y atmósfera adecuados, sin los
cuales es difícil llegar a una buena interpretación. El de la música es un
momento privilegiado, uno en el que un mensaje cobra vida, llega a nosotros y
nos une con algo trascendente.
Aquello a buscar en la interpretación musical son
las cosas más sencillas y olvidadas, señala, las más naturales: lo primero es
que la ejecución sea vívida por medio del acento. El acento de la música debe
ser como el de la palabra: ha de decir alguna cosa. Cada nota tiene su valor y
su posición dentro de la frase musical. Las notas repetidas no han de ser nunca
iguales, han de crecer y disminuir según el lugar en que se encuentren. El
valor no siempre ha de ser ejecutado rigurosamente en la medida en que está
escrito, ya que la escritura es un medio incompleto de expresión que sólo
indica algunos aspectos de la ejecución, allí radica entonces el criterio
interpretativo: involucra a lo formal (la obra) y a lo estético, que se
manifiesta con su brillo en el momento de abordar la creación musical.
El maestro ejemplificaba su postura escuchando
grabaciones de los registros del festival de 1951: el contraste entre el forte y el piano en la Pastoral para
órgano en fa y los acentos del Concierto
para violín en la menor (de Bach),
señalando el vigor de dichos acentos, ni duros ni secos, buscando la resonancia
viva que sostiene la duración de la nota, para evitar rigideces. Todo ha de
fluir, las notas han de unirse unas a otras, sobre todo las notas largas, en crescendos y decrescendos según los acentos de la melodía.
Insiste en el vigor de la ejecución y que en
música no existen las repeticiones (en efecto, ante obras como las de Schubert
se siente que en el elemento sucesivo se encuentra presente el efecto de lo que
acaba de sonar y, aunque lo parezca, nada es lo mismo); cada elemento tiene una
dicción diferente. El compás no es una indicación exacta y lo más importante es
dar vida a la partitura: Mozart –refiere
el maestro- abunda en repeticiones de pequeños elementos temáticos y es
necesario que el director les dé variedad y gracia.
Uno de los
padres le pregunta cómo traspasar la expresividad de los instrumentos de
cuerda a la orquesta. El maestro responde que ello se logra a través del
fraseo: por el retardo o la acentuación de las notas, por las pausas y la
duración de los sonidos. Una orquesta es un instrumento de por sí muy mecánico
e impresiona en la intensidad pero en los pasajes lentos la sonoridad descansa
en el pulso del instrumentista. A poco que lo pensemos, muchas obras sinfónicas
constituyen un ejemplo de eso: el todo, repentinamente, descansa en un elemento
determinado –un solista, un diálogo, una sección de pregunta y respuesta- y adquiere sentido según la expresión que este
elemento tenga y la aptitud para la continuidad con otros timbres, así como el sentido global.
Ha de buscarse la expresividad natural de la
música, señala en momentos en que las corrientes de vanguardia renunciaban al
principio expresivo y ejemplifica con los criterios compositivos presentes en obras
de su autoría, como su oratorio El
pesebre. De una manera parecida a las vanguardias imperantes, la escuela
alemana había establecido una interpretación muy mecánica de las obras de Bach.
El maestro Jordi Mora señala que Casals hablaba
mucho de fraseo pero poniéndole otro nombre distinto a que le daba Celibidache;
tal como pudimos advertirlo en el diálogo con los monjes, el maestro catalán
decía “poner el acento”: toda frase nace culmina y vuelve donde culmina. La
frase, entonces, es algo con sentido en sí mismo pero que se proyecta en la
continuidad: probablemente el equilibrio expresivo signifique eso: aquello que
es pleno en su unidad y a la vez parte de un todo que no sería lo mismo sin ese
“comienzo y vuelta a donde una frase culmina.”
Un círculo
Así como la música es un círculo que enhebra a
quienes la hacen y la escuchan, así como la interpretación y la recepción son
parte de él, hay otro que une el rigor, la estética y la misión del músico en
el mundo: el legado de Pau Casals es ese círculo: el del virtuoso y el
luchador, el esteta y el humanista, el que ha recibido un don y lo ofrece como
una manera de que el mundo pueda elevarse por medio de la belleza, del ejemplo
y de la acción.
La ayuda a los exiliados, la causa de
la paz y la formación musical son parte de ese círculo donde la belleza se une
al anhelo por un mundo justo donde imperen aquellos ideales capaces de
elevarnos, y el enorme mensaje de la música como una forma de la eterna
búsqueda de la felicidad.
Eduardo
Balestena
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