El Festival de Salzburgo –que este año tuvo lugar
del 19 de julio al 1 de septiembre- es uno de los más importantes: por su
significación, historia y calidad. Tiene como marco la ciudad natal de Mozart,
una de las más bellas y mágicas de Europa, cuya tradición musical se remonta a
la edad media.
Una
tradición que se renueva
Impulsado por el
director teatral Max Reinhardt; el compositor Richard Strauss; el dramaturgo
Hugo von Hoffmansthal, entre otros, el Festival de Salzburgo comenzó a
celebrarse el 22 de agosto de 1920.
Desde su
inauguración abre con la representación en la escalinata de la catedral de
Jederman, la obra que Hoffmansthal escribió para ese lugar y esa ocasión. Se
basa en la historia de un hombre rico a quien la muerte viene a anunciar que
vendrá a buscarlo en una hora. Su amante, sus amigos y hasta el dinero se
niegan a acompañarlo en ese último viaje; intenta, dramáticamente, negociar con
la muerte y justificar una vida que
desfila ante él, enteramente, en el balance de esa última hora.
La orquesta
estable del festival es la
Filarmónica de Viena, y el acontecimiento abarca distintos
géneros: ópera (en versiones de escena y de concierto); schauspiel (teatro) y
conciertos; este último espacio abarca las categorías de Ouverture Spirituelle
(música religiosa); conciertos sinfónicos, de solistas y música de cámara.
También hay una sección de música para niños y jóvenes.
La programación expresa, en sí misma, la
diversidad de aspectos musicales: en Overture Spirituelle, por ejemplo, hubo
obras japonesas: del famoso Töru Takemitsu –autor de música de películas de
Akira Kurosawa- y Toshio Horosama, que además de una concepción diferente,
usan, en el caso de Horosama, elementos electrónicos antes que instrumentos
occidentales, además de los instrumentos autóctonos, en una concepción musical
muy diferente: la música discurre en un flujo de sonidos (void). Lejos de otras
estéticas semeja más a una combinación de gagaku,
la elaborada música de la antigua corte imperial, y la tradición del shömyö, música vocal religiosa cantada
por las graves voces de los monjes budistas. Es interpretada con instrumentos
como la ryüteki (flauta traversera de
bamboo) que le confieren un aire meditativo.
También diferente en concepción es la del compositor
británico Sir Harrison Birtwisle de quien fue interpretada la ópera Gawain.
Existe una idea de individualismo de los
compositores británicos, más guiados por su modo subjetivo de concebir su
música que por escuelas y tradiciones continentales. El compositor se basa en
una leyenda del rey Arturo y uno de sus caballeros. Indaga en el mundo de los
mitos. Su personaje lleva a cabo una aventura que es más que nada la de un auto
descubrimiento.
Junto a directores como Rudolf Buchbinder;
Christoph Eschenbach, Ádám Fischer; Charles Dutoit; Nikolaus Harnnoncourt, John
Elliot Gardiner y muchos otros, son desarrollados proyectos como el de jóvenes
directores; jóvenes cantantes; premio jóvenes directores y jóvenes, arte y
ciencia.
Un
universo musical
En el año
del bicentenario del nacimiento de ambos compositores la consigna no fue Verdi
o Wagner sino Verdi y Wagner, cada uno con una gran influencia en la música
posterior. Así, subieron a escena Rienzi; Nabucco; Los maestros Cantores de
Nürnberg; Falstaff; Don Carlo, junto a otras producciones como Norma; Lucio
Silla; Jeanne D´arc.
“Todo lo
que aparece en escena es desarrollado y construido aquí”, señalaba la
Dra. Eva Anzaloni, agregando que doscientas
personas trabajan durante todo el año y unas cuatro mil durante el festival, lo
cual incluye a todo el personal técnico.
Las funciones se llevan a cabo en catorce
escenarios diferentes (en 2012 hubo un total de 220 presentaciones) y son repetidas en distintas fechas con un
total, en 2012, de 261.361 espectadores, conforme lo muestran los gráficos y
cifras del festival que es financiado –en un cincuenta por ciento- por la venta de localidades y en el otro
cincuenta por ciento por el apoyo privado de los auspiciantes (Nestlé; Siemens;
Audi y Rolex; otros auspiciantes lo hacen con proyectos puntuales, como
Montblanc con el de Jóvenes directores).
Este año estuvo además marcado por la presentación
de El sistema, venezolano, con diferentes
organismos además de las Orquestas Simón Bolívar y Teresa Carreño: ensambles de
cámara, bronces y coros, con un total de mil trescientos jóvenes que por
primera vez actúan en ese ámbito, así como las presentaciones de la West Eastern Divan Orchestra,
dirigida por Daniel Baremboihm.
La versión integral de las sinfonías de Mahler es
otro de los hechos significativos. Fue llevada a cabo por distintas orquestas,
debiendo destacarse que Simon Rattle dirigió a la Orquesta Nacional
de Niños de Venezuela en la primera de la serie.
Juana de
Arco, un símbolo cambiante
Otra de las presencias fue la de Juana de Arco, en
la obra de Schiller , en la ópera de Verdi y en la de Walter Braunfels
(1882-1954), un compositor “degenerado” para el nazismo, que no se exilió pero que fue marginado luego por
el largo y oscuro período de la posguerra, y nunca del todo rehabilitado. Sólo
a partir de 1990 hubo una revalorización de su música.
La historia de Juana de Arco se refiere a los
limites de la resistencia: primero a las imposiciones de la sociedad –la obra
de Schiller comienza con el casamiento de la mayor de las hermanas, camino al
que ella renunció- , el precio de seguir una certeza y el de ser dejada sola
por aquello por lo que luchó. También, los límites últimos de esa certeza ante
la aparición de una mirada que reúne al ser amado y al enemigo al mismo tiempo.
Su fe y su determinación convierten a la derrota en victoria, pero esa fuerza
por lograr aquel cometido es la misma con que busca ejercer su propia libertad,
y lo que en un hombre sería símbolo de valor en ella es prueba de herejía.
Del mismo modo, los símbolos que nos entrega el
arte son cambiantes pero a la vez vigentes en la medida en que podamos volver a
ellos y pensarlos en cada época de un modo distinto.
Una
tradición que sigue construyéndose
La sala de prensa, en un claustro cercano a la
calle de los dos teatros más grandes (el Felsenreitschule y el Festpielhaus),
era un espacio en plena actividad (en una de las paredes estaba el detalle de
la extensa actividad en los distintos escenarios) aun así, en medio de esa
actividad Eva Anzaloni brindó su tiempo y pudimos conversar.
Es imposible
siquiera enumerar obras y artistas, pero es posible pensar al Festival de
Salzburgo como una tradición pero abierta a la diversidad de nuevas formas
donde los oratorios de Hydn conviven con la música japonesa tanto como una
época y una latitud conviven con otra.
Eduardo
Balestena
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