Obra:
Réquiem de guerra, Benjamin Britten
Orquesta
Estable del Teatro Colón de Buenos Aires
Director
musical: Guillermo Scarabino
Director
del coro Estable: Miguel Martínez
Director
del coro de niños: César Bustamante
Solistas: Tamara Wilson, soprano
Enrique Folger, tenor
Víctor Torres, barítono
Coro
estable del Teatro Colón
Coro de
niños del Teatro Colón
Teatro
Colón de Buenos Aires, 27 de septiembre de 2013
Obra múltiple y poderosa, nada en el Requiem de
Guerra de Benjamin Britten se encuentra puesto al azar: cada elemento sirve a
un preciso simbolismo. Si ello permite una obra que pueda mantener esa
intensidad o no es un tema diferente.
Sobre el texto del Requiem latino, presentado
dentro de un esquema armónico que se caracteriza por el uso del tritono, o
intervalo de cuarta aumentada, o quinta disminuida: un intervalo tensional, las
voces solistas masculinas intercalan poemas de Wilfred Edgard Salter Owen
(1893-1918).
Los grupos, distribuidos (señala Mario Arkus en War Requiem, de Banjamin Britten,
Filomúsica, mayo 2003) en tres planos representan el más allá de la muerte
(coro de niños y órgano); el duelo y la súplica (coro y orquesta principal) y
el clamor de las víctimas (tenor, barítono y orquesta de cámara). Cabe la
pregunta de si, como en el Schicksalslied
de Brahms, esos mundos se vinculan entre sí o discurren sin tocarse.
Las sonoridades sin matices, frías, despojadas, en
un marco de vaguedad tonal, plantean una atmósfera desoladora que contrasta con
las intervenciones del coro de niños ubicado en el espacio del techo de la sala:
escucharlas surgir de esa altura es en sí una experiencia muy intensa, en un
efecto que potencia al de la partitura y que habla de la exactitud de la
preparación de César Bustamante: lejos del director musical en el escenario no
es posible seguir sus indicaciones y dependen del director del coro de niños.
Un
pacifismo estético
El lacrimosa es uno de los números quizás más
intensos: la soprano destaca un motivo que expresa movilidad, como una marcha
irregular, en una suerte de contratiempo con el coro, lo que genera una
sensación de marcha asimétrica, en una curiosa línea de canto (es grácil pero
no llega a la dulzura) que transita en el registro medio y desciende pronunciadamente,
sin perder el fraseo. El pasaje es interrumpido tres veces por el tenor con los
versos “move him, move him into the sun”: “pónganlo al sol, siempre él lo ha
despertado, aquí mismo, en Francia, esta misma mañana ante la nieve”, en una
tesitura en el registro medio del tenor con una inflexión, por decirlo así,
hueca, que le confiere una sensación fantasmal: “¿Para esto, para esto creció
desde el barro? ¿Qué hizo que los fatuos rayos del sol interrumpieran del todo
el sueño de la tierra? Tras el tañido de las campanas el coro concluye “Jesús piadoso, dales el
descanso eterno, Amén”.
El efecto que estos elementos tan diferentes producen
es extraño, envolvente y poderoso, hace perder de vista lo complejo de una
textura apoyada en momentos de dulzura y espiritualidad, con acentos irreales,
como el del coro al final del diaes irae.
Britten, un
pacifista convencido y militante, que lo fue en momentos en que esa actitud era
difícil, concibe a la música en términos de una poesía que le da sentido, contraste
y relieve al texto latino. Logra con ello alturas diferentes, propias y
confiere a su obra una identidad profunda.
Fuera de estas alturas, despojada de toda calidez
se vuelve por momentos, árida e intelectual, con el peso de la expresión en
timbres neutros.
Complejidad
musical
Obra ardua, no sólo por sus
contrastes sino también por las superposiciones de cosas distintas, está dada
en cambios de compás, en la sucesión de desarrollos diferentes, a veces
predecibles, otra sorprendentes, como el Offertorium
que, luego del coro de niños, tras
un desarrollo, se entrelaza con la intervención del barítono y el tenor. La
música pasa de la orquesta a la orquesta de cámara y al poema “La parábola del
viejo y del joven”: Abraham mata a Isaac sin hacer caso del consejo del ángel,
en una metáfora de que la vieja Europa envía a morir a sus jóvenes a la guerra
(es imposible no recordar la memorable novela Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque).
El director musical comenta que en las últimas
páginas (236 y 237) se produce un clímax
en el cual todos los elementos intervienen de una manera superpuesta, lo que
genera una sensación de ininteligibilidad absoluta. Una vez que han cesado
todos los instrumentos, sobre la m
final de sempiternam, que mantiene el
coro, el tenor solista canta el Dona
nobis pacem el agnus dei de la misa que implora la paz. Es un elemento externo al
Réquiem y a los poemas de Owen.
El tenor –le sigue el barítono, conformando ambos
el elemento más desgarrante- comienza el último poema “Strange meeting”,
protagonizados por un soldado inglés y uno alemán: “Durmamos ahora”.
Gradualmente, la soprano y el coro se incorporan a la música
Vuelve a entrar el coro de niños para retomar los
versos del comienzo “Réquiem aeternam dona eis” y a la progresión de campanas
el coro a capella lleva lentamente la
última frase “Requiescant in pace, Amen” que no termina de resolverse, en un
poderoso efecto final que condensa la una sensación de pregunta y eternidad al
mismo tiempo.
Absolutamente clara, siempre
presente tanto en el coro como en las orquestas, la cuidada dirección del
maestro Scarabino permitió plasmar el nivel que requiere una obra de estas
características. Lo mismo puede señalarse del Coro Estable y de la labor de
Miguel Martínez, su director: a la voz humana le están reservadas las mayores
demandas: en la claridad, levedad o fuerza que requieren los diferentes números;
en esos ascensos graduales de voces, en la homogeneidad que siempre se exige.
Tamara Wilson mostró una gran ductilidad,
flexibilidad de fraseo y proyección; lo mismo que el barítono Víctor Torres. El
tenor Enrique Folger logró las inflexiones y matices requeridos a su cuerda.
Pensado como obra destinada a la
inauguración de la nueva catedral de Coventry, bombardeada el 14 de noviembre
de 1940 (las ruinas de la antigua quedaron como un espacio para la memoria) nos
presenta, en su inquietud, el interrogante de si es posible superar un hecho
como la guerra. Como alegato pacifista de reconciliación, fue escrito en
momentos en que la guerra fría se cernía sobre el mundo, con episodios como el
de la Bahía de
Cochinos o el muro de Berlín.
¿Es posible después de todo dejar
atrás una tragedia de esa magnitud? O, como dice el texto, sólo cabe esperas
nuevas guerras. La música parece dejarnos, en sus contrastes y su desazón, esos
interrogantes, tan desoladores como esa textura musical.
Eduardo
Balestena
http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com
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