.L ´elisir d´amore, ópera en dos actos
.Música: Gaetano Donizetti (1797-1848)
.Libreto de Felice Romani
.Dirección musical: Francesco Ciampa
.Elenco: Adina: Paula Almenares (soprano); Nemorino:
Santiago Bürgi (tenor); Belcore: Omar
Carrión (barítono); Dulcamara: Lucas Debevec Mayer (bajo/barítono); Giannetta:
Victoria Gaeta (soprano).
.Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón,
.Director de coro: Miguel Martínez
.Puesta en escena: Sergio Renán
.Teatro Colón de Buenos Aires, función extraordinaria,
elenco argentino, 9 de mayo, hora 20.
Son varios –y algo azarosos- los
factores que hacen del L´elisir d´amore
lo que es. El libreto de Felice Romani, -que tomó el tema de la comedia Le piltre, con libreto de Eugene Scribe,
basado a su vez en Il filtro, de
Silvio Malaperta- brinda a la música de Donizetti un marco a la vez que un
abanico de posibilidades. Otro es la vertiginosa gestación en trece días para satisfacer
el encargo del empresario Alessandro Lanari, del Teatro della Canobbiana de
Milán, a quien no le sería cumplido el
encargo de una obra que debía poner en escena. Una fórmula probada y una
circunstancia urgente parecen haber influido en concisión y la necesidad de
ideas también concisas y eficaces a las que la inspiración supo servir. El
resultado es una maquinaria precisa, rápida, directa donde no hay nada
superfluo.
Más allá de estos elementos la obra
asume un sentido diferente de lo bufo
que rompe con las convenciones y la linealidad para mostrar –y basar su
musicalidad en ello- a personajes capaces de experimentar sentimientos
profundos, conmoverse y cambiar, todo ello desplegado en una bella gama de
medios musicales.
Gracilidad;
sentido del todo; liviandad y gracia en los movimientos así como en el
fraseo y control de líneas de canto
siempre exigidas son algunos de sus requerimientos.
Las voces
Paula
Almenares, reconocida soprano de una ya extensa carrera mostró, en el rol de
Adina, su dominio en todo el rango de su tesitura, con una proyección y una
claridad perfectas, ya desde la inicial Benedette
queste carte…della crudele Isotta en una línea que requiere un sentido del
balance, un centro de una voz destinada a permanentes pasajes ascendentes o
descendentes y que debe estar siempre compenetrada con una acción que en lo
actoral la mostró –en su belleza y presencia físicas- dentro del buen gusto de una actuación que
nunca distrajo la atención del rico aspecto vocal.
Santiago
Burgi compuso a un Nemorino absolutamente convincente en lo actoral, sin rasgos
maniqueos ni sobreactuación, con gracia y buen gusto y mostró una técnica
precisa en un rol de grandes exigencias expresivas. Justeza, ductilidad,
matices y fraseo primaron sobre el brillo y un volumen que no hizo siempre
audible a su línea de canto, por momentos –aquellos en que interviene la
orquesta en forte- algo eclipsada.
Omar Carrión, un barítono experimentado,
con gran sentido de la musicalidad y de las articulaciones de un fraseo siempre
claro, perfectamente franco y fluido –como en Como Paride vezzoso , con una técnica que le permitió llevar
adelante sin esfuerzo esos pasajes de verdadero staccato (como en Tran, tran.
In guerra ed in amor ) y una enorme solvencia teatral compuso a un Belcore
con la gracia y los rasgos propios del personaje. También en su caso, aunque en
menor grado, la belleza de su voz, sus matices, y recursos primó por sobre su
volumen.
Si bien en algunos registros el personaje
de Dulcamara no suele contrastar sobre el resto sino ser simplemente el motor
de la historia éste no fue el caso de Lucas
Debevec Mayer. Su potencia vocal, el manejo de los matices, la efectividad
de su línea de canto y su dominio de la escena
marcaron una presencia muy destacada y gravitante en toda la obra. Le
aportaron a este personaje un elemento diferente, inesperado y espontáneo. El
bajo/barítono desplegó una sorprendente gama de recursos, vocales y actorales.
María
Victoria Gaeta, como Gianneta mostró en todo momento un timbre claro,
controlado, de matices, con un control técnico también absoluto: en ningún
momento pareció exigida y brindó siempre la mayor expresividad.
En cuanto
al coro, una vez más acreditó su ya probada solvencia: en la belleza de un
conjunto siempre controlado, homogéneo, que en las gradaciones es capaz de
observar los mismos matices en todas las voces. El Sarai possibile, con María Victoria Gaeta fue una prueba de ello,
no sólo en la perfección de la línea y en la musicalidad del conjunto sino
también en su desplazamiento en la escena, otro de los elementos en que el coro
destacó: su juego escénico en un paisaje siempre vivo.
La
puesta
La realización de Sergio Renán ubicó a
la acción en los años 50, con el aporte de proyecciones sobre el paisaje de
fondo que marcaban el paso de autos, camiones y hasta de un avión de
publicidad, además de desdoblar la subjetividad de los personajes y mostrarlos
–sobre el fondo de la escena- como ellos
se imaginan ser. Ello no resulta del todo congruente con la ingenuidad de una
historia campesina puesta en un medio rural-fabril, y agrega a la historia imágenes ajenas a
ella.
En lugar de la clásica calle de pueblo,
con sus casas en desnivel, el espacio escénico fue concebido en tres grandes
ámbitos, dos de los cuales –en el segundo acto- cambian girando. Con ello la
obra gana en dinamismo y el acierto en el uso de los niveles –particularmente
en la primera secuencia del segundo acto- le confiere un gran atractivo visual
a la vez que sirve a la convención teatral: en efecto, en solo espacio resulta menos
creíble que si el pueblo está festejando e un banquete se retire para que pueda
tener lugar el dúo de Belcore y
Nemorino, en cambio, el pueblo se retiraba a una posada que podía ser
entrevista en su movimiento y sus luces. A este efecto aportó la precisión de
los movimientos en la escena, con la presencia de figurantes que los hacían más
naturales. El resultado fue una ganancia visual y un clima diferente.
Dirección
Musical
En una intervención donde el
acompañamiento debe ser siempre justo, en rápidos y coloridos pasajes, en un
sentido de la frase musical, la actuación de la Orquesta Estable no tuvo
desajustes ni sobresaltos y le confirió a la obra toda su gracia.
El maestro Ciampia estuvo siempre atento
a lo que pasaba en escena, sus marcaciones fueron claras tanto en los cantantes
y el coro como en la orquesta.
Fue una producción con hallazgos
interesantes, y lograda en lo teatral, con
un sentido del conjunto y voces que destacaron especialmente.
Eduardo Balestena
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